miércoles, 3 de marzo de 2010

VIENTRES PISOTEADOS

Cuento premiado en el concurso "...Y el trabajo contó un cuento" (2007)
Jurado integrado por Eduardo Alfredo Sacheri, Graciela Alicia Falbo y Julio Varela

El invariable traqueteo de la jardinera había logrado adormecernos a pesar del frío que nos penetraba hasta los huesos y el viento que zumbaba en los oídos. La piel de oveja abrigada, pero escasa para tantos, no alcanzaba a paliar la fría temperatura de junio.
La muerte de los abuelos y la escasez de trabajo habían obligado a papá a buscar una salida, aunque fuera momentánea, en la cosecha de maíz. Era la segunda vez que íbamos. A mi padre no le gustaba aquella vida, no estaba hecho para los trabajos brutos donde hay que poner el cuerpo. Desde muy chico había sido delicado, nació enfermo de los bronquios, por lo que su madre le prodigaba cuidados especiales. Tal vez por eso no era un hombre capaz de hacer trabajos duros, verdadero inconveniente para quien no ha nacido en cuna de oro. Quien sabía esto, comprendía las sobradas razones que llevaban a no hablar a mi padre aquella mañana de 1942. Con el seño fruncido y las manos moradas por el frío se limitaba a sujetar las riendas.
Cuando llegamos ya había algunas personas en el campamento. Allí cada uno hacía el toldo donde iba a vivir hasta que terminara la cosecha. Esa era la primera tarea y el primer fastidio para mi padre que carecía de habilidad manual. Los mayores lo ayudaron a atar las chalas con alambre, pero quedó tan despreciable que Don Esteban, un peón golondrina acostumbrado desde chico a la vida en el campamento, le ofreció cambiar de vivienda.
Esa misma tarde salieron todos al campo. Los más grandes y mamá fueron con los hombres, la familia entera tenía que trabajar aunque la paga fuera para uno y alcanzara para nadie. Los más chicos se quedaron y yo también para cuidarlos. Se nos designaron tareas que debíamos terminar antes que oscureciera. La faena era mucha y pesada para nuestra edad pero para nosotros, ajenos y despreocupados por el paso del tiempo, el día era muy largo y se podía hacer de todo, incluido jugar.
Cuando no quedó ningún adulto, mi hermano Armando, que era muy ñañoso, tuvo la ocurrencia de montar la yegua, cosa que nunca había hecho por temor a golpearse. Ésta se encontraba atada en la parte posterior de la jardinera que tenía apoyado el pescante en el suelo. A un costado estaba mi hermano más pequeño, Jesús, que imitando las necesidades de su homónimo en el establo, dormía en un miserable cajón de madera.
Ante la insistencia de Armando me ofrecí a alcanzarle la yegua, para lo cual me subí a la parte trasera de la jardinera y desde allí intenté traerla tomándola de la rienda. Mis hermanos se subieron para ayudarme. Se necesitó sólo un segundo para que sucediera lo peor, el sobrepeso en la parte posterior del carro provocó que se elevara el pescante e irremediablemente aquella se diera vuelta.
Caímos al suelo. Una vez repuestos del susto nos echamos a reír a carcajadas. Daba gusto estar ahí tirados, despreocupados, gozando del contacto con la tierra. Pero el placer de lo innecesario se interrumpió ante la urgencia de la realidad.
– ¿Dónde está Jesús? -preguntó Armando.
Nos paramos de un salto y producto de la desesperación fueron las fuerzas que nos permitieron dar vuelta la pesada jardinera.
Ahí, debajo de todo, estaba el cajón de frutas también dado vuelta y él adentro. Ciega acomodé la improvisada cuna, tomé un pedazo de carne, un bulto que supuse era Jesús y lo coloqué nuevamente dentro del cajón, después lo tapé íntegro con las viejas mantas. En ningún momento lo miré. Él no lloraba. Estaba quieto, inerte. Imaginé su cara destrozada, sangrando su cabeza abierta, detenido su tierno corazón, cerrados para siempre sus ojos inocentes.
¿Por qué llegaba de nuevo la muerte? Tan pequeño y ya se le había cruzado dos veces. Cuando todavía estaba en el vientre, a mamá se le rompió la bolsa. La comadrona le aconsejó que se internara en el hospital, pero no quiso. Siguió planchando para afuera durante más de dos meses. Ponía entre sus pies una palangana que se humedecía con ese líquido de vida que se filtraba anticipando un parto seco. Finalmente Jesús nació en casa. Cuando alcancé el agua para higienizarlo parecía un viejecito, todo arrugado, marchito, casi sin vida.
Dejé los recuerdos y observé a los demás. Se habían quedado atónitos unos metros más atrás y me miraban aterrorizados.
– Está muerto -les dije- tenemos que irnos de acá. ¡Vamos!, ¡rápido!, ¡no se queden ahí parados!
– Pero... ¿lo vamos... a dejar así...?- repuso Armando.
– ¡Sí! ¡Qué otra cosa podemos hacer!... y cuando venga mamá ni una palabra de lo sucedido, ¿me entienden?
Todos movieron al unísono las atormentadas cabezas en señal de un sí indeciso y forzado. Esa tarde hicimos todo lo que se nos había encomendado, incluso mucho antes de lo previsto. Cuando ya no quedaba nada por hacer limpiamos sobre lo limpio, la cuestión era no pensar. Cada tanto alguno miraba de reojo el cajón, que ahora se nos antojaba un cajón fúnebre. Yo temblaba de pies a cabeza mientras simulaba
trabajar, pero cuanto más intentaba borrar aquello más me atormentaban mis pensamientos que tenían una idea fija:
El cajón de frutas pintado de negro.
Cuatro sogas negras que pendían de cada esquina.
Cuatro hombres vestidos de negro que sujetaban la soga que sujetaba el cajón.
Detrás iba mamá, era a la que veía más nítida, sólo que no tenía su cabellera pelirroja porque grises canas cubrían su cabeza y gritaba:
– ¡¡M’ hijo!! ¡¡...M’ hijo querido!! ¿¡Qué me le han hecho!?
Mis hermanos y yo completábamos el triste y escaso cortejo. Ahí estábamos; cómplices, culpables, callados, miedosos y crueles al mismo tiempo. Nuestras caras no existían, eran invisibles, como son las caras de los verdugos.
El paso lento y la monotonía del lugar completaban aquel cuadro dramático. Don Esteban tomó con rudeza la pala y abrió la tierra. Raíces y gusanos salían para que el cuerpo entrara. Fue en ese momento, el más terrible, cuando paradójicamente sentí alivio. Ya no importa niño que tu cuna no tenga tules, ni cintas celestes, ni barrotes de bronce. Estaban todos tiesos, tan tristes que no lograba comprenderlos. Esta nueva idea de la muerte me había regocijado. Cerré los ojos y respiré profundo, entonces comprendí lo que era la resignación.
–Ya llegamos –dijo papá mientras sostenía el liviano cajón que contenía el pequeño cuerpecito.
– ¿¡A dónde!? –grité espantada.
– ¿Qué te pasa hija?... ya llegamos, acá.
Entonces lo miré y pude ver que no sostenía un liviano cajón sino una pesada bolsa que contenía maíz. Todos habían vuelto al campamento. Miré en derredor, no había un muerto, había muchos. Sus caras cansadas, sus ásperas manos, sus cuerpos doblados, sus labios resecos y sus pieles resquebrajadas no irradiaban precisamente vida. Los observé uno por uno, les miré sus ojos y también ví en ellos la resignación, pero no la que trae paz sino la que provoca abulia, abandono, entrega. Hubiese querido zamarrearlos y gritarles:
– ¡Despierten de ese sueño miserable!, ¡no se arrastren por el suelo, anden erguidos para que no pisoteen sus vientres porque si así sucediera estarían malditos sus hijos! ¡Todas las generaciones venideras serán pisoteadas igual que ustedes, sólo por haber cometido el pecado de nacer de sus mismos vientres... de vientres obreros!
No dije nada de eso. Yo sabía callar. También había nacido de un vientre pisoteado. Peones al servicio de una tierra fértil que regaban con su transpiración y su mudez. Atrapados por las maletas que cargaban con espigas, luego embolsaban, apilaban en los rastrojos y en una chata llevaban el maíz a las trojas donde se transformaba en sustento de vida de los pobres y fortuna de los latifundistas.
– ¿En qué pensás? –dijo mi padre.
Sin responder giré la cabeza en dirección a la jardinera, mi madre se acercaba decidida al cajón. Cerré los ojos. Cuando volví a abrirlos mi hermano chupaba, afanoso, la teta. Por primera vez pude ver ternura en aquella escena que tantas veces me había provocado desprecio.

13 comentarios:

  1. ¡CON RAZÒN!!, excelente,

    mis felicitaciones y

    abrazos

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  2. Felicitaciones amiga! No dejás de sorprendernos con tus magníficos relatos!

    Un abrazo!

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  3. Excelente.

    "los abuelos, tuvieron menos sed que los padres. Los abuelos, murieron de sed. Los padres, tuvieron menos sed que los hijos. Los padres, tambièn murieron de sed. Y los hijos, tienen sed de nacer, para morirse de sed."

    Tu relato es magnìfico.

    saludos

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  4. un cruel relato de la realidad y la miseria que se vivia por quellas epocas,donde la miseria y la desdicha iban de la mano.

    muchas gracias tihada por regalarnos estos cuentos que siempre nos dejan una reflexion acertada.

    te dejo un fuerte abrazo!!!

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  5. Realmente sobrecogedor Tihada, pero digno de ganar el premio!

    Historias de vidas, de generaciones que han poblado y pueblan las tierras!

    Abrazos!

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  6. Felicitaciones Tihada por este magnífico cuento!!!gracias por publicarlo!!!!
    Besitos!!!!

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  7. A Adelfa, Sandra, Gaucho, Sony, Adriana e Ilusión:
    Es una alegría que estén presentes, que lean, opinen, expresen sus emociones!
    Nada es el escritor sin el que lee, ¿para quién se prepara gustoso una comida? ¿para disfrutarla en soledad?
    Gracias por sentarse en esta mesa!
    En cuanto a la sed (bellísimas palabras)he reflexionado que (en el cuento) pertenezco a esa tercera generación, la que tal vez muera de sed:

    Bebí de la copa y me sacié por un tiempo
    Bebí del cántaro y quedé satisfecho
    Hoy bebo del río, quiero probar el mar
    Si muero sediento ha sido amigo, por buscar.

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  8. Tihada..sos culpable de que se me pusiera la piel de gallina...que buen cuento....me dejaste medio mudo..está genial...y es verdad lo que dice Adelfa, con razón el premio, más que merecido, te felicito sinceramente!!
    Gran saludo!
    Migue

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  9. MI MUY QUERIDA TIHADA; TU CUENTO ES MARAVILLOSO,POR MOMENTOS DESCARNADO COMO LA VIDA MISMA, OTROS SUBLIME CON LA CREACION DE LOS ÁNGELES. TU CREATIVIDAD ES MAGNÍFICA.
    AL LEERLO ME HAS CONDUCIDO POR MIL CAMINITOS QUE CONOZCO, DE OTRAS VIDAS Y, POR MOMENTOS TU ALMA SENSIBLE, ME RECORDÓ LA RAZÓN POR LA QUE ESTOY EN EL LUGAR QUE ESTOY, ALLÍ DONDE AQUELLO QUE TAN GRANDIOSAMENTE COMENTÁS, ES LO QUE SUCEDE A DIARIO, MIENTRAS RECORRÍA CADA LETRA, CADA PALABRA, CADA FRASE, VENÍAN A MI MENTE LAS CARITAS DE MIS ALUNMOS , REDONDAS, MARRONES, COMO LA DE LA VIRGEN DEL VALLE DE CATAMARCA, ¿TE ACORDÁS?... LAS DE SUS PADRES, SIN SABER LEER Y SIN SABER QUÉ DECIR, CON LA CABEZA BAJA, CON LA SUMISIÓN DE SIGLOS EN SUS HOMBROS,TRISTE REALIDAD , HERMANA DEL ALMA. TRISTE PORQUE ES AHORA, EN EL 2010, NO EN 1942, COMO TU CUENTO. CLARO QUE TAL VEZ, SER POBRE VENIDO DE LA POS-GUERRA EUROPEA NO SERÁ LO MISMO QUE VENIR DE NUESTROS HERMANOS VECINOS, NUESTROS HERMANOS LATINOAMERICANOS.
    QUERIDA TIHADA, GRACIAS POR TANTA CALIDAD Y MUCHO MÁS POR TANTA CALIDEZ.LA LÁGRIMA QUE DERRAMÉ, ES POR TU RELATO Y POR LA REVERENCIA QUE SIENTO, ANTE TU DECIR, ESCRIBIR Y CONTAR. GRACIAS NUEVAMENTE, CRISTINA.

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  10. Querido Migue, si un cuento te ha movilizado es porque la sensibilidad está en vos, es tu capacidad de conectarte con el dolor de otros seres humanos, de imaginar lo que leías y ponerle a cada palabra sentimiento.
    Gracias por leerlo y por tus palabras
    Un gran abrazo!

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  11. Tihada, que nudo he tenido en la garganta esperando el final, y por dentro pidiendo que el chiquillo estuviese bien.
    Un relato bonito y real, de la vida tan dura que llevan miles de jornaleros en los campos, da igual sea en Argentina o España, la miseria es la misma.
    Merecía sin duda el premio te felicito y un abrazo.

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  12. QUERIDA CRISTINA, MI AMIGA-HERMANA DEL ALMA, CUÁNTAS MIRADAS TENÉS SOBRE EL CUENTO, PORQUE SABÉS MIRAR LA VIDA CON TANTO CORAJE QUE A MÍ ME PROVOCA ADMIRACIÓN TODO LO QUE HACÉS!
    TU FE, TU FUERZA, ESE NOMBRAR A MARÍA CON ESA ESPERANZA ESPECIAL QUE PONÉS EN LA MADRE SON UN EJEMPLO A SEGUIR.
    AHORA LAS LÁGRIMAS ANDAN POR ACÁ AMIGA, ESAS QUE LAVAN EL ALMA!
    GRACIAS!
    QUE MI ABRAZO APRETUJADO VUELE A TU CASA!

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  13. QUERIDA CORDOBESA TE IMAGINO UN SER MUY SENSIBLE Y CON UNA GRAN FACILIDAD PARA CAPTAR LA TRISTEZA COMO PARA REÍRTE A CARCAJADAS...
    CUANDO PREPARÁS ESAS RICAS COMIDAS, LES LEÉS A TUS NIETOS O TE SENTÁS EN LA COMPUTADORA ESTÁS HACIENDO TODO COMO UN ACTO DE AMOR. ASÍ, DESDE ACÁ, TE VEO AMIGA.
    UN ABRAZO INMENSO!

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