martes, 22 de diciembre de 2009

HOY CUMPLIMOS CUATRO MESES

Dedicado a:
los que creen que el arte está entre las necesidades básicas a las que todos deberíamos acceder;
los que sienten regocijo ante un paisaje, una pintura, una canción;
los que tienen la grandeza de elogiar los dones de los demás y la sabiduría de aceptar los propios.

Durante estos cuatro meses he recibido muchas satisfacciones, por eso he decidido festejarlo agradeciendo a cada uno de los que pasan por este espacio, leen alguna historia, dejan comentarios, me envían mensajes al correo...
Ustedes han sido muchas veces el impulso creador, porque así como el actor necesita del espectador para que el hecho teatral se complete; el escritor necesita del lector, a tal punto que esa condición se la otorga el otro.

Gracias, gracias, gracias...y les deseo que en sus vidas se haga realidad el pedido tan bellamente sintetizado en esta frase:
"...Señor, dadme en este día un recuerdo que guardar".


¡FELICES FIESTAS!
Un fuerte abrazo
Tihada





domingo, 20 de diciembre de 2009

Tercer Experimento-frasco rosa: "El Peso de los Sueños"

La tía Amparo dice que tengo el sueño parecido al de mi papá.
– ¿Cómo sabés eso tía? -le pregunto.
– Porque tu mamá tiene el sueño liviano y tu papá el sueño pesado.
– ¿Y tus sueños tía?
– Ay… se adelgazaron con los años mi niña, pero siguen siendo color de rosa.
– ¿Y los del abuelo Ramón?
– Son sueños frágiles, pasados de moda.
– ¿Y mis sueños cómo son?
– ¡Gordísimos!
– ¿Por?
– ¡Porque estás noche y día soñando!


sábado, 19 de diciembre de 2009

Segundo Experimento-frasco multicolor: INTERCAMBIOS

Con la abuela miramos por la ventana, vemos alejarse el auto de papá y gritamos a coro:
– ¡Intercambios!
La abuela lo primero que larga es el bastón, a cambio yo le tengo que dar los patines. El bastón es un buen caballo para andar por la casa y lo disfrazo con ropa de mamá o papá. Si alguien toca timbre con la abuela nos miramos y se asoma el bastón que muy campante dice:
– Hoy es día de intercambios, no estamos para atender ni cobradores ni visitas.
La abuela se pone los patines en las manos y de rodillas anda a toda velocidad por la casa. Bruumm, brummm, juega a los autitos chocadores, ¡y más vale que me corra, porque le deja moretones a las paredes y ella no se hace ni un rasguño!
– ¡Intercambios! -gritamos.
Y hacemos cambios de delantales, ella me da el de cocina y yo el de la escuela. Le queda medio apretado y la tela cruje pidiendo auxilio. Ella salta por los sillones, hace pasitos cruzando los pies mientras recita:
– A B C D E F …-hasta la Z no respira.
Después coloca a los muñecos en fila y canta:
– “Al don, al don al don pirulero; cada cual cada cual atiende su juego…”
Yo reviso la heladera y la alacena, saco todo lo que hay y pienso qué comida se puede preparar mezclando todos los ingredientes. A veces sale un rico guiso con trozos de galletitas dulces; otras veces empanadas rellenas con gelatina.
– ¡Intercambios! -el último que nos queda antes que aparezcan los aguafiestas.
La abuela me da lo que más me divierte: su dentadura postiza. Me la cuelgo de la nariz o de las orejas y me convierto en un monstruo de dos bocas. La manejo con una mano como si fuera un títere puro diente. Converso mucho rato con las muelas y cuando opinamos distinto nos mordemos con gusto.
La abuela se pone todas mis hebillas, las pulseras, aros, pinturas, los prendedores con muñequitos. Ella se hace dos colitas y se pasea por toda la casa con los auriculares, bailando al compás de la música y dice:
– Soy la bella quinceañera sin dientes.
Cuando llegan mamá y papá todo está como debe estar: la abuela sentada, medio tembleque y con el bastón en la mano. Yo mirando tele. Y las dos sonreímos pensando en el próximo intercambio.

viernes, 18 de diciembre de 2009

LA GOTA CREADORA

Prendí la computadora y en la pantalla decía:

Andá hasta la puerta.

Obedecí a la indicación sin saber de qué se trataba. Colgada del picaporte encontré una pequeña bolsa con esta nota:

“En el interior hay tres frascos, cada uno contiene el germen de una historia. Sólo tenés que depositar cada noche la gota de uno de los frascos sobre un papel, con mucho cuidado que no se desparrame en la mesa o se evapore en el aire. Dejás que la gota se deslice a voluntad. Pasadas unas horas, si nadie interfirió entre tu gota y vos, verás los trazos de un relato.
No apresurarse es una de las virtudes que aseguran el éxito del experimento. Una noche dejás caer una gota, a la noche siguiente la otra…El amanecer te sorprenderá con un mensaje que tendrás que compartirlo con aquellas personas que durante este año te han acompañado en la construcción de un sueño.”

No entendía cómo iba a funcionar, pero acepté el reto. Seguí todas las explicaciones y surgieron las historias que, como se me ha indicado, debo compartir.
Pensé que el mundo de Tihada es el lugar acertado para que la gota transformada se encuentre con seres que valoran el origen de la creación. Lean la primera historia que nació de una gota.


Primer Experimento-frasco negro azabache: “Noventa y nueve y cien”

La mamá sienta a Paola en un banquito. Las dos están frente al espejo. La suave cabellera de la niña es cepillada por su mamá noche tras noche.
– Noventa y nueve y cien -dice la mamá y termina de acariciar el cabello.
Así cada noche lo va dejando más brilloso y suave.
Cuando la mamá ha pasado el cepillo más de sesenta veces Paola está entre dormida y de cada mechón de su cabellera sale una historia. A la mañana siguiente no sabe si viajó con su perro hasta el Amazonas, si se lo contó su mamá, o salió de su cabello negro azabache.
Tanto cariño reciben esos pelitos que cada día están más inteligentes. Si llueve se elevan contra la gravedad y se abren como un paraguas; si alguien pelea a la niña, las puntas se tensan como flechas.
Lo más interesante de estos cabellos mimosos es que tienen dos maravillosas habilidades que hasta una reina desearía: se desenredan antes que los tironeen y que son tan pícaros que se hicieron amigos de los piojitos, con quienes han hecho un trato:
– Compinches, pero no pegoteados. Si andan por la cabeza del que está al lado, ojito con saltar o rompemos la amistad.
Los piojos obedecen y el cabello crece en paz de los hombros al ombligo, de la cola a las rodillas.
La mamá dice:
– Cuando pase los talones te va a servir como cola para el vestido de novia.
Y esa noche el cabello sueña una historia de amor que Paola guarda en el cofre más precioso.

(El segundo experimento lo realizo esta noche y mañana les muestro el resultado)




jueves, 10 de diciembre de 2009

LOS CAMBIOS DE PAPÁ NOEL (segunda parte)

Esa noche, mientras meditaba debajo de un puente, una luciérnaga se apoyó en su hombro:
– ¿Cómo estás Papá Noel? -le dijo.
– Veo todo oscuro.
– Por eso he venido, a alumbrarte. ¿Y cuál es la causa de tanta oscuridad?
– Nadie me reconoce y mañana es Nochebuena.
– Yo te he reconocido.
– Pero en los noticieros hablan mal de mí y hasta de las jugueterías me echan…
– ¿Hay niños dueños de jugueterías?
– No.
– ¿Y niños al frente de los noticieros?
– No. ¿Y eso qué tiene que ver?
– Pensá, siempre para las Navidades te ocultás para no ser descubierto por los más pequeños, en esta Navidad tendrás que hacer sencillamente lo opuesto.
La luciérnaga se durmió apoyando su cabeza en el cuello de Papá Noel, lo iluminó toda la noche y partió antes de ser descubierta por los rayos del sol. Cuando el viejito despertó sabía claramente lo que tenía que hacer. Acomodó su traje azul, cargó la blanca mochila y salió a buscar niños.
Primero le pareció oportuno ir por los campos y las montañas, lugares alejados de las ciudades donde nadie desconfiara de quién era él realmente. Los primeros regalos se los entregó a unos niños que guardaban los animales en un establo, después anduvo con la bici a toda velocidad para alcanzar a unos pequeños que regresaban a su casa cabalgando, y subió un empinado cerro para llegar hasta una escuela donde los alumnos preparaban un árbol navideño.

La inmensidad lo vio pasar, los desolados caminos lo ayudaron a llegar a los más recónditos lugares donde fue recibido por los niños con total naturalidad y las flores silvestres, luciendo su belleza entre los pajonales, le dieron un mensaje esperanzador:
-Lo que está destinado a ser, crecerá en cualquier lugar.
En la primera ciudad que llegó encontró unos chicos deambulando por las calles, comiendo de las sobras de los restaurantes, cuidando autos… no esperaban nada especial esa noche. El Viejito Pascuero les dejó un regalo a cada uno y un obsequio muy especial, ¡los chicos no podían creer que tenían algo así entre sus pies!
– ¿Vos sos… Papá Noel? –se atrevió a preguntar uno.
– Sí -dijo el Viejito a media voz- pero no le pueden decir a ningún adulto que me han encontrado, porque sólo los niños me pueden ver.
– ¡Contá con nosotros! –gritaron los chicos y desparecieron corriendo detrás de la primera pelota de cuero que les pertenecía.
Un grupo que dormitaba en una esquina, los que recolectaban cartones, las caras detrás de los ventanales de los hospitales para niños, ¡todos vieron pasar a ese grupo de locos felices detrás de una pelota!
–¡Ey, dónde la encontraron!
– La trajo Papá Noel.
– ¿Y dónde está?
– Escondido de los adultos.
En pocos segundos centenares de chicos buscaban a Papá Noel para que les diera su regalo. Lo reconocían a la distancia y del color del traje ni se preocupaban, ¡si nunca lo habían visto, era lo mismo que fuera verde, azul o anaranjado!
Después les llegó el turno a los chicos que estaban cenando con sus familias. El Viejito estaba sentado en la rama de un árbol pensando cómo haría para entrar a las casas sin ser visto por los mayores, cuando tres pequeños se asomaron por la ventana y gritaron:
– ¡Ahí está Papá Noel!
– Es imposible -respondió el padre con indiferencia y siguió comiendo nueces.
– ¡Vamos a ver! -dijo uno con anteojitos y sonrisa traviesa.
Papá Noel los esperó detrás del árbol. Los chicos saltaron de alegría al recibir los regalos y escucharon atentamente a ese encantador anciano:
–Dónde encontrarme es un secreto que sólo los niños deben conocer.
Los pequeños entendieron perfectamente y fueron a darle la noticia a sus primos y éstos a sus amigos, que no tardaron en llamar por teléfono a sus compañeros de escuela:
– Papá Noel está entre nosotros, un poco disfrazado para que los grandes no lo reconozcan -era el mensaje que se pasaban unos a otros.
Así Papá Noel fue de ciudad en ciudad, de país en país… y para su sorpresa distribuyó los regalos con más rapidez que años anteriores. Los chicos eran expertos en jugar a las escondidas, lo introdujeron en sus casas por lugares inesperados y Papá Noel nunca supo cómo llegó a estar adentro de una heladera, en la cucha de un perro guardián que no dejaba de lamerle la cara o colgado de la ducha del baño.
Pasó la Navidad y Papá Noel regresó a su morada con la mochila vacía. Una lechuza de ojos saltones, acostumbrada a mirar la vida de los demás, le dijo al verlo pasar:
–¡Ay Viejito Pascuero por querer cambiar a tu edad cuántos líos has armado!
– Y lo volvería a hacer querida lechuza, porque gracias a mis cambios es el año que más aventuras y alegrías he vivido.

Y la felicidad y el coraje lo acompañaron en el camino de regreso.













domingo, 6 de diciembre de 2009

LOS CAMBIOS DE PAPÁ NOEL

Llegó noviembre y Papá Noel empezó a organizarse para el arduo trabajo que le esperaba durante el mes de diciembre. Revisó en el ropero y se encontró con cientos de trajes idénticos: la vestimenta rojiblanca y el mismo gorrito. Sintió ganas de cambiar.
­– ¿Y si este año uso otro traje? -dijo para sí.
Fue a anunciarles su idea a los duendes que estaban trabajando a toda velocidad en la construcción de los juguetes que iba a llevar el Viejito, como ellos lo llamaban cariñosamente.
– Dejen de trabajar un momento -les pidió Papá Noel- tengo algo que informarles.
Miles de duendes se reunieron alrededor de su querido amigo.
– ¿Qué sucede Viejito? -preguntó Kili, uno de los once duendes que integraba el Concejo Mayor.
Papá Noel acarició su barba que caía sobre el ombligo y dijo:
– Necesito un traje nuevo de tela azul que se las proporcionará el Cielo, con detalles plateados que solicitarán al Lucero y alguna Nube me obsequiará su blancura para la mochila donde llevaré los juguetes.
­Los duendes se miraron extrañados y Kili se atrevió a preguntar:
– ¿Le parece necesario cambiar de atuendo cuando durante tantos años le ha ido de maravillas con el traje que…?
Papá Noel lo interrumpió:
– Todavía no he terminado, también deseo que me fabriquen una bicicleta que tenga todas las comodidades para andar en cualquier terreno, por tierra y por agua.
– ¿Y qué hacemos con el trineo y los renos?, ¿y con las campanitas de plata que los animales cuelgan de sus cuellos anunciando su llegada? -preguntó tímidamente Coqui, el duende adiestrador de renos.
– Este año los renos van a descansar y las campanas serán reemplazadas por una bocina que suene tan fuerte como para limpiar los tapones que provocan sordera en el Mundo.
Dicho esto el Viejito Pascuero se retiró. Los duendes hablaban todos al mismo tiempo, estaban desconcertados:
– ¿Será una broma? -decían algunos.
– ¿Y qué es eso de los tapones? -se preguntaban frunciendo el ceño otros.
Kili decidió que el Concejo Duendecil se reuniera a la brevedad. Después de horas discutiendo organizaron comisiones que se encargaron de las diferentes tareas: la de los modistos, la de los bicicleteros, los terapeutas de renos y una comisión especial, para fabricar la bocina, formada por los duendes-luthiers.
Después de mucho trabajo los duendecillos terminaron con la tarea indicada a cada comisión. El Viejito se mostró muy agradecido porque todo había quedado según sus deseos.
El 1 de diciembre Papá Noel estaba listo para partir. Los duendes le entregaron millones de juguetes junto con un pesado libro que en su tapa se leía “Listado de Niños Buenos”. Ese era el libro de consulta en el que figuraban las direcciones donde el Viejito debía dejar los regalos. Papá Noel subió a la bici super especial y revoleó por los aires el libro.
– Este año no cargaré un objeto tan pesado que no me sirve para nada.
– ¿Pero cómo sabrá a qué niños debe dejar los regalos? -preguntó Coqui.
– Donde haya un niño habrá un regalo.
– ¡Ooooh! -dijeron a coro los pequeños ayudantes.
Así partió el Viejito Pascuero, estrenando un bello traje azul con apliques de polvo de estrellas; una mochila confeccionada con una nube que se sintió halagada de servir para guardar juguetes; y una bicicleta inteligente experta en adaptarse a cada ambiente y poseedora de una bocina gigante que al tocarla sonaba música apropiada a la situación, según explicaron orgullosos los expertos en hacer instrumentos.
Mientras el Viejito partía feliz con sus nuevas adquisiciones, el Concejo Duendecil llamó a Asamblea Extraordinaria para discutir sobre esa actitud inesperada de abandonar un libro tan valioso y que tanto trabajo les había dado confeccionar durante el año: el listado de los “chicos buenos”.
El Viejito Pascuero pedaleó tanto entre montañas, ríos, bosques y desiertos que su panza hizo plof y explotó como un globo. En Francia tuvo que recurrir a un sastre que le achicara la ropa porque el pantalón se le iba a caer. Cuando llegó al hemisferio Sur el calor lo convenció de cortarse el cabello y la barba; y cuando pasó por las calurosas playas del caribe, recortó el pantalón y se hizo una bermuda. El Viejito estaba muy satisfecho con su nuevo aspecto. En una plaza de México se detuvo para acercarse a los niños, pero los adultos lo miraban con desconfianza. Lo mismo le pasó en Ecuador, Venezuela, Brasil, Argentina, Chile… ¡en todos los rincones del planeta!
– Ji ji ji soy Papá Noel -decía a los pequeños que pasaban.
Los adultos no dejaban que los niños se acercaran y decían con desdeño:
– ¿Por quién nos ha tomado este flacucho?
– ¿Y dónde tenés la panza, eh?
– ¡Y qué risa más ridícula! Papá Noel se ríe jojojo, y vos te reís jijiji, ¡embustero!
Mediados de diciembre se acercaba y Papá Noel no había conseguido cumplir con su tarea. Eligió para detenerse la puerta de una juguetería, años anteriores era el lugar preferido donde padres e hijos se agolpaban a su alrededor. Pero este año fue muy diferente, el dueño de la juguetería lo sacó corriendo:
– ¡Váyase bien lejos de mi negocio que me aleja la clientela, viejo pordiosero!
Pronto la noticia de “un desconocido que se hace pasar por Santa Claus…” recorrió los noticieros del mundo. En la calle no se hablaba de otra cosa:
– Hay un loquifato que se hace pasar por Papá Noel flaco -dijo una maestra jardinera.

Repitieron la frase en la tele y en las puertas de las casas -en lugar de colgar los tradicionales adornos- pusieron carteles: “Cuidado con Papá Noel flaco”.
El viejito estaba cabizbajo, no sabía dónde esconderse, pero lo que más le preocupaba era que ningún niño recibiera su regalo.

CONTINUARÁ...¿Y cómo habrá resuelto su problema Papá Noel? Antes de Navidad te vas a enterar.