Los primeros años de la vida de Pamela transcurrieron pegaditos a su mamá. Las dos estaban muy felices de que así fuera. Adriana miraba los ojos de su hija y comprendía el significado de cada pestañeo.
La pelusita de bebé, como los suaves pétalos de las rosas, se deslizó para dar paso a una cabellera que le llegaba a los hombros. Una noche, cuando la niña se quedó dormida después de escuchar un cuento, Adriana miró el reflejo de la Luna que asomaba por las hendijas de la ventana. Suspiró y deseó en voz alta:
Como el Sol te acompaña Luna para que abras la oscuridad,
quiero sujetar a mi hija por toda la eternidad.
Y el Sol lanzó chispas de fuego, y la Luna se puso gorda y un señor que dormitaba en un banco de la plaza se levantó para seguir la orden que le habían dado.
Adriana se estaba por acostar cuando golpearon la puerta de calle. Como era tarde observó por la mirilla y vio a un anciano muy delgado.
– ¿Quién es? -preguntó la mamá.
– Soy el que viene a pedirle alimento.
Adriana preparó un paquete con comida y se lo entregó al hombre a través de la ventanita. El anciano extendió unas manos jóvenes, sus dedos parecían racimos de uva y de su boca salieron estas palabras que como el trueno resonó:
– Soy el que gracias le doy, a cambio le entrego lo que pidió.
Adriana se estremeció, hubiera jurado que vio el Sol en uno de los ojos del mendigo y la Luna en el otro; pero el Sueño la llamó para que olvidara aquella visión.
A la mañana siguiente, después de hacerle dos hermosas colas a Pamela, se dispusieron a salir. En la puerta tropezaron con una bolsa de arpillera. Adriana, que había olvidado lo sucedido, no sospechó de quién era la bolsa, pero la guardó por si alguien venía a buscarla.
A Pamela se le alargaron las piernas y ya medía casi un metro cuando fueron con su mamá a comprar el pintor para el jardín. La mamá se sacó una foto con su hija en el patio de su casa aquel primer día de clase. Antes de salir a Pamela se le ocurrió ir al galpón para llevar un juguete, buscando el osito de peluche se cayó aquella olvidada bolsa y rodó por el suelo todo su contenido: ¡muchas pelotitas de telgopor!
– ¡Qué desastre! ¡Y qué mugre! - regañaba Adriana.
La pequeña se tiró de panza sobre las pelotitas como si fueran de nieve y el delantal a cuadrillé rosa quedó a lunares blancos. La mamá lo sacudía para sacarle esas hormiguitas con abrojos que no estaban dispuestas a abandonar los bolsillos, el cuello, las mangas, ¡y ni qué hablar de las medias, los zapatos y el negro cabello de Pamela!
– ¡Para qué guardé esta bolsa! -gritaba la mamá- ¡Por qué se te ocurrió venir al galpón, y a mí hacerte caso!
La mamá estaba sacando pelotitas de aquí y de allá cuando vio algo que brillaba en el moño del delantal.
– ¡Oh, qué es esta maravilla!
Adriana se olvidó de la limpieza y se metió de cabeza en la bolsa.
– ¡Encontré otra! –gritó.
Siguió revolviendo como si estuviera haciendo arroz con leche y antes de que se le quemara pegó un salto.
– ¿Y esto? –gritó.
Pamela vio salir a su mamá con la cabeza toda blanca y pensó “qué feliz está mamá, como cuando volvemos del corso con la cabeza llena de espuma.”
Adriana se tiró en el piso sucio del galpón, con dos cosas brillantes en una mano y un papel en la otra. Esto fue lo que leyó:
La persona que encuentre las dos preciosas esclavas de oro podrá colocarse una en su muñeca y la otra ponérsela a una persona que quiera mucho. Las pulseras las mantendrá unidas, aunque estén lejos y podrán ayudarse una a la otra advirtiéndole sobre algún peligro. Siga las explicaciones que se detallan a continuación.
Instrucciones de uso:
Colóquese una de las pulseras en su mano derecha.
Entregue la otra pulsera a la persona elegida y colóquesela en la mano izquierda mientras dice las siguientes palabras en voz baja.
(Esa parte del texto no se escuchó porque Adriana respetó las instrucciones)
Para asegurarse que ha realizado todo según lo indicado, exponga a la persona que lleva la otra pulsera a una situación que le pueda resultar peligrosa, en forma inmediata la pulsera girará en su brazo y cuando usted la detenga el mal rato pasará.
Advertencia: No abuse del uso de la pulsera. Sólo para situaciones límites. Después de cada uso notará que las esclavas sufrirán un leve ensanchamiento.
La mamá se sintió muy afortunada de recibir ese regalo. Siguió todos los pasos indicados y salieron con Pamela rumbo al jardín, llevando cada una su pulsera.
Ese mismo día la mamá comprobó la utilidad de las joyas. Pamela se subió al tobogán más alto y cuando iba por el décimo escalón la esclava empezó a girar, la mamá la detuvo e inmediatamente Pamela abandonó su objetivo sin hacer berrinches.
En los años de jardín la pulsera giró alocadamente en muchas ocasiones. El arenero era un desierto habitado por piojitos. Pamela deseaba tirarse de panza como sus compañeros, se paraba en el borde y pensaba en ese ejército del que le había advertido su mamá “están dispuestos a sitiar tu cabeza”, entonces abandonaba la idea.
– ¡Vamos a jugar a la rayuela Pame! –la invitaban sus amigas.
¡Qué ganas tenía de aceptar la invitación!, pero la pulsera se movía ante el riesgo de perder el equilibrio en medio del cielo.
Cuando la señorita traía una pila de revistas, Pamela tenía muchos deseos de recortar y pegar las figuras en papeles gigantes y pegotearse por todos lados, pero una inquietud la invadía: ¿se quedarían pegados eternamente sus frágiles dedos?
Todos los días la mamá la despedía en la puerta del jardín con un dulce beso y, según la temperatura, decía:
– Ir al patio en invierno resfrío seguro.
Ir al patio cuando hace calor, cuidado con la insolación.
Cuando Pamela egresó del jardín las pulseras eran gruesos brazaletes de oro que a todos llamaban la atención.
– ¡Vacaciones, por fin! –gritaba Pamela deseosa de corretear sin pulseras.
Pero se equivocó, fue el tiempo que las esclavas más trabajaron. Las peligrosas olas mojando las rodillas o andar en bicicleta era toda una cuestión.
– ¡No vas a meter los pies en los rayos! –gritaba la mamá.
Y Pamela se imaginaba chupada por las ruedas, el cuerpo atrapado en una telaraña de alambres y su cabeza girando sin control.
En primer grado las dos pulseras dejaron de hacer tilín tilín, se pusieron serias y sonaban tolón tolón.
– ¡Todo está hecho para gigantes! –comentó la mamá a la maestra cuando vio el patio.
Los primeros años de la escuela las pulseras giraban desorbitadas, hasta para ir a comprar golosinas era un problema porque “los chicos empujan y la señora del kiosco nunca ve a Pame”, se quejaba la mamá.
Pamela empezó a ponerse fastidiosa cada vez que la pulsera raspaba su piel. Por esa época empezaron las invitaciones a los cumpleaños, a quedarse a dormir en la casa de una compañera o querer ir al cine con las amigas. Pero lo que hizo temblar a las pulseras como un terremoto fue una mini carta que descubría una declaración: “Pamela, qué linda sos”. Las pulseras, que ya llegaban hasta el codo y eran muchísimo más pesadas que un yeso, después de semejante confesión subieron hasta el hombro derecho de la mamá y el izquierdo de Pamela.
Estos objetos cuanto más anchos y costosos eran, más impedimentos traían. Pamela no podía bailar porque el cuerpo se le balanceaba ridículamente para su lado más pesado.
– ¡Qué fastidio! -le gritó Pamela a la mamá- ¡Ya no puedo ni abrazar!
Adriana se quedó pensando en lo que dijo su hija y se dio cuenta de las cosas que ella también había abandonado, como el taller de pintura porque no podía levantar el pincel, y hacía años que no salía con sus amigas porque la manga de ningún vestido le quedaba bien.
Con los primeros tacos altos Pamela lagrimeaba, no tanto por el dolor de pies, sino por la enorme esclava que todo el tiempo la tironeaba.
Pamela pasó encorvada a recibir su diploma porque el macizo oro le llegaba al hombro y no había forma de poderse enderezar. La mamá casi no pudo aplaudir del terrible dolor en el brazo, la columna, la cabeza y no sé cuántos síntomas más. Ese día Pamela gritó:
– ¡Quiero arrancarme esto mamá!
La pulsera-brazalete se enfureció y tomó forma de gargantilla. Pamela y su mamá sintieron que no podían respirar.
Esa misma noche, cuando la joven se durmió, Adriana se quedó mirando el reflejo de la Luna que asomaba por las hendijas de la ventana. Acarició los cabellos de su amada niña joven. Suspiró y deseó en voz alta:
Como el Sol te ilumina Luna para que abras la oscuridad,
quiero alumbrar a mi hija por toda la eternidad.
Y el Sol lanzó chispas de fuego, y la Luna se puso gorda y un señor que dormitaba en un banco de la plaza se levantó para seguir la orden que le habían dado: pasar a recoger una carga que hacía muchos años en una casa había dejado.
prometo pasar mas seguido...besos
ResponderEliminarHola Tihada, que cuento más guapo,y que enseñanza nos deja tan buena, querer proteger tanto aveces trae problemas y no nos damos cuenta me encanta parte en que la niña se lanza de panza sobre las bolitas , me recordo a mi jugando de niña jeje.
ResponderEliminarun abrazo , me gustó mucho
PAO
HOLA ELI! GRACIAS POR TU VISITA! ABRAZO!
ResponderEliminarHOLA PAO!
ResponderEliminarME PARECE QUE TENÉS MILES DE ANÉCDOTAS PARA NARRAR DE TUS TRAVESURAS EN LA NIÑEZ, ¡UN DÍA ME TENÉS QUE CONTAR Y HACEMOS UNA HISTORIA!
¡Y COMO SIEMPRE ME ENCANTA TU VISITA!
UN GRAN ABRAZO!!!
Hola, qué gusto encontrar tu blog, tus textos son maravillosos, nos llevan de la mano a esos sentimientos y aventuras de la infancia, gracias por eso...
ResponderEliminarFelicitaciones y mi abrazo
Volveré
Abrazo
Ev...
HOLA EVANGELINA! ¡HAY MOMENTOS QUE NECESITAMOS UN POCO DE ALIENTO, TUS PALABRAS ME HAN RECONFORTADO!¡GRACIAS!
ResponderEliminarBIENVENIDA! ¡UN ABRAZO!
Thada, perdona mi ignorancia, este cuento lo escribiste tú, es muy bueno y deja tanto, me pude imaginar cada detalle y lo visualizé en bellas imágenes, me encantó, si lo hiciste tú, te felicito si es de otro para el las felicitaciones y para ti las gracias de compartirlo. un beso paty
ResponderEliminarHOLA PATY! SÍ, TODOS LOS TEXTOS QUE APARECEN EN EL BLOG ESTÁN ESCRITOS POR MÍ, CASO CONTRARIO ACLARO QUIÉN ES EL AUTOR.
ResponderEliminar¡GRACIAS POR TUS PALABRAS Y, VINIENDO DE ALGUIEN QUE HACE UNAS ILUSTRACIONES TAN BELLAS, ES UN HONOR QUE HAYAS VISUALIZADO IMÁGENES!
¡GRACIAS POR TU VISITA! ABRAZO!
Thada, animate, igual con un dibujo bonito, no tiene que ser ilustración perfecta, piensa que es para todos, un beso paty
ResponderEliminarHOLA PATY! AHORA VIAJO RÁPIDO A TU MÁGICO LUGAR Y TE CONTESTO, JEJE, EL QUE QUIERA SABER LO QUE TE PUSE QUE VISITE TU BLOG...
ResponderEliminarBESITOS!!!
Hola Tihada,
ResponderEliminarMe siento muy acompañada en este mundo de los blogs, espero que desde hoy sientas lo mismo, pues esta seguidora pasará por aquí para leerte.
Un abrazo
Desde México, Esmeralda.
HOLA ESMERALDA! ¡QUÉ SORPRESA, RECIÉN LLEGO DE PASEAR POR TU BLOG Y ENCUENTRO TU MENSAJE!
ResponderEliminarTE DOY LA BIENVENIDA!
UN ABRAZO!!!
Bellísimo cuento con grandes enseñanzas. Me encantó; hay riqueza de imágenes en él. Has pintado con palabras un cuento brillante. Felicitaciones! Un abrazo.
ResponderEliminar¡HOLA ALMA! ¡ME ALEGRA TU VISITA!
ResponderEliminarGRACIAS POR ESO QUE ME DECÍS "HAS PINTADO CON PALABRAS", ALGO QUE TRATO DE HACER CADA VEZ QUE NARRO, SI PARA VOS LO HE LOGRADO ME SIENTO HALAGADA.
UN GRAN ABRAZO!
Thiada, entré a leer este cuento que me encanto! En verdad, como todo lo que escribís. Esta es una lección muy inteligente en la que concuerdo.
ResponderEliminarQuisieramos evitarles todos los dolores del mundo a nuestros hijos, pero eso no es vivir...
Y la vida es experimentar, errar y acertar! Un beso de tu amiga de la "sincronicidad"
Cristina
Acepté tu invitación y entré a leer este cuento que me encanto! Bueno, como todos los tuyos! Este cuento-lección con el que concuerdo: Quiseramos evitar todos los dolores dle mundo a nuestros hijos, pero eso no es vivir.
ResponderEliminarDeben experimentar, caerse y levantarse, errar y acertar para poder enfrentar la VIDA!!!
Un beso,
Tu amiga de la "sincronicidad"
Cristina F.A.