martes, 22 de diciembre de 2009

HOY CUMPLIMOS CUATRO MESES

Dedicado a:
los que creen que el arte está entre las necesidades básicas a las que todos deberíamos acceder;
los que sienten regocijo ante un paisaje, una pintura, una canción;
los que tienen la grandeza de elogiar los dones de los demás y la sabiduría de aceptar los propios.

Durante estos cuatro meses he recibido muchas satisfacciones, por eso he decidido festejarlo agradeciendo a cada uno de los que pasan por este espacio, leen alguna historia, dejan comentarios, me envían mensajes al correo...
Ustedes han sido muchas veces el impulso creador, porque así como el actor necesita del espectador para que el hecho teatral se complete; el escritor necesita del lector, a tal punto que esa condición se la otorga el otro.

Gracias, gracias, gracias...y les deseo que en sus vidas se haga realidad el pedido tan bellamente sintetizado en esta frase:
"...Señor, dadme en este día un recuerdo que guardar".


¡FELICES FIESTAS!
Un fuerte abrazo
Tihada





domingo, 20 de diciembre de 2009

Tercer Experimento-frasco rosa: "El Peso de los Sueños"

La tía Amparo dice que tengo el sueño parecido al de mi papá.
– ¿Cómo sabés eso tía? -le pregunto.
– Porque tu mamá tiene el sueño liviano y tu papá el sueño pesado.
– ¿Y tus sueños tía?
– Ay… se adelgazaron con los años mi niña, pero siguen siendo color de rosa.
– ¿Y los del abuelo Ramón?
– Son sueños frágiles, pasados de moda.
– ¿Y mis sueños cómo son?
– ¡Gordísimos!
– ¿Por?
– ¡Porque estás noche y día soñando!


sábado, 19 de diciembre de 2009

Segundo Experimento-frasco multicolor: INTERCAMBIOS

Con la abuela miramos por la ventana, vemos alejarse el auto de papá y gritamos a coro:
– ¡Intercambios!
La abuela lo primero que larga es el bastón, a cambio yo le tengo que dar los patines. El bastón es un buen caballo para andar por la casa y lo disfrazo con ropa de mamá o papá. Si alguien toca timbre con la abuela nos miramos y se asoma el bastón que muy campante dice:
– Hoy es día de intercambios, no estamos para atender ni cobradores ni visitas.
La abuela se pone los patines en las manos y de rodillas anda a toda velocidad por la casa. Bruumm, brummm, juega a los autitos chocadores, ¡y más vale que me corra, porque le deja moretones a las paredes y ella no se hace ni un rasguño!
– ¡Intercambios! -gritamos.
Y hacemos cambios de delantales, ella me da el de cocina y yo el de la escuela. Le queda medio apretado y la tela cruje pidiendo auxilio. Ella salta por los sillones, hace pasitos cruzando los pies mientras recita:
– A B C D E F …-hasta la Z no respira.
Después coloca a los muñecos en fila y canta:
– “Al don, al don al don pirulero; cada cual cada cual atiende su juego…”
Yo reviso la heladera y la alacena, saco todo lo que hay y pienso qué comida se puede preparar mezclando todos los ingredientes. A veces sale un rico guiso con trozos de galletitas dulces; otras veces empanadas rellenas con gelatina.
– ¡Intercambios! -el último que nos queda antes que aparezcan los aguafiestas.
La abuela me da lo que más me divierte: su dentadura postiza. Me la cuelgo de la nariz o de las orejas y me convierto en un monstruo de dos bocas. La manejo con una mano como si fuera un títere puro diente. Converso mucho rato con las muelas y cuando opinamos distinto nos mordemos con gusto.
La abuela se pone todas mis hebillas, las pulseras, aros, pinturas, los prendedores con muñequitos. Ella se hace dos colitas y se pasea por toda la casa con los auriculares, bailando al compás de la música y dice:
– Soy la bella quinceañera sin dientes.
Cuando llegan mamá y papá todo está como debe estar: la abuela sentada, medio tembleque y con el bastón en la mano. Yo mirando tele. Y las dos sonreímos pensando en el próximo intercambio.

viernes, 18 de diciembre de 2009

LA GOTA CREADORA

Prendí la computadora y en la pantalla decía:

Andá hasta la puerta.

Obedecí a la indicación sin saber de qué se trataba. Colgada del picaporte encontré una pequeña bolsa con esta nota:

“En el interior hay tres frascos, cada uno contiene el germen de una historia. Sólo tenés que depositar cada noche la gota de uno de los frascos sobre un papel, con mucho cuidado que no se desparrame en la mesa o se evapore en el aire. Dejás que la gota se deslice a voluntad. Pasadas unas horas, si nadie interfirió entre tu gota y vos, verás los trazos de un relato.
No apresurarse es una de las virtudes que aseguran el éxito del experimento. Una noche dejás caer una gota, a la noche siguiente la otra…El amanecer te sorprenderá con un mensaje que tendrás que compartirlo con aquellas personas que durante este año te han acompañado en la construcción de un sueño.”

No entendía cómo iba a funcionar, pero acepté el reto. Seguí todas las explicaciones y surgieron las historias que, como se me ha indicado, debo compartir.
Pensé que el mundo de Tihada es el lugar acertado para que la gota transformada se encuentre con seres que valoran el origen de la creación. Lean la primera historia que nació de una gota.


Primer Experimento-frasco negro azabache: “Noventa y nueve y cien”

La mamá sienta a Paola en un banquito. Las dos están frente al espejo. La suave cabellera de la niña es cepillada por su mamá noche tras noche.
– Noventa y nueve y cien -dice la mamá y termina de acariciar el cabello.
Así cada noche lo va dejando más brilloso y suave.
Cuando la mamá ha pasado el cepillo más de sesenta veces Paola está entre dormida y de cada mechón de su cabellera sale una historia. A la mañana siguiente no sabe si viajó con su perro hasta el Amazonas, si se lo contó su mamá, o salió de su cabello negro azabache.
Tanto cariño reciben esos pelitos que cada día están más inteligentes. Si llueve se elevan contra la gravedad y se abren como un paraguas; si alguien pelea a la niña, las puntas se tensan como flechas.
Lo más interesante de estos cabellos mimosos es que tienen dos maravillosas habilidades que hasta una reina desearía: se desenredan antes que los tironeen y que son tan pícaros que se hicieron amigos de los piojitos, con quienes han hecho un trato:
– Compinches, pero no pegoteados. Si andan por la cabeza del que está al lado, ojito con saltar o rompemos la amistad.
Los piojos obedecen y el cabello crece en paz de los hombros al ombligo, de la cola a las rodillas.
La mamá dice:
– Cuando pase los talones te va a servir como cola para el vestido de novia.
Y esa noche el cabello sueña una historia de amor que Paola guarda en el cofre más precioso.

(El segundo experimento lo realizo esta noche y mañana les muestro el resultado)




jueves, 10 de diciembre de 2009

LOS CAMBIOS DE PAPÁ NOEL (segunda parte)

Esa noche, mientras meditaba debajo de un puente, una luciérnaga se apoyó en su hombro:
– ¿Cómo estás Papá Noel? -le dijo.
– Veo todo oscuro.
– Por eso he venido, a alumbrarte. ¿Y cuál es la causa de tanta oscuridad?
– Nadie me reconoce y mañana es Nochebuena.
– Yo te he reconocido.
– Pero en los noticieros hablan mal de mí y hasta de las jugueterías me echan…
– ¿Hay niños dueños de jugueterías?
– No.
– ¿Y niños al frente de los noticieros?
– No. ¿Y eso qué tiene que ver?
– Pensá, siempre para las Navidades te ocultás para no ser descubierto por los más pequeños, en esta Navidad tendrás que hacer sencillamente lo opuesto.
La luciérnaga se durmió apoyando su cabeza en el cuello de Papá Noel, lo iluminó toda la noche y partió antes de ser descubierta por los rayos del sol. Cuando el viejito despertó sabía claramente lo que tenía que hacer. Acomodó su traje azul, cargó la blanca mochila y salió a buscar niños.
Primero le pareció oportuno ir por los campos y las montañas, lugares alejados de las ciudades donde nadie desconfiara de quién era él realmente. Los primeros regalos se los entregó a unos niños que guardaban los animales en un establo, después anduvo con la bici a toda velocidad para alcanzar a unos pequeños que regresaban a su casa cabalgando, y subió un empinado cerro para llegar hasta una escuela donde los alumnos preparaban un árbol navideño.

La inmensidad lo vio pasar, los desolados caminos lo ayudaron a llegar a los más recónditos lugares donde fue recibido por los niños con total naturalidad y las flores silvestres, luciendo su belleza entre los pajonales, le dieron un mensaje esperanzador:
-Lo que está destinado a ser, crecerá en cualquier lugar.
En la primera ciudad que llegó encontró unos chicos deambulando por las calles, comiendo de las sobras de los restaurantes, cuidando autos… no esperaban nada especial esa noche. El Viejito Pascuero les dejó un regalo a cada uno y un obsequio muy especial, ¡los chicos no podían creer que tenían algo así entre sus pies!
– ¿Vos sos… Papá Noel? –se atrevió a preguntar uno.
– Sí -dijo el Viejito a media voz- pero no le pueden decir a ningún adulto que me han encontrado, porque sólo los niños me pueden ver.
– ¡Contá con nosotros! –gritaron los chicos y desparecieron corriendo detrás de la primera pelota de cuero que les pertenecía.
Un grupo que dormitaba en una esquina, los que recolectaban cartones, las caras detrás de los ventanales de los hospitales para niños, ¡todos vieron pasar a ese grupo de locos felices detrás de una pelota!
–¡Ey, dónde la encontraron!
– La trajo Papá Noel.
– ¿Y dónde está?
– Escondido de los adultos.
En pocos segundos centenares de chicos buscaban a Papá Noel para que les diera su regalo. Lo reconocían a la distancia y del color del traje ni se preocupaban, ¡si nunca lo habían visto, era lo mismo que fuera verde, azul o anaranjado!
Después les llegó el turno a los chicos que estaban cenando con sus familias. El Viejito estaba sentado en la rama de un árbol pensando cómo haría para entrar a las casas sin ser visto por los mayores, cuando tres pequeños se asomaron por la ventana y gritaron:
– ¡Ahí está Papá Noel!
– Es imposible -respondió el padre con indiferencia y siguió comiendo nueces.
– ¡Vamos a ver! -dijo uno con anteojitos y sonrisa traviesa.
Papá Noel los esperó detrás del árbol. Los chicos saltaron de alegría al recibir los regalos y escucharon atentamente a ese encantador anciano:
–Dónde encontrarme es un secreto que sólo los niños deben conocer.
Los pequeños entendieron perfectamente y fueron a darle la noticia a sus primos y éstos a sus amigos, que no tardaron en llamar por teléfono a sus compañeros de escuela:
– Papá Noel está entre nosotros, un poco disfrazado para que los grandes no lo reconozcan -era el mensaje que se pasaban unos a otros.
Así Papá Noel fue de ciudad en ciudad, de país en país… y para su sorpresa distribuyó los regalos con más rapidez que años anteriores. Los chicos eran expertos en jugar a las escondidas, lo introdujeron en sus casas por lugares inesperados y Papá Noel nunca supo cómo llegó a estar adentro de una heladera, en la cucha de un perro guardián que no dejaba de lamerle la cara o colgado de la ducha del baño.
Pasó la Navidad y Papá Noel regresó a su morada con la mochila vacía. Una lechuza de ojos saltones, acostumbrada a mirar la vida de los demás, le dijo al verlo pasar:
–¡Ay Viejito Pascuero por querer cambiar a tu edad cuántos líos has armado!
– Y lo volvería a hacer querida lechuza, porque gracias a mis cambios es el año que más aventuras y alegrías he vivido.

Y la felicidad y el coraje lo acompañaron en el camino de regreso.













domingo, 6 de diciembre de 2009

LOS CAMBIOS DE PAPÁ NOEL

Llegó noviembre y Papá Noel empezó a organizarse para el arduo trabajo que le esperaba durante el mes de diciembre. Revisó en el ropero y se encontró con cientos de trajes idénticos: la vestimenta rojiblanca y el mismo gorrito. Sintió ganas de cambiar.
­– ¿Y si este año uso otro traje? -dijo para sí.
Fue a anunciarles su idea a los duendes que estaban trabajando a toda velocidad en la construcción de los juguetes que iba a llevar el Viejito, como ellos lo llamaban cariñosamente.
– Dejen de trabajar un momento -les pidió Papá Noel- tengo algo que informarles.
Miles de duendes se reunieron alrededor de su querido amigo.
– ¿Qué sucede Viejito? -preguntó Kili, uno de los once duendes que integraba el Concejo Mayor.
Papá Noel acarició su barba que caía sobre el ombligo y dijo:
– Necesito un traje nuevo de tela azul que se las proporcionará el Cielo, con detalles plateados que solicitarán al Lucero y alguna Nube me obsequiará su blancura para la mochila donde llevaré los juguetes.
­Los duendes se miraron extrañados y Kili se atrevió a preguntar:
– ¿Le parece necesario cambiar de atuendo cuando durante tantos años le ha ido de maravillas con el traje que…?
Papá Noel lo interrumpió:
– Todavía no he terminado, también deseo que me fabriquen una bicicleta que tenga todas las comodidades para andar en cualquier terreno, por tierra y por agua.
– ¿Y qué hacemos con el trineo y los renos?, ¿y con las campanitas de plata que los animales cuelgan de sus cuellos anunciando su llegada? -preguntó tímidamente Coqui, el duende adiestrador de renos.
– Este año los renos van a descansar y las campanas serán reemplazadas por una bocina que suene tan fuerte como para limpiar los tapones que provocan sordera en el Mundo.
Dicho esto el Viejito Pascuero se retiró. Los duendes hablaban todos al mismo tiempo, estaban desconcertados:
– ¿Será una broma? -decían algunos.
– ¿Y qué es eso de los tapones? -se preguntaban frunciendo el ceño otros.
Kili decidió que el Concejo Duendecil se reuniera a la brevedad. Después de horas discutiendo organizaron comisiones que se encargaron de las diferentes tareas: la de los modistos, la de los bicicleteros, los terapeutas de renos y una comisión especial, para fabricar la bocina, formada por los duendes-luthiers.
Después de mucho trabajo los duendecillos terminaron con la tarea indicada a cada comisión. El Viejito se mostró muy agradecido porque todo había quedado según sus deseos.
El 1 de diciembre Papá Noel estaba listo para partir. Los duendes le entregaron millones de juguetes junto con un pesado libro que en su tapa se leía “Listado de Niños Buenos”. Ese era el libro de consulta en el que figuraban las direcciones donde el Viejito debía dejar los regalos. Papá Noel subió a la bici super especial y revoleó por los aires el libro.
– Este año no cargaré un objeto tan pesado que no me sirve para nada.
– ¿Pero cómo sabrá a qué niños debe dejar los regalos? -preguntó Coqui.
– Donde haya un niño habrá un regalo.
– ¡Ooooh! -dijeron a coro los pequeños ayudantes.
Así partió el Viejito Pascuero, estrenando un bello traje azul con apliques de polvo de estrellas; una mochila confeccionada con una nube que se sintió halagada de servir para guardar juguetes; y una bicicleta inteligente experta en adaptarse a cada ambiente y poseedora de una bocina gigante que al tocarla sonaba música apropiada a la situación, según explicaron orgullosos los expertos en hacer instrumentos.
Mientras el Viejito partía feliz con sus nuevas adquisiciones, el Concejo Duendecil llamó a Asamblea Extraordinaria para discutir sobre esa actitud inesperada de abandonar un libro tan valioso y que tanto trabajo les había dado confeccionar durante el año: el listado de los “chicos buenos”.
El Viejito Pascuero pedaleó tanto entre montañas, ríos, bosques y desiertos que su panza hizo plof y explotó como un globo. En Francia tuvo que recurrir a un sastre que le achicara la ropa porque el pantalón se le iba a caer. Cuando llegó al hemisferio Sur el calor lo convenció de cortarse el cabello y la barba; y cuando pasó por las calurosas playas del caribe, recortó el pantalón y se hizo una bermuda. El Viejito estaba muy satisfecho con su nuevo aspecto. En una plaza de México se detuvo para acercarse a los niños, pero los adultos lo miraban con desconfianza. Lo mismo le pasó en Ecuador, Venezuela, Brasil, Argentina, Chile… ¡en todos los rincones del planeta!
– Ji ji ji soy Papá Noel -decía a los pequeños que pasaban.
Los adultos no dejaban que los niños se acercaran y decían con desdeño:
– ¿Por quién nos ha tomado este flacucho?
– ¿Y dónde tenés la panza, eh?
– ¡Y qué risa más ridícula! Papá Noel se ríe jojojo, y vos te reís jijiji, ¡embustero!
Mediados de diciembre se acercaba y Papá Noel no había conseguido cumplir con su tarea. Eligió para detenerse la puerta de una juguetería, años anteriores era el lugar preferido donde padres e hijos se agolpaban a su alrededor. Pero este año fue muy diferente, el dueño de la juguetería lo sacó corriendo:
– ¡Váyase bien lejos de mi negocio que me aleja la clientela, viejo pordiosero!
Pronto la noticia de “un desconocido que se hace pasar por Santa Claus…” recorrió los noticieros del mundo. En la calle no se hablaba de otra cosa:
– Hay un loquifato que se hace pasar por Papá Noel flaco -dijo una maestra jardinera.

Repitieron la frase en la tele y en las puertas de las casas -en lugar de colgar los tradicionales adornos- pusieron carteles: “Cuidado con Papá Noel flaco”.
El viejito estaba cabizbajo, no sabía dónde esconderse, pero lo que más le preocupaba era que ningún niño recibiera su regalo.

CONTINUARÁ...¿Y cómo habrá resuelto su problema Papá Noel? Antes de Navidad te vas a enterar.

viernes, 27 de noviembre de 2009

LAS TORPES HABILIDADES DE CASIANO

Desde el primer día Casiano Mastrovic mostró ser especial. Sus padres le habían preparado una bella cuna, adornada con cintas celestes y tul, pero tuvieron que salir a comprar una cama porque si la cabeza le entraba las piernas le colgaban, y cuando lograban meter las extremidades inferiores en la cuna la cabeza quedaba apoyada en el suelo. Para levantarlo tuvieron que contratar dos niñeras fornidas que ayudaran a sostener al bebotón.
– ¿Y a quién salió este pedazo de chico? -dijo la abuela que medía un poco más que la mesa.
– A mí no –dijo la madre a quien el mentón le pasaba cerca de los picaportes.
– A algún antepasado –se conformó el padre, un señor que salía todos los días con la almohada pegada a la cola para llegar a los pedales del auto.
Si todos los chicos crecen Casiano no lo hizo por menos sino por más, ¡y cuánto más, a los tres años usaba de bermudas los pantalones del padre!
A la hora del almuerzo Casiano se enfurecía cuando veía a su papá comer guiso o asado. La madre encontró una solución:
– Desde hoy en esta casa todos comemos lo mismo que el nene.
– Esto no me parece buena idea -decía el señor Mastrovic mientras tomaba el biberón.
Pero como el lactante no se conformaba con la leche, a los dos días y veinte minutos de haber abierto los ojos al mundo, el doctor autorizó:
– Señora puede empezar a darle puré con una pata de pollo y de postre banana con dulce de leche.
Pero el problema no se resolvió tan fácilmente, Casiano tenía un olfato muy sensible, sentía el olor a asado aunque lo estuvieran cocinando a más de treinta cuadras de su casa, y lograba diferenciar si ese rico olorcito era de chorizo, batatas a la parrilla o lechón al asador. Señalaba con la nariz el lugar de donde provenían los alimentos y los padres tenían que llevarlo a comer a donde fuera.
– ¡Hasta aquí llegué -dijo un día el señor Mastrovic revoleando la mamadera- yo también quiero comer hamburguesa con chimichurri!
Hasta que Casiano aprendió a caminar era una odisea salir a pasear, entre los padres y las dos nodrizas no podían llevarlo. A veces le pedían a algunos transeúntes que los ayudaran a cargar con el bebé, llegaron a ser más de cien personas los que lo llevaban a upa. Un día la policía los detuvo creyendo que eran manifestantes llevando en andas a su líder. Después de pasar más de quince horas en la comisaría el nene se comió la vianda de todo el personal.
– ¡Groaajjj! -abrió la boca Casiano.
­Un oficial alcanzó a decir “provechito” y los envolvió el polvillo rojizo de las paredes de los calabozos que se habían desintegrado con la explosión. Los presos aprovecharon a disparar y el comisario, cuando dejó de estornudar, ordenó:
– ¡No quiero ver a esta gente con ese animalote por acá!
Varios días estuvieron pensando los Mastrovic cómo iban a sacar a pasear a su bebé, hasta que el padre dijo:
– ¡Tengo una idea genial, compremos una motoneta!
Los vieron muy felices recorrer la ciudad: la señora y el señor Mastrovic sentados en la motoneta, arrastrando un carro con el pequeño adentro. De ese modelo pasaron a una carroza y finalmente se decidieron por un camión remolcador.
– ¡Qué vamos a hacer con nuestro pequeño cuando crezca!
-repetía la madre que era la única que lo veía de tamaño natural.
Por fin llegó el día que Casiano aprendió a caminar.
– ¡Se terminaron los problemas de traslados! -dijo el señor Mastrovic y se fue a vender el camión de remolque.
Los primeros pasos de Casiano fueron mortales, todo lo que se le cruzó quedó patas para arriba: un cuadro, las puertas del ropero, el lavabo del baño y la mesada de las cocina fueron algunas de las cosas que el niño arrancó de cuajo para sostenerse. Todos pensaban que la casa iba a volver a la tranquilidad cuando Casiano caminara con firmeza, pero la cuestión empeoró porque el pequeño revoleaba sus largos brazos con tal ímpetu que con sólo tocar un objeto con el dedo lo dejaba dando vueltas como un trompo, el ropero y la cama de dos plazas eran puertas giratorias que andaban a la deriva por la casa. Los padres estaban verdaderamente preocupados porque cuanto más crecía más torpe se ponía, cualquier ademán que realizaba era la anticipación de un desastre similar a un sismo.
La madre no dejaba de repetir:
– ¡Qué vamos a hacer con nuestro pequeño cuando crezca!
Al padre no le alcanzaba el día, con su caja de herramientas en mano, para solucionar los desastres provocados por Casiano tanto en su casa como en la de los vecinos y parientes.
Una madrugada el señor Mastrovic estaba colgando la alacena que de un manotazo Casiano había tirado y se pegó con el martillo en el dedo:

– ¡Ayy, ayy, mi dedito!
Los gritos del señor Mastrovic despertaron a Casiano que fue a socorrer a su padre. Lo tomó de una pierna y lo sentó en el techo, mientras él se hizo cargo de la tarea. Tomó el martillo con el meñique izquierdo, lo revoleó de tal manera que la herramienta hizo dos giros en el aire y cayó justo sobre el clavo que se hundió en la pared. En pocos segundos Casiano colgó todos los cuadros, arregló las puertas, mesas y todo lo que antes había destruido.
Pasó a ser el terror de los clavos que se zambullían solos en la pared antes de recibir un mazazo y el ídolo de los pobladores por la destreza en el uso del martillo y el prodigioso olfato.
– ¿Qué están cocinando en mi casa? -le preguntaban al pasar los transeúntes.
Casiano respondía a la brevedad “calabaza rellena” o “ensalada de pepinos”. Sus padres estaban muy orgullosos del niño que con sólo seis años hacía cosas tan extraordinarias. Es verdad que seguía chocándose con todo lo que encontraba y que cada día comía más, pero como sabía arreglar lo que destruía se ganó el aprecio de la gente que lo compensaba dándole ollas repletas de comida que él deglutía -para entretener el estómago- antes de la hora de la cena.
Una de esas noches, mientras los padres miraban televisión sentados en la falda de Casiano, el señor Mastrovic dijo muy orgulloso:
– Nuestro hijo tiene el futuro asegurado como carpintero.
– A mí me parece -dijo la madre- que será un gran chef, ¡el más grande de todos!
– Yo creo que también podría ser el primer malabarista con martillos -continuó el padre.
– Aunque lo más seguro -afirmó la señora de Mastrovic- es que sea “Catador de Alimentos a Distancia”
Casiano tenía otro deseo: llegar a ser más alto que el añejo pino del parque, dar una sombra igual de larga y gorda para que el mundo descanse bajo la frondosa copa de su cabeza.





domingo, 15 de noviembre de 2009

LA CHICHARRÓN

Donde vive Vanesa la hora de la siesta es propiedad privada de la Chicharrón. Vane odia dormir a la tarde, entonces su mamá le ha advertido:
– Si no querés no duermas, pero no podés hacer ruido ni salir afuera hasta las cuatro, a esa hora la Chicharrón que está muy achicharrada, se esconde en su morada.
Morada, violeta y azul queda Vanesa de aguantar todas esas horas sin hacer ruido. Se pone a leer historietas, cuando se cansa hace casitas con las cartas, recorta figuras de unas revistas que le dio su abuelo, y mira el reloj a cada rato para ver si la aguja chica está en el cuatro y la flaca larga en el doce como le explicaron.
Cada tanto escucha pasos en la vereda, seguro que es la Chicharrón piensa, ¿quién más puede ser? Para que no la descubra despierta se ha tenido que quedar sin repirar y dura en posiciones muy incómodas. Una vez estaba levantando un pie para subirse a una silla y tuvo que hacer equilibrio un rato largo, hasta que se le durmieron los dedos, después la rodilla, los brazos y cuando no aguantó más cayó al suelo. Esa fue la única vez que una parte de su cuerpo durmió la siesta, mientras los ojitos bailaban danzas circulares.
La Mamá, antes de irse a dormir, le da información sobre la Chicharrón.
– Ella es la dueña de la siesta, la compró porque estaba despoblada y así la quiere mantener, sin que nadie la moleste y ¡especialmente sin chicos!
– ¿Por? –pregunta Vane.
– Porque quiere tener para ella sola las hamacas del parque y la sombra de todos los árboles.
– ¿Y qué pasa si encuentra a algún chico? –dice Vanesa con deseos de probar.
–¡Ah! –dice la mamá tapándose la cara- si los agarra los achicharra.
A pesar de todas las advertencias, una siesta que estaba más aburrida que de costumbre, Vanesa fue en puntas de pie hasta la puerta de calle, pero al dar vuelta la llave la mamá la escuchó. No le dio una penitencia, ni siquiera la reprendió, solamente le contó la historia del Ejército de Niños Chicharrones.
– La vieja Chicharrón es más espantosa que cualquier monstruo –susurra la mamá poniendo cara de susto- por eso se compró todas las siestas del mundo, para salir sin que nadie se burle de sus orejas que miden como dos metros con las que escucha el más ínfimo movimiento. Hace miles de años, el gobernante Nadie que era medio asoleado, decidió sacar a remate la siesta porque “hay que poblarla” explicó en una conferencia de prensa a la que sólo fue Nadie (los demás estaban durmiendo) y la Chicharrón que la compró por menos que nada.
– ¡Quiero este tiempo para mí! –dijo la vieja.
A Nadie lo agarró con sueño y eso lo hizo olvidar que el motivo de la venta era poblar. Desde ese momento las calles son los pasillos de la casa de la Chicharrón, el viento su ventilador de techo, la laguna su bañera y los cisnes los animalitos con los que juega mientras se baña.
– ¡Qué buena vida! –dice Vane y el brillo de los ojos no reflejan susto, sino más y más deseos de probar la siesta.
– No todos son beneficios –se apresura a decir la mamá- porque de tanto andar la siesta sin sombrero ni sombrilla, empezó a largar olor a grasa quemada y, aunque pocos la han visto, se la conoce a la distancia por su espantoso olor.
– ¿Y lo que me ibas a contar del ejército? –dice Vane.
–Eso es lo peor –continúa la historia la mamá- un día se encontró unos chicos en la plaza y cuando se les acercó, con todo el calor acumulado que guarda en sus orejas ¡los achicharró! Dicen que se arrugaron y se impregnaron con el mismo olor que la vieja, así fue que pasaron a formar parte del Ejército de Chicharroncitos y siempre andan a la búsqueda de un nuevo integrante.
Vane transpira como si la vieja estuviera pasando por su espalda y dice:
– ¡Requeteprometo que no voy a salir!
Pero las siestas son eternas y por momentos se olvida del susto y la promesa. Ha llegado a pensar que sería una aventura interesante ser por un rato una nena Chicharroncita. El misterio de la siesta la quiere arrastrar a las calles solitarias, entonces se pregunta:
– Después de la siesta, ¿la vieja y los Chicharroncitos serán personas no achicharradas?
Como no está segura de la respuesta, por ahora sigue soportando el fastidio de las siestas.


lunes, 9 de noviembre de 2009

AUNQUE ME MOJE, QUE NO SE ENOJE.

EN ESTE DÍA DE LLUVIA LES REGALO ESTE CUENTO.

Esta historia le sucedió al señor Sequeja y su familia. Siempre había alguna situación que los impacientaba. A la señora no le gustaba hacer mandados y cargar con las bolsas desde el supermercado que quedaba frente a su casa.
– Me salen callos en las manos –repetía.
A su marido le encantaba comer ricos manjares, pero había un inconveniente, no le gustaba sentir aroma a comida en los ambientes. Entraba a su casa frunciendo la nariz:

– Um fuuu, hay un exquisito olor a pollo arrollado, ¡pero abran las ventanas o me voy a comer a otro lado!
Muchas veces se iba a almorzar a la vereda o a caminar por la plaza mientras comía ensalada.
– ¿Qué hace don Sequeja? -un conocido le preguntó.
– De mi casa he disparado, el olor a lechuga casi me ha ahogado.
Ni pensar en ir a comer a sofisticados restaurantes o puestos de comida destartalados, ¡todos de su desagrado!
En cuanto a la hija de los Sequeja, durante las vacaciones -en la sierra o en el mar- esperaba ansiosa que terminaran porque deseaba a la escuela regresar.Una vez en el aula no había quién la soportara. Si la maestra leía un cuento ella decía:
– ¡Ya lo sé de memoria, es una historia que me hace bostezar!
Si la actividad era sencilla, regañaba:
– ¡Esto es para recién nacidos!
Si la situación se complicaba, llorisqueaba:
– ¡Nii mi paapá lo saabe haceerr! ¡Buuaahh!
– ¡Nada le viene bien señorita Sequeja! –le dijo un día la maestra.
Llamaron a los padres a reunión para encontrar una solución. El señor Sequeja se sentó en un sillón de la dirección y pidió que le trajeran unos almohadones porque el asiento era muy bajo, luego habló tapándose la nariz:

– Disculpe señorita, pero no soporto el olor a desinfectante que hay en este lugar.
Entonces los hicieron pasar a la biblioteca, pero allí la que se tapó la cara completa fue su esposa:
– ¡Qué contrariedad, tendremos que ir a otro lugar porque no tolero el olor a libros viejos!
Así pasaron por la secretaría, los baños, la cocina, el cuarto Guardalotodo y terminaron debajo de la escalera, un lugar que les resultó especialmente cómodo, aunque la maestra terminó con tortícolis por mantener apretada la cabeza entre dos escalones. La reunión finalizó cuando estaba por empezar. La maestra, después de mucho pensar, en el acta sólo una frase escribió: “lo que se hereda no se roba”.
Las mascotas de la casa habían adoptado el apellido Sequeja. Por eso la tortuga no toleraba que el perro ladrara, y éste no se explicaba porqué no podía jugar con ella a hacer salto en alto. La tortuga pensaba que el perro era muy acelerado, que iba de aquí para allá y sin ningún motivo se agotaba.
Las quejas de esta familia eran de las más variadas, pero había algo en especial de lo que todos los Sequeja se quejaban por igual: de las visitas de la señora Lluvia.
– ¡Otra vez viene por acá! ¡Deja la casa sucia con sus pisadas! –protestaba la mamá.
– ¡Ay no, que si me mojo un resfrío me voy a agarrar! -gruñía el perro.
– ¡Esta señora me trae tristeza y pocas ganas de ir a trabajar! -decía el papá con voz de bebé.
– No quiero ir a la escuela con botas de goma, pero si me quedo ¿qué hago, a qué juego? ­–se preguntaba la más pequeña de los Sequeja.
– ¡Se inunda el jardín, no se enteró esta señora que no vivo en el agua! –y a la tortuga le agarraba el apurón para esconderse en el galpón.
La Lluvia escuchaba cómo todos rezongaban por su visita pero igual regresaba cada tanto, hasta que un día se ofendió. Anotó en su cabeza de nube la dirección de aquella familia tan particular y, entre truenos y relámpagos, se la escuchó decir:
– ¡Nunca más vendré por acá!
El primer tiempo los Sequeja ni se dieron cuenta de la ausencia de la Lluvia, porque estaban muy ocupados protestando por todo lo que ocurría a su alrededor. Un día se quedaron asombrados mirando como la señora Lluvia visitaba a todos, pero a ellos los salteaba. Se alegraron de que su casa fuera la única sin olor a humedad, ni barro en el jardín, ni gotitas que llorasen sobre la ventana trayendo nostalgias al señor Sequeja.
Pero al primer tiempo, le siguió el segundo y el tercero. Las paredes de la casa se agrietaron, las baldosas se elevaron del suelo porque no soportaban el calor y desde el Nogal hasta el Duraznero arrastraban las ramas imitando al Sauce Llorón.

– Tengo fiebre -suspiraba el señor Sequeja.
Y el perro usaba la lengua de alfombra.
El día que las tejas se pusieron más rojas que de costumbre y de cada una salía una leve llama que quería unirse a los brazos del sol, los Sequeja reclamaron:

– ¿Por qué no viene la Lluvia a visitarnos?
Pero cuanto más rezongaban, menos respuestas recibían.
Desde entonces pasan las horas danzando en honor a la Lluvia y dicen palabras mágicas que una sabia bruja les confió. Ni llorar pueden, porque hasta las lágrimas se les secaron y esperan, sin quejarse, que a la señora Lluvia se le pase el enojo antes que de la Tierra salga el Dragón de Fuego y, en un abrazo fulminante, se una al Sol.

¡ TU VISITA ES LO QUE HACE QUE TENGA SENTIDO LA EXISTENCIA DE ESTE BLOG!¡GRACIAS!

TIHADA





sábado, 31 de octubre de 2009

UN CUENTO PARA COMÉRSELO

Mamá trae dos montañas blancas cremosas a la mesa y dice contenta:
– Explora explorador
el tesoro has de hallar
toma el tenedor
y a comer sin chillar.
Entonces con Marcos, mi hermano, nos desesperamos por encontrar los trocitos de milanesa que mamá escondió en el puré. Marcos grita:
– ¡Terminé!
– Fijate bien -dice mamá que está lavando las ollas- no tiene que quedar ni un pedacito de carne.
Mamá sabe muchos juegos para la hora de comer. Cuando repite alguno le decimos:

– ¡A eso ya jugamos má!
Ella revolea los ojos, está pensando alguna idea antes de que se enfríe la comida. Si hay sopa es cuando más tiene que inventar, porque ni a Marcos ni a mí nos gusta. El juego con la sopa me encanta, porque generalmente gano. Mamá, con el cucharón en la mano, recita:
– Extermina exterminador
a comerse el vecindario
el primero es Nicanor
el segundo es Belisario.
Entonces tenemos que armar con las letras-fideos los nombres de estos vecinos.
– ¡A la panza don Nicanor! -gritamos con mi hermano.
Después pensamos nombres nosotros, no se salva nadie, de los vecinos y parientes pasamos a las maestras. Se arma lío porque mi hermano no quiere que me coma a su adorable señorita y yo a propósito digo su nombre:
– Eva.
– ¡No! -grita Marcos.
– ¡Sí! -le contesto.
– ¡Me como a tu seño! -dice furioso.
– No me importa.
Le saco ventaja porque el nombre de mi seño es Romualda, ¡tarda en armarlo y tiene que tomar la sopa fría!
Mamá inventa estas historias durante la comida porque la abuela insiste:
– ¡Estos chicos tienen patas de tero y cabeza de alfiler!
Los dichos de la abuela sirven para pelearnos entre nosotros. Cuando Marcos está con sus amigos le digo:
– ¡Cabeza de alfiler!
Él se pone furioso y me contesta:
– ¡Pata de tero y cerebro de carnero!
Mamá se preocupa por nuestra delgadez y nos lleva al doctor, que es más flaco que nosotros. Se ríe de lo que mamá le cuenta y dice:
– ¡Ay, esta mamá que le gusta tener hijos cachetudos!
Con Marcos nos encanta ir al doctor, tiene muchos frasquitos, aparatos y, lo mejor de todo, la camilla. A mi hermano se le ocurre que es el ala de un avión y vamos sobre ella haciendo equilibrio.
– ¡Cuidado copiloto –me asusta Marcos- estamos por chocar con un meteoro!
Entonces nos tiramos de cabeza sobre el ala blanca, que hace un ruido raro, como si en cualquier momento se fuera a desplomar. El doctor deja de conversar con mamá y dice:
– ¡A estos chicos se los ve bien sanitos señora, no es necesario que los traiga tan seguido!
Mamá sale furiosa, camina tan ligero que tenemos que caminar dos pasos y correr tres para alcanzarla. Para cruzar la calle nos agarra de las manos y parece que lleva una capa voladora con cuatro pies.
A mamá se le pasa el enojo por dejar patas para arriba el consultorio del doctor y a los pocos días nos hace un regalo muy especial.
– Miren los lindos pajaritos enjaulados que les preparé, hay que liberarlos comiendo los barrotes.
Aunque no nos gusta la polenta, comer la jaula es delicioso; pero nos negamos a masticar las alas y el pico.
– No vamos a comer al pobre pajarito -dice terminante Marcos.
– ¡No, dejémoslo volar! -propongo.
Marcos deja la escultura de polenta en el tronco y yo en el pasto. Cuando nos ve mamá grita:
– ¡Qué hacen con la polenta!
– El pajarito quiere volar -alcanza a decir Marcos.
– ¡Qué pajarito! ¡Es polenta, polenta! -repite mamá muy enojada.
A partir de ese día mamá sirve los fideos con forma de fideos; y los huevos duros ya no tienen nariz de zanahoria, ojos de aceitunas, boca de tomate y colita de lechuga.



¿Tenés alguna anécdota para compartir sobre los juegos que hace mamá a la hora de comer?
Y si sos mamá o abuela, ¿alguna vez inventaste algún cuento o juego para que los más chiquitos coman?
¡Cuántas historias nacen alrededor de la mesa! Te invito a compartir tus recuerdos.






domingo, 25 de octubre de 2009

ESCLAVAS DE ORO

Los primeros años de la vida de Pamela transcurrieron pegaditos a su mamá. Las dos estaban muy felices de que así fuera. Adriana miraba los ojos de su hija y comprendía el significado de cada pestañeo.
La pelusita de bebé, como los suaves pétalos de las rosas, se deslizó para dar paso a una cabellera que le llegaba a los hombros. Una noche, cuando la niña se quedó dormida después de escuchar un cuento, Adriana miró el reflejo de la Luna que asomaba por las hendijas de la ventana. Suspiró y deseó en voz alta:

Como el Sol te acompaña Luna para que abras la oscuridad,
quiero sujetar a mi hija por toda la eternidad.

Y el Sol lanzó chispas de fuego, y la Luna se puso gorda y un señor que dormitaba en un banco de la plaza se levantó para seguir la orden que le habían dado.
Adriana se estaba por acostar cuando golpearon la puerta de calle. Como era tarde observó por la mirilla y vio a un anciano muy delgado.
– ¿Quién es? -preguntó la mamá.
– Soy el que viene a pedirle alimento.
Adriana preparó un paquete con comida y se lo entregó al hombre a través de la ventanita. El anciano extendió unas manos jóvenes, sus dedos parecían racimos de uva y de su boca salieron estas palabras que como el trueno resonó:
– Soy el que gracias le doy, a cambio le entrego lo que pidió.
Adriana se estremeció, hubiera jurado que vio el Sol en uno de los ojos del mendigo y la Luna en el otro; pero el Sueño la llamó para que olvidara aquella visión.
A la mañana siguiente, después de hacerle dos hermosas colas a Pamela, se dispusieron a salir. En la puerta tropezaron con una bolsa de arpillera. Adriana, que había olvidado lo sucedido, no sospechó de quién era la bolsa, pero la guardó por si alguien venía a buscarla.
A Pamela se le alargaron las piernas y ya medía casi un metro cuando fueron con su mamá a comprar el pintor para el jardín. La mamá se sacó una foto con su hija en el patio de su casa aquel primer día de clase. Antes de salir a Pamela se le ocurrió ir al galpón para llevar un juguete, buscando el osito de peluche se cayó aquella olvidada bolsa y rodó por el suelo todo su contenido: ¡muchas pelotitas de telgopor!
– ¡Qué desastre! ¡Y qué mugre! - regañaba Adriana.
La pequeña se tiró de panza sobre las pelotitas como si fueran de nieve y el delantal a cuadrillé rosa quedó a lunares blancos. La mamá lo sacudía para sacarle esas hormiguitas con abrojos que no estaban dispuestas a abandonar los bolsillos, el cuello, las mangas, ¡y ni qué hablar de las medias, los zapatos y el negro cabello de Pamela!
– ¡Para qué guardé esta bolsa! -gritaba la mamá- ¡Por qué se te ocurrió venir al galpón, y a mí hacerte caso!
La mamá estaba sacando pelotitas de aquí y de allá cuando vio algo que brillaba en el moño del delantal.
– ¡Oh, qué es esta maravilla!
Adriana se olvidó de la limpieza y se metió de cabeza en la bolsa.
– ¡Encontré otra! –gritó.
Siguió revolviendo como si estuviera haciendo arroz con leche y antes de que se le quemara pegó un salto.
– ¿Y esto? –gritó.
Pamela vio salir a su mamá con la cabeza toda blanca y pensó “qué feliz está mamá, como cuando volvemos del corso con la cabeza llena de espuma.”
Adriana se tiró en el piso sucio del galpón, con dos cosas brillantes en una mano y un papel en la otra. Esto fue lo que leyó:

La persona que encuentre las dos preciosas esclavas de oro podrá colocarse una en su muñeca y la otra ponérsela a una persona que quiera mucho. Las pulseras las mantendrá unidas, aunque estén lejos y podrán ayudarse una a la otra advirtiéndole sobre algún peligro. Siga las explicaciones que se detallan a continuación.
Instrucciones de uso:
Colóquese una de las pulseras en su mano derecha.
Entregue la otra pulsera a la persona elegida y colóquesela en la mano izquierda mientras dice las siguientes palabras en voz baja.
(Esa parte del texto no se escuchó porque Adriana respetó las instrucciones)
Para asegurarse que ha realizado todo según lo indicado, exponga a la persona que lleva la otra pulsera a una situación que le pueda resultar peligrosa, en forma inmediata la pulsera girará en su brazo y cuando usted la detenga el mal rato pasará.
Advertencia: No abuse del uso de la pulsera. Sólo para situaciones límites. Después de cada uso notará que las esclavas sufrirán un leve ensanchamiento.

La mamá se sintió muy afortunada de recibir ese regalo. Siguió todos los pasos indicados y salieron con Pamela rumbo al jardín, llevando cada una su pulsera.
Ese mismo día la mamá comprobó la utilidad de las joyas. Pamela se subió al tobogán más alto y cuando iba por el décimo escalón la esclava empezó a girar, la mamá la detuvo e inmediatamente Pamela abandonó su objetivo sin hacer berrinches.
En los años de jardín la pulsera giró alocadamente en muchas ocasiones. El arenero era un desierto habitado por piojitos. Pamela deseaba tirarse de panza como sus compañeros, se paraba en el borde y pensaba en ese ejército del que le había advertido su mamá “están dispuestos a sitiar tu cabeza”, entonces abandonaba la idea.
– ¡Vamos a jugar a la rayuela Pame! –la invitaban sus amigas.
¡Qué ganas tenía de aceptar la invitación!, pero la pulsera se movía ante el riesgo de perder el equilibrio en medio del cielo.
Cuando la señorita traía una pila de revistas, Pamela tenía muchos deseos de recortar y pegar las figuras en papeles gigantes y pegotearse por todos lados, pero una inquietud la invadía: ¿se quedarían pegados eternamente sus frágiles dedos?
Todos los días la mamá la despedía en la puerta del jardín con un dulce beso y, según la temperatura, decía:
– Ir al patio en invierno resfrío seguro.
Ir al patio cuando hace calor, cuidado con la insolación.
Cuando Pamela egresó del jardín las pulseras eran gruesos brazaletes de oro que a todos llamaban la atención.
– ¡Vacaciones, por fin! –gritaba Pamela deseosa de corretear sin pulseras.
Pero se equivocó, fue el tiempo que las esclavas más trabajaron. Las peligrosas olas mojando las rodillas o andar en bicicleta era toda una cuestión.
– ¡No vas a meter los pies en los rayos! –gritaba la mamá.
Y Pamela se imaginaba chupada por las ruedas, el cuerpo atrapado en una telaraña de alambres y su cabeza girando sin control.


En primer grado las dos pulseras dejaron de hacer tilín tilín, se pusieron serias y sonaban tolón tolón.
– ¡Todo está hecho para gigantes! –comentó la mamá a la maestra cuando vio el patio.
Los primeros años de la escuela las pulseras giraban desorbitadas, hasta para ir a comprar golosinas era un problema porque “los chicos empujan y la señora del kiosco nunca ve a Pame”, se quejaba la mamá.
Pamela empezó a ponerse fastidiosa cada vez que la pulsera raspaba su piel. Por esa época empezaron las invitaciones a los cumpleaños, a quedarse a dormir en la casa de una compañera o querer ir al cine con las amigas. Pero lo que hizo temblar a las pulseras como un terremoto fue una mini carta que descubría una declaración: “Pamela, qué linda sos”. Las pulseras, que ya llegaban hasta el codo y eran muchísimo más pesadas que un yeso, después de semejante confesión subieron hasta el hombro derecho de la mamá y el izquierdo de Pamela.
Estos objetos cuanto más anchos y costosos eran, más impedimentos traían. Pamela no podía bailar porque el cuerpo se le balanceaba ridículamente para su lado más pesado.
– ¡Qué fastidio! -le gritó Pamela a la mamá- ¡Ya no puedo ni abrazar!
Adriana se quedó pensando en lo que dijo su hija y se dio cuenta de las cosas que ella también había abandonado, como el taller de pintura porque no podía levantar el pincel, y hacía años que no salía con sus amigas porque la manga de ningún vestido le quedaba bien.
Con los primeros tacos altos Pamela lagrimeaba, no tanto por el dolor de pies, sino por la enorme esclava que todo el tiempo la tironeaba.
Pamela pasó encorvada a recibir su diploma porque el macizo oro le llegaba al hombro y no había forma de poderse enderezar. La mamá casi no pudo aplaudir del terrible dolor en el brazo, la columna, la cabeza y no sé cuántos síntomas más. Ese día Pamela gritó:
– ¡Quiero arrancarme esto mamá!
La pulsera-brazalete se enfureció y tomó forma de gargantilla. Pamela y su mamá sintieron que no podían respirar.
Esa misma noche, cuando la joven se durmió, Adriana se quedó mirando el reflejo de la Luna que asomaba por las hendijas de la ventana. Acarició los cabellos de su amada niña joven. Suspiró y deseó en voz alta:

Como el Sol te ilumina Luna para que abras la oscuridad,
quiero alumbrar a mi hija por toda la eternidad.

Y el Sol lanzó chispas de fuego, y la Luna se puso gorda y un señor que dormitaba en un banco de la plaza se levantó para seguir la orden que le habían dado: pasar a recoger una carga que hacía muchos años en una casa había dejado.

domingo, 18 de octubre de 2009

¡FELIZ DÍA A TODAS LAS MADRES!

Especialmente a la Luz que me trajo a la Tierra, mi Madre.

"Recuerdo tu vientre de agua.
¡Ay, madre! Yo me mecía.
¿Me recuerdas? Yo era entonces
un pez, y me columpiaba
tan alto dentro del sueño
que hasta el agua me envidiaba."

Tema: Agua.
Letra: Víctor Heredia.
Música: Luis Eduardo Aute.



jueves, 15 de octubre de 2009

EL DÍA QUE NACÍ

Tengo la costumbre de subirme a una silla para verme en el espejo del baño, me gusta porque me puedo mirar las dos orejas al mismo tiempo. Así descubrí que la mitad derecha de mi cara no es igualita a la otra mitad, son como hermanas mellizas, casi idénticas pero si las conocés bien son diferentes. Mi lado derecho tiene una peca grande, el ojo es de un marrón más oscuro que el otro, la nariz no está justo en el centro y la punta mira a la ceja izquierda. Desde que descubrí mis dos caras me miro seguido, buscando las diferencias.
Lo que no entiendo es que si mi cara derecha no es igual a mi cara izquierda, cómo hace la tía Manuela para asegurar cada vez que me ve:
– Esta nena es igualita al padre. Tiene la sangre de los Jiménez.
En cambio, cuando visitamos a la tía Rosalía, abre la boca grande y grita:
– ¡Me impresiona cómo se parece esta nena a vos Mabel! ¡Si mirás una foto tuya a su edad no sabés de quién es!
Mamá le dice que sí con la cabeza a la tía Manuela y un sí sonriente a la tía Rosalía. Las dos se quedan contentas.
Cuando estamos solas, le pregunto:
– ¿A quién me parezco mami?
– Al día que naciste –dice mamá que le gusta estudiar el cielo.
– Me contás otra vez qué pasó ese día.
Si hay algo que me apasiona es escuchar la historia del día que nací. Entonces mamá me cuenta:
El día que naciste nos visitó un viento azul que te trajo el oxígeno para respirar. Después, para aplacar el ventarrón, llegó la lluvia que te obsequió la saliva, las lagrimitas y te mojó los labios, por eso siempre los tenés como recién lavados. El agua ablandó la tierra y la puso negra, dos gotitas de ese barro cayeron en tus ojos, por eso son tan oscuros. Las bajas temperaturas invitaron a nevar, la habitación se llenó de muñecos de nieve que se enteraron de tu nacimiento y fueron a conocerte, pero el calor de tu cuna hizo que se deslizaran por tu piel y te la dejaran muy blanca. El frío prendió las estufas y por las chimeneas -en lugar de humo- salían corazones de fuego para que los que no tienen techos hicieran fogatas. Los fueguitos se enteraron que habías nacido y entraron por la ventana para pintar de rojo tu cabello, chispitas traviesas saltaron a tu piel y salpicaron tu cara y los hombros dejando pequitas. La tormenta te regaló la fuerza que te permite gritar tan fuerte cuando te enojás y andar en bici a gran velocidad, el rayo te hizo los ojos luminosos y, cuando todo se calmó, la quietud te distinguió con el movimiento delicado de tus manos y la voz suave con la que le pedís chocolates a papá y a mí me decís “mamá, me contás otra vez qué pasó el día que nací”.
Cómo me gusta escuchar esta historia, especialmente si tengo miedo o estoy triste. Cuando mamá termina de contar le digo:
– Entonces no me parezco ni a vos ni a papá.
Mamá me abraza fuerte y me dice al oído:
– No le digas nada a la tía Manuela, pero el día que vos naciste era muy parecido al día que yo nací.




¿Y cómo era el día que naciste vos? ¿Quién puso la sonrisa en tu cara? ¿Y a qué se debe el color de tu piel? ¿Quién te regaló la sigular manera de reír, hablar, caminar? ¿ Y de dónde sacaste el arte de combinar colores, la rapidez para jugar con números o la agilidad de tus piernas?
Seguro fue un día único y maravilloso, un día que no podés dejar de contar.






jueves, 8 de octubre de 2009

APUESTA HISTÓRICA.

En los años de escuela primaria la señorita Turdemialle sufrió varios desaciertos, una de sus mayores frustraciones fueron las adivinanzas. Cuando la maestra decía uno de esos acertijos y la señalaba para que diera una respuesta, ella se ponía turquesa y nunca le daba con la tecla. Admiraba a sus compañeritos porque sabían que la que pasa por el agua y no se moja nada es la luna; o la que sale de la sala y va a la cocina meneando la cola, es la escoba.
De esas humillaciones surgieron los primeros escritos en su adolescencia. Verdaderas obras de arte, reliquias que se hubieran perdido en la fosa común donde duermen eternamente las ideas de grandes genios que no vieron la luz por falta de genialidad en los consumidores.

A esos textos vírgenes la señorita Turdemialle los llamó “Venganza a la Adivinanza”. Con ellos realizó una encuesta entre los tres antiguos compañeros que tenían mayor habilidad en la materia. Así fue que Facundo (un abogado que usaba camiseta y corbata), Pamela (una cantante a la que se le atragantó la carrera) y Lisandro (un otorrinolaringólogo que llevaba colgado su título de la nariz como todo profesional que se precie); accedieron al desafío que les propuso la Turdemialle:
– No creo que sean capaces de hallar respuesta a las adivinanzas de mi invención –dijo contundente nuestra amiga.
Durante los años que duró aquella dura apuesta, se registraron visitas de la Turdemialle a los hogares de los viejos compañeros a altas horas de la madrugada para que respondieran a sus recientes creaciones según lo convenido.
Así recordó el Doctor Facundo aquellos tiempos en una entrevista que se le realizó en el geriátrico:
“Para mí Turdemialle es sinónimo de frustración. Cuando accedí a lo que ella se refería como R.E.P.U (Ruptura y Escape del Pensamiento Único), no pensé que iba a ser una experiencia inolvidable, como cuando la puerta te atrapa el dedo. Ese es el origen de “la repu” ante situaciones adversas que luego se extendió a “la república”. Nunca llegué a dar con la respuesta precisa, pasaba noches sin dormir, me costó mi reputación como abogado y el repudio general de todos mis clientes. No repunté más, hasta el día de hoy -auque no se note- no me he repuesto y cualquier resonancia parecida a un timbre me provoca un repullo. Por ella abandoné mi profesión y me dediqué a hacer repulgues de empanadas y pasteles hasta la repugnancia.”
A pesar de los recuerdos, un tanto duros del anciano, una jovencita perteneciente al grupo TINTA (Testamento Invalorable de la Turdemialle Artista) ha dicho -respecto a las declaraciones antes mencionadas- “ese Facundo no era más que un compañerito de escuela resentido”.
Los TINTA han escrito en las paredes reconocidas frases de la artista. Ella se inspiraba en sus recorridos por las verdulerías para alimentar al gorila. Verbigracia:
“Lo que quiero decir está escrito, lo demás es verdura”
“Me baño todos los días, como hace el verdulero con las plantas de lechuga, sólo para que parezca que no estoy muriendo”
Regresando con el hilo de Ariadna, para no perdernos en este bello e intrincado laberinto que fue la vida de nuestra amiga, es mi deseo que conozcan algunas de las cientos de adivinanzas que enloquecieron a don Facundo (los otros dos enmudecieron, por lo que nunca dieron testimonios al respecto).
No me queda más que decirles: si se animan léanlas y si pueden ¡adivinenlas!

Aclaración: En la sección “Venganza a la Adivinanza”, que próximamente dará la vuelta al mundo, hallarán la reliquia prometida.








lunes, 5 de octubre de 2009

¡ESTÁN TODOS INVITADOS!

Jueves literarios en el Malvinas. 19, 30 hs.
Ciclo: Cuatro ficciones
Libros, charlas, debates, escritores.
OCTUBRE: LITERATURA Y OTRAS YERBAS


Jueves 8/ Literatura infantil

Silvia Schujer: Nació en Olivos, provincia de Buenos Aires, en 1956. Cursó el Profesorado de Literatura, Latín y Castellano y la carrera de Producción Integral de Radio. Participó en el taller de crítica y producción literaria a cargo de la escritora Liliana Heker. Fue directora del suplemento infantil del diario La Voz y durante varios años colaboró en distintos medios gráficos: los diarios Crónica, Popular y Clarín y las revistas Anteojito, Cosmik, Billiken, Humi, Cordones sueltos y La Nación de los chicos. Actualmente colabora con la revista La Valijita y coordina talleres de escritura con orientación en literatura infantil. Escribió, entre otros libros de ficción, Cuentos y chinventos, Oliverio Juntapreguntas, A Lucas se le perdió la A , Lucas y una torta de tortuga, Canciones de cuna para dormir cachorros, Enojo de conejo. También es autora de libros de divulgación de conocimientos. Ha recibido, entre otros premios, el “Casa de las Américas” en el rubro infanto-juvenil y el “Konex” al mérito en el campo de la literatura infantil.


Norma Huidobro: Nació en Lanús, en 1949. Es profesora en Letras, graduada en la Facultad de Filosofía y Letras de la U.B .A. Ejerció la docencia en colegios secundarios para adultos y coordinó talleres literarios. Es editora de textos de literatura infantil y juvenil. Con sus libros ha ganado varios premios y menciones. En 1999 obtuvo la mención honorífica del Premio “A la orilla del viento”, de Fondo de Cultura Económica (México), con su libro El sospechoso viste de negro, y en 2000 fue finalista del Premio “Norma-Fundalectura” (Colombia), con la novela juvenil ¿Quién conoce a Greta Garbo?. En 2001 ganó el primer premio en la categoría infantil del Premio “¡Leer es Vivir!”, organizado por el Grupo Everest. En 2004 ganó el Premio de Literatura infantil y juvenil “El Barco de Vapor” (Argentina), por su novela policial Octubre, un crimen. En 2007 ganó el Premio “Clarín de Novela” con El lugar perdido. En literatura infantil y juvenil ha publicado, entre otros libros, El misterio del mayordomo, Sopa de diamantes, Un secreto en la ventana.

ORGANIZA
Grupo Editor Mil Botellas
mil_botellas@yahoo.com.ar
http://milbotellas.blogspot.com/

Centro Cultural Islas Malvinas - Calle 19 y 51. La Plata.
ENTRADA LIBRE Y GRATUITA

viernes, 2 de octubre de 2009

LOS TIEMPOS DE LA ABUELA

Me encanta ir a visitar a mi abuela. En su casa no me aburro nunca, ni me acuerdo de la tele porque con ella siempre hay algo para hacer. A mí me gusta ir cuando el día está nublado, preparándose para llover, porque sé lo que va a pasar: la abu se pone el delantal, saca el hule floreado que cubre la mesa y desparrama el paquete de harina sobre la madera. Entonces dice lo que estoy esperando desde que llegué:
– Vamos a preparar masa.
– ¡Sí, qué bueno! -salto de alegría.
Yo también me pongo un delantal hecho especialmente para mí, aunque de poco sirve porque termino con harina hasta en los dedos de los pies.
La abuela prepara enseguida la masa con harina, agua y una cosa que se llama levadura. Todas las veces le pregunto para qué sirve y ella me explica:
­– Para que la masa se ponga gorda.
A mí me dan risas las respuestas de la abuela.
– ¡Las masas no se ponen gordas ni flacas porque no son personas, ni gatos, ni ratones! -le explico.
Y a ella le da risa lo que le digo, no sé porqué.
La abuela tiene un repasador grande con el que tapa los bollitos de masa que entre las dos hemos hecho. Dejamos todo así nomás en la mesa y nos vamos a hacer mandados para que me entretenga y no mire debajo del repasador lo que está sucediendo. P
regunto muchas veces:
_ ¿Y cuándo lo destapamos?
– Es hora de ir a ver la masa -dice por fin la abuela.
Salgo corriendo y tiro de la punta del repasador (me da un poco de miedo agarrarlo y que me deje la mano gorda); ¡y ahí están los bollitos inflados, parecen piñatas, y todo el borde de la mesa son flecos de masa que caen al piso! La abuela trae palanganas donde junta esa masa que se mueve como las Cataratas del Iguazú. Las vi en una foto que en la escuela la maestra mostró. Ese día grité:
– ¡Así es la masa de mi abuela!
A la señorita le dio mucha risa, no sé porqué.
Después que la abu llena muchas palanganas y pone masa en la mesada, la mesita ratona y en la mesa de luz; se sienta a esperar.
– ¿Y cuándo vienen? -empiezo a preguntar.
– Ya van a venir -me contesta y agarra un tejido o me invita a jugar a las cartas.

No quiero hacer nada de eso, pongo cara de enojo, sólo quiero que vengan. La abuela no hace caso a mi impaciencia y dice:
-¡El olorcito a buena masa atrae y llega a tiempo el que tiene que llegar!
Como siempre la abuela tiene razón.El primero en aparecer es don José, lo conocemos porque golpea las manos y grita:
– ¡Señora de la masa!
La abuela me da un bollito para que se lo entregue.
También viene Teresita a pedir bollitos para ella y todas sus hermanas, entonces la abuela le da una palangana repleta de masa.
Después llega una señora que viene desde lejos en una motoneta y dice:
–Ya sabía doña que acá algo bueno me esperaba.
La abuela llena sus manos y las mías de masa, ¡es tanta que la señora motociclista carga hasta en el casco! y se va al ruido del motor dejando gotitas de masa que los perros corren a lamer.
Antes de que oscurezca, la abuela deja bollitos en las ventanas, entre las flores y en la vereda. Le pregunto:
– ¿Para quién lo dejás abuela?
– Para el que llega -responde sonriendo.
Se hace de noche y me quedo dormida. Cuando despierto veo a la abuela repartiendo masa por acá, masa por allá. Así pasamos los días:dibujando, escuchando cómo nos hablan los grillos o leyendo cuentos; y entre una cosa y otra la abuela reparte.
No sé ni cuánto tiempo ha pasado desde que todo empezó, porque en la casa de mi abuela no hay almanaque ni reloj. Me explicó muchas veces cómo sabe qué día es y algo entiendo. Para ella no hay lunes, ni verano, ni año, ni mes.
– Hay un Tiempo de Dar y un Tiempo de Recibir. Un Tiempo Soñador y un Tiempo Razonador. Un Tiempo Acompañado y un Tiempo Solitario. Un Tiempo Resfriado y un Tiempo Acalorado -así lo explica la abuela.
No sé quién tendrá razón, si la abuela o mamá que mira el reloj a cada rato. Lo único que sé es que la abuela se ríe y juega más que mamá, tal vez porque conoce otros tiempos.




domingo, 27 de septiembre de 2009

ADOLESCENCIA ENCUENTADA

La señorita Turdemialle escuchó maravillosos cuentos de gran influencia en su vida literaria y su accionar diario, especialmente durante aquellos años encantados (o encuentados) de la adolescencia.
“La Cenicienta” le dejó la esperanza de la llegada del Príncipe Azul. De esa expectativa le quedó una práctica: dejar olvidado intencionalmente un zapato en diversos lugares como restaurantes, teatros, carnicerías o el transporte público. La vieron en reiteradas oportunidades llegar a su casa a las chuequeadas y rengueando con un solo zapatito. Esos actos románticos -descabellados según sus vecinos- dieron como resultado que tocaran el timbre de su casa jóvenes muy honestos llevándole el zapatito perdido, entre ellos el acomodador de un cine que le ofreció ver películas gratis; un mozo muy romántico que le obsequió restos de comida; y el dueño de una zapatería que le regaló cientos de zapatos que nadie compraba, pasados de moda y dos números menos que los que ella usaba. Tener los dedos apretujados le provocó fuertes jaquecas, callos, contracturas desde la cervical a la cintura y la inigualable cara de ceño fruncido que le dibujó las primeras arrugas en el entrecejo. Esto la convenció de que la búsqueda del Príncipe Azul iba por otro lado.
Trajo a la memoria la historia de la “Bella Durmiente” y decidió que ese era un buen método para encontrar un enamorado. Primero durmió largas siestas en su casa, pero al despertar todo seguía igual, entonces se dio cuenta que la tenían que ver durmiendo los demás. Así conocieron su nueva práctica los árboles de diferentes parques y plazas. Antes de dormirse colocaba un cartel colgado de uno de sus pies:
Si me despiertas con un beso
serás mi príncipe azulado
te lo juro, te prometo
te perseguiré a todos lados.
Los caminantes, las señoras que sacaban a pasear el perrito, los vendedores ambulantes, todo el que por allí pasaba se detenía y esta frase pronunciaba:
– ¡Qué idea más descabellada!
Se despertó por un pájaro que no llegó al baño y le trajo suerte, a causa de un fuerte viento que la dejó colgada de la rama de una araucaria y por un chaparrón que le regaló atchís durante un mes; pero el esperado beso nadie se lo dio.
Por último se puso frente al espejo para preguntar aquello de “espejito, espejito”; pero no alcanzó a pronunciar palabra porque su imagen al “Patito Feo” le recordó. Es que de tanto decirle “descabellada” casi sin pelitos se quedó.



jueves, 24 de septiembre de 2009

HOMENAJE A LA TURDEMIALLE (Post mortem)

(En el centésimo décimo quinto aniversario de su nacimiento)

PRIMERA ENTREGA: “A los artistas el arte nos trae artritis”

La señorita Turdemialle vivía en un pequeño departamento y escribir era su entretenimiento.
Todas sus amigas, cuando venían a tomar el té con leche, dedicaban un tiempo de su apretado ocio y escuchaban alguna de las historias escritas por la señorita Turdemialle.
– ¡Qué creatividad exuberante!
– ¡Tu cabeza encierra una mina de oro!
Fueron algunas de las frases que convencieron a la talentosa señorita a dejar de lado el pudor y participar en cuanto concurso literario se le presentó.
– Buenos días -dijo un día uno- soy de editorial Libros Pedantes no son los de Antes, le informo que organizamos un concurso bianual sobre la valoración de las antigüedades.
Esa noche la señorita Turdemialle escribió un emocionante cuento sobre la cristalería de su abuelita. Como era de esperar -menos por sus amigas- se ganó una mención honorífica que le llegó por correo certificado, pago contra reembolso. Cuando abrió la encomienda se emocionó ante una colección antiquísima de enciclopedias, con importantes términos que ya no se usaban y las pesadas tapas conservaban el polvo dándole ese invalorable toque naturalista. La señorita Turdemialle se sintió feliz como “chico con zapato nuevo” (en este caso usado). Sólo una pequeña duda la invadió cuando tuvo que regalar a la Biblioteca Popular sus novísimos libros, porque no entraban en su angosta estantería.
El segundo concurso lo leyó en un afiche colgado en una casa naturista. “Cuidemos el medio ambiente” era el lema en esa ocasión y ahí nomás, entre cereales y helados dietéticos, se inspiró y meta metáfora y rima una poesía escribió. Qué susto se llevó cuando le anunciaron por teléfono que había ganado. El primer premio consistía en una escultura de bronce representando un árbol perenne (es decir con hojas y todo), al que por un artilugio técnico, si lo enchufaba con un cable que le salía del tronco, en verano daba frutos bronceados.
A la señorita Turdemialle a partir de ese hecho no paraba de sonarle el teléfono, ya sea para felicitarla por el premio o -los envidiosos de siempre- para expresarle su desaprobación porque tiró todas las macetas florecidas por el balcón. Aunque trataba de explicar que tuvo que hacerlo para darle un espacio digno a su premio, hay gente que no entiende. Ese día se dio cuenta de su esencia de artista: “todos cargamos la mochila de la incomprensión”, se lo dijo al reportero que la reportó del diario en cuanto pudo.
Esa frase la consagró a formar parte de un limitadísimo Club de Intelectuales, gracias a lo cual recibía a diario las novedades de los concursos que se realizaban desde Zaldungaray a París, desde Daireaux a Nueva York. No le alcanzaba el tiempo para leer las bases, que detallaban de pe a pa las instrucciones para participar. Paso a dar unos someros ejemplos:
“Puede participar cualquier persona que sea mayor de edad, aunque no tanto porque debe estar viva en el momento que se dictamine el fallo dentro de diez años”.
“Los trabajos se reciben desde el día 12 hasta el 13 del presente mes, a las 0 horas. No se tendrá en cuenta fecha de matasellos de correo”.

Comprendió que si continuaba leyendo instructivos iba a perder su halo inventivo. Así se decidió por un concurso que fue fácil escribirlo, porque había que motivarse en los colores y sus matices. La señorita Turdemialle se colocó frente al espejo y observando su maquillaje escribió un cuento que los más ásperos críticos internacionales coincidieron en afirmar: “estamos frente a la literatura del futuro: beyond the absurdity”; libremente traducido al castellano: “arriba con los zurdos”. Lo que sonaba lógico porque ella escribía con la mano izquierda.
El sumun de la absurdidad todavía no estaba escrito en las páginas de la literatura, sino que lo llevarían a cabo en vivo y en directo unos chambones que le trajeron el premio: un mural de 2 por 5 metros de alto que tuvo que colocar en forma invertida porque no le daba la altura del techo. Lo subieron por escalera hasta el décimo G contrafrente. Tardaron varios días y tuvieron que dormir en la cocina de la señorita Turdemialle. Los que estaban fastidiosos con todo este batifondo fueron los del consorcio, que les dieron el flete a los fleteros que -de puro comedidos- colgaron el mural con unos clavos que traspasaron la pared y se hizo una rajadura de arriba abajo, es decir desde la terraza a la puerta de entrada del edificio.
“A los artistas el arte nos trae artritis”, fue uno de los titulares en que mostraban a La Turdemiall -como empezaron a llamarla, sin la e final- arrastrando todos sus muebles a la calle para acomodar los últimos premios adquiridos:
Una cortina de hierro y miles de armas destruidas por el cuento “A la paz no hay con qué darle”.
Un gorila tamaño gorila (respirando y todo) dentro de una jaula.
En realidad esto último no fue producto de un premio sino una confabulación por parte de los cuidadores del zoológico que vieron a los animales entusiasmados leyendo el único cuento que se editó en vida de la señorita: “Zoológico para humanos”. Se armó una revolución de bichos y los peores de contener fueron los gorilas. Por ese motivo le enviaron uno que estaba hecho una fiera, con un cartelito colgado al cuello que decía: “si usted pregona la liberación animal, hágase cargo: más de mil bananas diarias”. A La Turdemiall le pareció una exageración, pero de todas maneras se hizo eco del asuntito y desde ese día hasta su fallecimiento se la vio recorriendo mercaditos y ferias callejeras para adquirir la cantidad de fruta necesaria y mantener calmado al único y verdadero amigo que le hizo dos favores: comió el lápiz que la señorita usaba para escribir y le cerró los ojos.
Hoy día cualquiera puede visitar la casa de la Turdemiall que, por decreto de no sé quién, es un museo para que la posteridad se entere de lo que no se percataron sus contemporáneos: que allí vivió esquivando premios una artista.
Para el que quiera visitar el lugar, un dato: el municipio mandó a hacer un cartel indicador que costó fortunas, tiene una flechita indicando hacia arriba (¿será porque está en el cielo?) y su apellido escrito “Toursdemiá”. Que disculpe el error de imprenta quien en vida fuera incomprendida y póstumamente se la ha calificado como “la señorita que le florecían premios de las manos”.
Sin aspiraciones de poeta concluyo, que algún premio vuele a su sacra tumba olvidada.









martes, 22 de septiembre de 2009

¡FELIZ CUMPLEMES!

ESTOY SOPLANDO LAS VELITAS JUNTO A DROME, VILMA, EL ZORRITO, LAS MELLIZAS, EL TEMIBLE, SCOTT, SERAFINA...¡TODOS LOS HABITANTES DE ESTE MUNDO VIRTUALMENTE REAL!

Y QUEREMOS AGRADECERLES PORQUE EXISTIMOS GRACIAS A USTEDES QUE NOS VISITAN, ESCUCHAN NUESTRAS HISTORIAS, NOS HACEN HERMOSOS RETRATOS, DEDICAN SU TIEMPO PARA DEJAR COMENTARIOS, ESCRIBEN AL CORREO, QUIEREN NUESTRA PRESENCIA EN LAS AULAS, EN GRUPOS DE TEATRO, SE DAN UNA VUELTITA TODOS LOS DÍAS A VER SI HAY ALGO NUEVO.

¡A TODOS MUCHAS GRACIAS, LOS SEGUIMOS ESPERANDO Y QUE SE ACERQUEN NUEVOS AMIGOS!

UN ABRAZO

TIHADA Y TODAS LAS PERSONITAS-PERSONAJES.


- ESPEREN, AQUÍ ESTOY YO EL ZORRITO, HAY ALGO QUE TIHADA SE OLVIDÓ, EJEM, QUE SU VARITA MÁGICA HACE ESTO Y AQUELLO, PERO NO ENTIENDE NI PAPA DE LOS BLOGS. NOS METIÓ ACÁ ADENTRO Y GRACIAS A DOS PIBES JUAN MARTÍN Y JUAN IGNACIO Y A OTRO (NO TAN PIBE) LLAMADO ERNESTO, TODAVÍA SEGUIMOS EN CARRERA.

AHORA SÍ, A COMER TORTA VIRTUAL ¿QUÉ GUSTO TENDRÁ? ¡QUÉ MUNDO ESTE! LES DIGO LA VERDAD, PREFERÍA LA SELVA.

CHAU!!!





lunes, 21 de septiembre de 2009

¡ESTÁN TODOS INVITADOS!

Esto me contó Graciela que hace muchos años hace cosas con y por los pibes desde la escuela, el teatro, organizando ferias de libros...¡Gracias por compartir la información! ¿Quieren saber de qué se trata? ¡A leer más!


Hoy, en el Galpón en 18 y 71 con la Rimbombante Muñecoteca, de 16 a 20 hs, una muestra de libros y muñecos. Habrá lecturas, intervenciones y canciones a cargo de Hugo Figueras.
Además, en La Grieta, estamos todos los viernes de 16 a 20 hs en el vagonbulantero bibliofabulero y la sala de lectura del galpón donde pueden acercarse a leer todos los gustosos de la literatura infantil y juvenil, desde los 0 a los 99 años...



ORÁCULO DE PÉTALOS.(TENDRÁS QUE HALLAR QUÉ MISTERIOS OCULTA ESTA PRIMAVERA PARA VOS)

¡FELIZ PRIMAVERA A TODOS AQUELLOS QUE ENAMORADOS DE LA VIDA DESHOJAN FLORES CUAL ORÁCULOS DEL AMOR!

Se alarga la tarde
la abuela sentencia
llevá la campera
que va a refrescar

El grupo las risas
la vuelta del perro
qué dicha esperar
sentada en la plaza
si pasa o no pasará

La vida es presente
manifestación pura
belleza de amor
Siento tanta vida
en aquella plaza
Anochece y pregunto
oráculo de pétalos
¿pasa o no pasará?

Roja olvidadiza
tan primaveral
la vida es una pregunta
pasa o no pasará.

domingo, 20 de septiembre de 2009

HACE UNOS DÍAS INVITÉ A MULTIPLICAR. ESTA ES UNA PRUEBA DE LO QUE SE PUEDE LOGRAR

HOY TENEMOS VISITA

LES PRESENTO A:



ILUSTRADOR: PABLO GP

¿LES CUENTO CÓMO NACIÓ POLLITO, EL TEMIBLE?


A principios de Mayo, el dibujante y profesor Carlos Pinto me contó de un proyecto que estaban realizando los profesores de LV3 (Lenguaje Visual ) de la Facultad de Bellas Artes.
¿En qué consistía?, los alumnos tenían que ilustrar textos de diferentes autores y realizar los libros que serían donados a la fundación "Creando Lazos".
Desde el principio me pareció un estupendo proyecto. Conectó a ilustradores, escritores y destinatarios (en este caso los chicos y padres de la fundación).
¡HOY LOS LIBROS ESTÁN LISTOS PARA DISFRUTARLOS! Y RECIBÍ LA GRATA SORPRESA QUE UNO DE MIS CUENTOS "EL TEMIBLE" (pueden leerlo en este blog) LO ILUSTRÓ PABLO.


¡GRACIAS A TODOS LOS INTEGRANTES DE LA CÁTEDRA DE LV3, PROFESORES Y ALUMNOS!
¡GRACIAS A CARLOS PINTO QUE ME INVITÓ A PARTICIPAR!
¡GRACIAS A PABLO PORQUE EL TEMIBLE TENÍA MUCHAS GANAS DE TENER ROSTRO! ¡Y ADEMÁS ES MI PRIMER CUENTO ILUSTRADO!

¡DESDE AQUÍ LEVANTO LA VARITA MÁGICA PARA QUE SE MATERIALICEN MUCHOS PROYECTOS COMO ESTE!






viernes, 18 de septiembre de 2009

SENSACIONES VIAJERAS

Vilma acompañó a su paciente hasta la puerta. Al despedirse le dijo:
– ¡Qué extraño, hoy siento que algo he perdido!
La señora Melba era muy práctica, no hacía caso a esta clase de comentarios y se despidió apurada para llegar a freír las milanesas.
Vilma regresó alegre a su consultorio, hizo pasar a don Ernesto, un antiguo paciente que se rascaba la oreja con insistencia.
Melba se tomó el último taxi que había en la parada aquella tardecita lluviosa. El joven taxista no habló en todo el viaje abstraído por un pensamiento que le rondaba en la cabeza “llego a casa, tiro los zapatos, me pongo a escuchar música y basta de trabajar por hoy”. Melba, en cambio, estaba preocupada pensando que algo se había olvidado en el consultorio de la doctora Vilma. Revisó la cartera y tenía la receta, el dinero, los documentos, las llaves…sin embargo sentía que algo le faltaba.
– 3.223, llegamos señora.
El muchacho que manejaba el taxi volvió a la parada porque estaba seguro que se había olvidado algo. Melba abrió la puerta y fue decidida al equipo de música y encontró lo que deseaba ¡rock, rock y más rock! Lanzó los zapatos al aire y se puso a bailar desenfrenada con el sonido a todo volumen. El señor Méndez escuchó la música desde el auto y pensó en lo rápido que le iba a sacar esa loca costumbre a su hija quinceañera, pero tal fue la sorpresa al ver a su mujer saltando en el sillón que no pudo decir ni buenas noches.
Pili, la hija de uñas de diez colores, ni se enteró que esa noche nadie cenó. Estaba tan enamorada de E, después que él le guiñó el ojo por segunda vez en la semana, que no comía por suspirar.
– ¡Mamá qué te pasa! ­–gritaba Julio que llegó muy nervioso del partido de básquet porque su equipo quedó fuera del campeonato intercolegial­– ¡Y las milanesas! ¡quiero comer ya! –gritaba el pequeño tirano, pero por primera vez nadie le dio importancia.
Julio se fue muy enojado a dormir, pero cuando pasó al lado de Pili el muy pícaro con algo se quedó.
Amanecía cuando Melba se desplomó en el sillón de tanto bailar. Su marido le dio un beso en la mejilla antes de irse al trabajo y, sin querer, algo le sacó.
Julio y Pili llegaron a la escuela como todos los días. Nadie habría notado nada extraño si no hubiera sido porque Flavia, una compañera de Julio, pasó a su lado y él sintió que estaba locamente enamorado.
– ¡Ayer me diste un beso que todavía tengo grabado! –le gritaba a la inocente Flavia que, para escapar de los abrazos de Julio, se escondió debajo del escritorio de la señora Directora.
En cambio Pili, enojada como estaba, no dudó en darle una cachetada al querido E cuando él muy romántico le dijo:
­– Mi amor te compré este chocolate para vos.
La Directora, una señora anciana, llamó a los alumnos Méndez para averiguar la causa de semejante descontrol. Se sentó en medio de los dos y… ¡a uno de ellos algo le hurtó!
Por su parte Melba se levantó preocupada y llamó a la Doctora Vilma. Este fue el mensaje que le dejó en el contestador:
– ¡Preciso turno urgente, tuve un ataque danzarín, mi cuerpo se sintió joven y feliz!
Vilma no la escuchó porque ese día todos los turnos suspendió. Las manos no le alcanzaban para rascarse una insoportable picazón en la oreja que no entendía porqué se la agarró.
Hasta aquí cuento esta historia sinfin porque rin rin rin tocó el timbre e iré a ver qué sensación viene a visitarme a mí.

TENGO UNA CURIOSIDAD: ¿QUÉ HIZO EL RESPETABLE SEÑOR MÉNDEZ EN EL TRABAJO? ¿Y LA DIRECTORA CON QUÉ SENSACIÓN SE QUEDÓ? ¿QUÉ PASÓ CON EL TAXISTA Y TODOS LOS PASAJEROS QUE SUBIÓ? Y SI DON ERNESTO DEJÓ LA PICAZÓN, ¿A CAMBIO QUÉ SE LLEVÓ?

¡DALE CONTAMELO, SEGURO QUE VOS LO SABÉS MEJOR QUE YO!

TIHADA



miércoles, 16 de septiembre de 2009

¡TE INVITO A MULTIPLICAR!

CUENTOS X DIBUJOS X NOTICIAS DE MUESTRAS X IDEAS X INVITACIONES X ESPECTÁCULOS = EL INFINITO MUNDO DE LA FANTASÍA Y LA CREACIÓN.

TIHADA

viernes, 11 de septiembre de 2009

¡ FELIZ DÍA !

FELIZ DÍA A TODOS LOS MAESTROS Y DEMÁS TRABAJADORES QUE SE DEDICAN A LA EDUCACIÓN DE LOS PIBES DESDE DIFERENTES LUGARES.
ES MI DESEO QUE LOS TEXTOS QUE ESTÁN EN ESTE BLOG RECORRAN LAS AULAS, BIBLIOTECAS, CENTROS COMUNITARIOS... Y LLEGUEN A LOS CHICOS DE LA MANO DE USTEDES.
CON AFECTO.
TIHADA

jueves, 10 de septiembre de 2009

LA MISERIA ( Adaptación libre del cuento folclórico)

DEDICO ESPECIALMENTE ESTE TEXTO A LOS TRES GRUPOS CON LOS QUE LLEVAMOS A ESCENA LA OBRA.
EN 1996 EN 7mo CON CHICOS DE 12 Y 13 AÑOS. EN EL 2001 Y EN EL 2006 CON ALUMNOS DE 5T0 DE 10 Y 11 AÑOS.¡GRACIAS POR LA HERMOSA EXPERIENCIA COMPARTIDA!
SI VOS SOS UNO DE AQUELLOS CHICOS ME ENCANTARÍA QUE ESCRIBAS CONTANDO QUÉ RECUERDOS TENÉS DE ESA EXPERIENCIA TEATRAL.



PERSONAJES:Don Miseria-Mujer-Diablo-Relatores /as-Mendigo-Diablitos-San Pedro-Ángeles

(En un extremo del escenario dos sillas de paja, un brasero, un mate y una Pava. En el fondo la fachada de un rancho).

Don Miseria – ¡Qué vida esta!, uno se la pasa laburando y laburando, desde que sale el sol hasta que se entra, y después no alcanza ni para un buen puchero.

Mujer – Bueno no es para tanto, ya vendrán tiempos mejores. Dicen que no hay mal que dure cien años.

Don Miseria – (Suspira. Toma el mate que le alcanza su mujer) ¡Ni
cuerpo que lo aguante !

Mujer – Mejor por hoy deje de trabajar, está cansado y eso lo tiene mal.

Don Miseria – Sí mujer, tiene razón.

Mujer – Voy adentro a preparar la cena, no se tarde.

Don Miseria – Vaya nomás, yo ya voy. (Don Miseria queda solo y pensativo. En ese momento golpean las manos, se sorprende. Entra un hombre delgado, vestido de negro) Pase, pase hombre, como si estuviera en su casa. (Don Miseria se pone de pie para recibir al forastero)

Diablo – Buenas don Miseria, puede quedarse sentado si quiere, lo que vengo a proponerle no me llevará mucho tiempo... ( El diablo muestra su cola.Don Miseria se desploma en la silla al darse cuenta que está hablando con el mismo diablo) Veo que me ha reconocido, así que voy derecho al grano. Sé que usted vive miserablemente, que ya no tiene ni para darle de comer a sus hijos.

Don Miseria – La verdad no tengo ni donde caerme muerto.

Diablo – Por eso he venido a traerle la solución a su problema. Estas bolsas (le muestra tres bolsas que trae consigo) están llenas de monedas de oro. Vengo a entregárselas con una condición, pasado un año vendré a buscarlo, las bolsas a cambio de su alma, ¿qué le parece amigo, acepta?

Don Miseria – (Mirando fijamente las bolsas) ¿Usted quiere decir que si yo hago este trato con usted me voy derechito al mismo infierno?

Diablo – Así es mi amigo, ¿qué me dice? (impaciente).

Mujer – (Grita desde adentro) ¡Ya tiene el agua en la tina para bañarse, venga antes que se enfríe!

Don Miseria – (Mirando hacia la puerta) Sí...ya voy (se dirige al diablo)
Está bien, acepto y ahora váyase que no quiero que lo vea mi mujer.

Diablo – Está bien, como usted diga (le entrega las bolsas), pero no se olvide que dentro de un año lo vengo a buscar.

(El Diablo se retira. Don Miseria toma las bolsas y las envuelve con su poncho para que no las vea su esposa. Entra al rancho. Aparece en escena el relator).

Relator 1 – La vida de don Miseria cambió aparentemente para bien. Ya no tuvo que trabajar día y noche para conseguir el pan. Pero un día volvieron a llamar a la puerta y esto fue lo que pasó.

(Mientras el relator habla, ingresa al escenario un mendigo que camina
apoyándose en un bastón.)

Mendigo – (Golpea las manos, don Miseria sale del rancho). Buenos días buen hombre.

Don Miseria – Buenos días, ¿qué lo trae por aquí?

Mendigo – Le diré qué me pasa, hace unos días que estoy sin comer, hace mucho frío y no tengo ni una manta, ni un poncho para abrigarme, no sé si será mucho pedir, pero tal vez me pueda ayudar.

Relator 2 – Don Miseria que tenía muy buen corazón, sintió pena de aquel mendigo que parecía tan indefenso, le dio hospedaje y su mujer remendó sus ropas. Pasaron varios días y el mendigo decidió que era tiempo de marcharse.

Mendigo – Tengo que irme. Estoy muy agradecido por todo lo que ha hecho por mí. ¿Cómo puedo pagarle este gran favor?

Don Miseria – No, no es nada.

Mendigo – Igualmente, aunque usted diga que no es nada, le voy a conceder tres dones: el que se siente en esta silla no se levantará hasta que usted se lo ordene, el que entre en esta bolsa no saldrá sin que se lo ordene y el que suba a ese nogal no bajará mientras usted no lo ordene.

Relator 1 – Don Miseria no hizo mucho caso a las palabras de aquel mendigo, porque lo que él no sabía era que estaba con el mismo Tata Dios. El viejito se fue y los días siguieron su cauce normal. Pero, como todo lo bueno pasa pronto, llegó el día que se cumplió el plazo que el diablo le había dado a don Miseria.

(Don Miseria está trabajando. Llega el diablo acompañado de dos pequeños diablitos).

Diablo – Ha llegado el momento de partir Miseria, espero que esté listo.

Miseria – Por supuesto, los tratos son tratos... (se hace el que trabaja), pero antes de irme quiero terminar de hacer la herradura...si no es mucho pedir.

Diablo – ¡Qué viejo pedigüeño ha resultado ser usted! Está bien, pero un
momento nada más!

Miseria – Siéntese a descansar en esa silla mientras me espera.

(El Diablo se sienta en el lugar indicado por don Miseria. Los diablitos se
quedan parados a su lado).

Relator 2 – Don Miseria ha recordado los dones que le había dado su viejo amigo y ésta es la oportunidad para probar si dan o no resultado.

Diablo – Bueno, ya es hora de irse... (Se quiere parar pero no puede, hace toda la clase de movimientos y gestos) ¡Eh, ustedes, no se queden ahí parados y hagan algo, par de inútiles! (Le grita a los diablitos).

Diablitos – ¡Sí!¡Sí!(Los diablos tironean, pero nada. Don Miseria sonríe).

Diablo – ¡Ah!, ¡ya me imagino de dónde viene esto!, que has hecho viejo zorro, me he quedado como pegado.

Don Miseria – Y puede seguir tirando nomás, porque sólo podrá pararse de ahí con mi permiso.

Diablo – Así que con su permiso. (Está furioso. Los otros diablos se ríen). ¡Ustedes se callan! (resignado), está bien, qué otra cosa me va a pedir.

Don Miseria – Diez años más.

Diablo – De acuerdo.

Don Miseria – Puede levantarse. (El diablo se va muy enojado acompañado por los diablitos que hacen esfuerzos para no reírse. Don Miseria festeja su triunfo.)

Relator 3 – Don Miseria, con dinero y diez años más de vida, se sentía muyfeliz, en cambio en el infierno el horno no estaba para bollos.
Los días pasaron y de a poco se le fue la bronca al diablo, pero también la felicidad a don Miseria que sentía que se le acababa el plazo. Cuando se
cumplieron los años regresó el diablo, pero esta vez mejor acompañado.

(Entra el diablo con cinco diablitos más. Lo rodean a Don Miseria que está sentado en el mismo lugar y haciendo el mismo trabajo).

Diablo ­– ¡Esta vez sí que se le acabó el tiempo!, ¡ya mismo se para de esa silla y se viene con nosotros!(En ese momento uno de los diablos se va a sentar) ¡Cuidado!, ni se te ocurra sentarte en esa silla que después no te podés parar. Bueno, vamos, qué espera (dirigiéndose a don Miseria)

Don Miseria – Como usted diga don, pero antes quería terminar este trabajo, ¿por qué no comen unas nueces mientras me esperan?

Diablo – ¡Yo no pienso moverme de acá y no quiero comer nada!

Don Miseria – Pero miren que son ricas.

Diablo 1 – Mmmmm... (relamiéndose) me gustaría probar aunque sea una.

Diablo 2 – ¡A mí también, vamos! (El diablo intenta detenerlos pero ya todos están subidos en el nogal.)

Diablo 3 – ¡Qué rico! ¡Con lo qué me gustan las nueces!

Diablo 4 – ¿Por qué no viene usted también a probar?, ¡no sabe lo que se
pierde!

Diablo 3 – ¡Sí, venga, venga!

Diablo – Pero un rato nomás.

Todos los diablos – ¡Viva! ¡Viva!

(Todos aplauden. El diablo se sube al árbol)

Diablo 5 – Pruebe ésta, es muy rica.

Diablo – (Come) La verdad que sí. Junten algunas nueces y después nos vamos. (Intenta bajar, pero no puede) ¡Ayyy, no me puedo bajar!, ¡qué es esto, qué me está pasando!

Diablo 6 – ¡Yo tampoco puedo bajar!

Diablo 2 – ¡Ni yo!

Diablo 1 y 3 – ¡Yo tampoco!

Diablo – ¡Viejo ladino!, bájeme de acá o se va a arrepentir. ¡Se lo ordeno,
ahora mismo!

Don Miseria – (Se ríe.) No, si me lo pide así, a no ser que sea cruza de mono con diablo, se va a tener que acostumbrar a vivir en la alturas.

Diablo – ¿Las alturas?, ¿las alturas dijo? (temeroso)

Todos los diablos – ¡Las alturas! (tiemblan)

Diablo – Por favor (llorando) bájeme de aquí, le tengo miedo a las alturas (tiembla, los demás diablos lloran y gritan) no me haga esto, le prometo todo lo que usted quiera pero bájeme.

Don Miseria – Y bueno, si me lo pide así... Pero eso sí, me tiene que dar diez años más de vida.

Diablo – Sí, sí, lo que usted diga.

Don Miseria – Entonces puede bajar.

(Los diablos saltan del árbol y salen corriendo)

Relator 3 – Por segunda vez don Miseria venció al diablo, pero su rival no se iba a quedar de brazos cruzados. Pasó el tiempo y el tercer encuentro entre ellos se acercaba.

(Llega el diablo acompañado de un grupo numeroso de diablitos).

Diablos – ¡Oe oe oe somo los diablos
lo vamo a llevar
oe oe oe venga don miseria
no se haga rogar!

(Los diablos se ríen a carcajadas. El diablo mayor está serio).

Diablo – ¡Basta de diabluras que esto no es un juego! (Los diablitos se callan)

Don Miseria – Así que les gustan los versitos, a ver que tal andan con las
payadas.

Miseria – (Toma una guitarra)

Escuche lo que le hablo,
yo soy un viejo ladino
no le tengo miedo al diablo
aunque largue olor a zorrino.

Diablo – Déme esa guitarra.Escuche lo que le hablo...escuche lo que le hablo...

Diablo 7 – ¡Vamos que usted puede!

Diablo 8 – ¡No se achique!

Diablo - Chist, no me puedo concentrar. Escuche lo que le hablo...

Miseria – (Le saca la guitarra al diablo)

Miseria por nombre llevo
herrero de profesión,
a todo bicho me atrevo
tigre, diablo o lobisón.

Diablo – Está bien, me rindo.

Miseria – Así me gusta, que sepa reconocer sus limitaciones. Yo creo que a usted le gano hasta en una carrera de embolsados.

Diablo – (Se ríe) ¡Qué iluso!, usted no puede conmigo.

Miseria – ¿Quiere probar?

Diablo – Que si quiero ¡por supuesto! ¿Dónde están las bolsas?

Miseria – Acá, tome una. Corremos desde este lugar hasta la puerta del
rancho, ¿qué le parece?

Diablo – De acuerdo. (Los otros diablos apoyan al diablo mayor)

Diablo 1 – ¡Preparados, listos, ya!

(El diablo y don Miseria corren. Este último se cae y el diablo gana. Todos festejan. Don Miseria se ríe. Cuando el diablo quiere salir de la bolsa, no
puede.)

Diablo – ¿Qué pasa que no puedo salir?, es como si tuviera los pies pegados. ¿Por qué no me ayudan en lugar de quedarse ahí parados? (Los demás diablos intentan sacarlo, pero no pueden.)

Miseria – No pierdan más tiempo, yo sé lo que les digo. Sin mi permiso no podrá salir.

Diablo – Ya me cansó Miseria, si me deja salir de acá le perdono la vida.

Miseria – Siendo así, puede irse nomás. (Los diablos salen corriendo)

Diablo 8 – ¡Por acá no venimos más!

Diablo 9 – Vamos antes que nos haga algo.

Relator 3 – Pasaron los años y Miseria estaba muy cansado. Un día murió y fue al cielo. San Pedro y tres ángeles salieron a recibirlo.

San Pedro – Me parece que te veo cara conocida.

Ángel 1 – Él es Don Miseria.

Ángel 2 – ¡El que le ganó al diablo!

Ángel 3 – ¡El que le vendió el alma al diablo!

San Pedro – ¡Ah!, sí, ya recuerdo. Entonces no, no te puedo dejar pasar.

Relator 4 – Entonces, como no le quedaba otra opción, don Miseria decidió ir al infierno, pero allí tampoco tuvo suerte. Cuando los diablos lo reconocieron se acordaron de todas las cosas que les había hecho don Miseria. Empezaron a gritar y cerraron la puerta del infierno. Sin saber qué hacer, don Miseria regresó al mundo y acá se quedó. Es por eso que la miseria no se termina nunca.

(Versión libre del cuento folclórico que se conoce con diferentes nombres “El herrero y el diablo” o “La Miseria”, son algunas de los títulos)


TIHADA TE ENTREGA PARTE DE LA MAGIA, EL RESTO LO HACÉS VOS.