viernes, 28 de agosto de 2009

ESTÁS INVITADO/A

¡ TE INVITO A QUE ME AYUDÉS A ESCRIBIR EL BLOG!
¡TUS IDEAS SERÁN BIENVENIDAS! ¿QUERÉS CAMBIAR ALGO DE ESTAS HISTORIAS? ¿TENÉS UN CUENTO PARA MANDARME? ¿Y UN DIBUJO?
¡ MECHI, MARTINA, FATIGA, MARIANA... TODOS LOS PERSONAJES DE ESTE BLOG TE ESTÁN ESPERANDO!
UN SALUDO MÁGICO
TIHADA.

RAMAS QUE NO SE TALAN ( Segunda Parte )

... Y CONTINÚA LA FUNCIÓN!!!

Vecino / a 3 – No me parece una tontería.

Vecino / a 5 – No es mi problema, en el fondo de mi casa tengo un álamo hermoso y una higuera.

Vecino / a 2 – ¿Y eso qué tiene que ver?

(Hablan todos a la vez)

Vecino / a 3 – ¡Escuchemos a los chicos! Parece que quieren explicarnos algo.

Nicolás – Nosotros un día vimos este terreno solitario…

Jerónimo – Y le dimos vida con este árbol que creció y dio flores.

Martina – Acá pueden venir a jugar todos los que quieran.

Nicolás – Pero ayer prohibieron nuestro sueño de que crezca cuando
arrancaron una de sus ramas (La rama – niños permanece en el suelo)

Martina – ¿Nos van a ayudar a crecer junto al árbol?

Vecino / a 1 – ¿Crecer? ¡No me gusta esa palabra!

(Los vecinos discuten entre ellos, gritan, un grupo se pone de parte de los
chicos y otro se retira).

Vecino / a 6 – Mejor me voy a dormir, porque mañana nadie me va a ayudar si llego tarde al trabajo.

Vecino / a 1 – ¡No me gusta la palabra crecer! (Se retira).

Vecino / a 7 – Es verdad, mi hija se fue cuando creció (Se retira).

Vecino / a 2 – No estoy de acuerdo, crecer es cambiar, mejorar, descubrir cosas nuevas, madurar.

Vecino / a 5 – Hasta mañana, me voy a dormir debajo de mi arbolito.

Vecino / a 3 – Han tenido una buena idea chicos, pero casi todos se fueron, mejor abandonen esto, ¿vamos? (Se dirige a los vecinos que permanecen en el escenario. Se retiran).

(Los chicos rodean el árbol. Se abrazan a él y se quedan dormidos. Entran a escena muchos pájaros que revolotean alrededor del árbol y con sus plumas acarician a los chicos. Se escuchan ruidos de motores. Los pájaros se esconden. Entra el capataz y los obreros. Los chicos se despiertan)

Capataz – ¿Qué hacen estos mocosos piojosos acá?

Jerónimo – ¡Más respeto señor!

Nicolás – ¡Nosotros del árbol no nos movemos! (Se abrazan a él)

Capataz – ¿Ah no? ¿Saben qué parecen?, esos pajarracos que viven en los árboles, deben estar llenos de piojillos (Se ríe exageradamente. Los pájaros salen de su escondite, enojados) ¡A la cuenta de tres los quiero fuera de aquí! ¡Uno! ¡dos! ¡tres! (Los chicos continúan inmóviles) ¡Así que se hacen los malos! (Golpea con un látigo en el suelo) ¡A ellos! (Ordena a los obreros. Éstos toman de los brazos y las piernas a los chicos y los ponen, apilados, a un lado de la escena. Toman la motosierra y se disponen a cortar otra rama. Los chicos gritan. El árbol se mueve lentamente. Las flores lloran. Entran los pájaros chillando. Los pájaros atacan a los obreros que huyen. El último en escapar es el capataz que corre desesperado, con la ropa destrozada. Los niños están felices. Los pájaros se apoyan en las ramas).

Todos los chicos – (Giran alrededor del árbol) Queremos crecer como los árboles, queremos volar como los pájaros. Eso no es dejar, no es abandonar.Te amo suelo, te amo cielo. Quiero mi hogar, mi espacio, mi lugar. Quiero crecer, crecer en libertad.


LOS ACTORES SALUDAN. ¡PLA PLA PLA! TERMINÓ LA FUNCIÓN.

¡ANIMATE A REPRESENTARLA CON TUS COMPAÑEROS Y AMIGOS!






miércoles, 26 de agosto de 2009

RAMAS QUE NO SE TALAN ( Primera Parte )

PERSONAJES:
Jerónimo - Martina - Carolina - Nicolás - Santiago - Juan- Karen - Natalia - Grupo de niños ramas - Grupo de niñas flores -
Capataz - Obreros 1-2-3 - Vecinos / as 1-2-3-4-5-6-7 - Pájaros

(Entra un grupo de niños llevando una rama con hojas. La rama es representada por otro niño)

Jerónimo – ¡Vamos a plantarlo acá!

Martina – ¡Muy buena idea, siempre venimos a jugar, pero nunca nadie plantó un árbol!

Carolina – Es verdad, mi papá me cuenta que este terreno está así,
abandonado, desde que él era chico.

Nicolás – ¡Nosotros vamos a limpiarlo y esta ramita un día va a ser un gran árbol!

Martina - ¡Sí! ¡Manos a la obra!

(Los chicos terminan de plantar y regar el árbol. Con palas y azada, a la
manera de una danza, limpian el terreno al compás de la música. Se retiran. Silencio. Entran diez ramitas. Se colocan en diferentes lugares de la escena. Suena una música. Las niñas ramitas realizan una coreografía y una a una se colocan junto a la primera rama, dando la idea de que el árbol está creciendo. Quedan estáticas. Ingresa un grupo de niños)

Nicolás – (Trae una pelota) ¡Miren chicos! ¡Cómo ha crecido el árbol en
pocos días!

Santiago – Parece que le gusta este lugar.

Jerónimo – Mi mamá dice que hay que hablarle a las plantas para que
crezcan mejor.

(Algunos chicos se han “subido al árbol”. Acarician sus hojas, las huelen y besan. Otros hacen jueguitos con la pelota).

Martina – Hola árbol, somos tus amigos.

Santiago – ¿Te gusta crecer?

Jerónimo – ¡Qué pregunta! ¿Cómo no le va a gustar crecer?

Santiago – A mí no me gusta.

Nicolás – ¿Por qué?

Santiago – Porque tengo los brazos muy largos y me choco todo. (Risas)

Martina – Además, te enterás de cosas tristes que cuando éramos chiquitos no las sabíamos.

Jerónimo – ¡A mí sí me gusta crecer! Ahora me dejan salir más, me dan
permiso para quedarme a dormir en la casa de Nico. (Lo abraza)

Nicolás – ¡Y en la escuela somos los más grandes!

Carolina – Vamos a echarle agua porque para que crezca sano, además de hablarle, tiene que alimentarse bien, ¿no les parece?

Nicolás – ¡Ya lo creo! ¡Yo cada vez como más milanesas! (Todos ríen)

(Oscurece. Los chicos se retiran. Entran otras ramas y muchas flores. Música y coreografía. Se colocan junto a las demás ramas del árbol. Amanece. Entran los chicos con regaderas y palas)

Juan – (Asombrado) ¡Miren! ¡Ahora tiene flores!

Carolina – ¡Qué bellas son!

Martina – ¡Y de cuántos colores!

Carolina – Mirá ésta de color rosa, parece que recién ha nacido.

Martina – Todo lo que nace es hermoso.

Nicolás – Como los cachorros de mi perra Fofita, que mueve la colita así y los ojitos así.

Karen – A mí me gustan los perros recién nacidos, cuando son grandes no.

Natalia – Mi perro es muy grande y siento que me cuida. A la noche
lo llamo y se me pasa el miedo.

Martina – Yo hago eso con mi papá.

Jerónimo – ¡Comparás a tu papá con el perro de Natalia! (Todos se ríen)

Martina – ¡Callate nene, es una forma de decir! (Lo corre alrededor del
árbol)

Algunos chicos – ¡Martina! ¡Martina!

Otros – ¡Jerónimo! ¡Jerónimo!

(Se escuchan ruidos de motores. Los chicos quedan en silencio y se esconden en un rincón de la escena. Entra un grupo de trabajadores con motosierras. Un capataz los dirige)

Capataz – ¡Este es el terreno del señor Anastasio! ¡Así que manos a la obra!

Obrero 1 – ¿Qué va a hacer el viejo, digo el señor Anastasio acá?

Capataz – Un gran edificio, de quince pisos y terraza.

Obrero 2 – ¡Qué chiquita se van a ver las casas!

Obrero 3 – Y va a dar sombra a toda la cuadra.

Capataz – ¡Shhh! ¡Usted cállese que no está para pensar sino para
transpirar!

Obrero 2 – Es cierto, tengo una sed… me da un poco de agua.

Capataz – ¡Qué agua ni agua! ¡Se creen que están en la playa! ¡A trabajar he dicho! ¡Ahora!

Obreros – Sí, señor capataz.

(Cortan una rama representada por varios niños que caen al suelo haciendo gestos de dolor. Los chicos salen del escondite)

Chicos – ¡No! ¡Qué hacen! ¡Basta!

Jerónimo – Dejen a nuestro árbol.

Carolina – Están matándolo.

(Algunos corren a acariciar las ramas caídas, otros rodean el árbol)

Capataz – ¿Y ustedes quiénes son? ¿Qué bicho les picó?

Nicolás – (Sacando pecho) Nosotros somos los dueños del árbol.

Jerónimo – Los que jugamos en este terreno.

Carolina – Mi papá también venía a jugar acá y mi abuelo…

Capataz – (Interrumpiendo) ¡Sí! ¡Y yo soy el Presidente de la Nación! (Se ríe burlonamente) ¡Más vale que usen sus patitas para correr bien ligero, si no quieren que los corra yo!

Martina – Pero este es nuestro terreno.

Capataz– (Se ríe) ¡Este es el terreno de don Anastasio! ¡Así que se van
rapidito! (Los corre y obliga a los obreros a correrlos. Los chicos gritan y corren) Bueno, por hoy dejemos de trabajar, mañana regresamos a terminar con esto. ¡Ja!, ¡un árbol de morondanga! (Se ríe) ¡Ríanse! (A los obreros, que lo imitan a desgano. Se retiran)

(Entran los chicos, vestidos de murgueros. Bailan alrededor del árbol. Llevan un estandarte que dice: “Los pibes del árbol”. Con un megáfono convocan a los vecinos)

Jerónimo – ¡Vengan! ¡No dejemos morir el árbol!

Carolina – Que el vecindario abra las ventanas.

Karen – ¡No nos dejen solos!

Juan – ¡Quiero que el árbol crezca!

(Se acerca un grupo de vecinos. Hablan entre ellos. Todos están en camisón, gorrito de dormir. Algunos traen almohadas o frazadas).

Vecino / a 1 – ¿Qué pasa? ¿Por qué tanto alboroto?

Vecino / a 2 – ¡No se puede dormir!

Vecino / a 3 – ¡No saben que hora es!

Todos los vecinos – ¡Es hora de dormir!

Todos los chicos – ¡No! ¡Es hora de despertar!

Vecinos – ¿Qué?

Vecino / a 4 – ¿De qué hablan?

Nicolás – Disculpen que los hicimos levantar.

Jerónimo – Pero es por una causa muy importante.

Martina – Mañana temprano van a tirar el árbol.

Vecino / a 1 – ¿Y por esa tontería interrumpieron mi sueño?

Vecino / a 2 – ¿Y por qué lo van a sacar?


CONTINUARÁ...

¿QUÉ TE IMAGINÁS QUE PASARÁ? ¿CORTARÁN EL ÁRBOL? ¿LOS CHICOS PODRÁN DEFENDERLO? COMENTAME LO QUE IMAGINÁS Y NO TE PIERDAS EL FINAL.



LO PROMETIDO: ¡SE ABRE EL TELÓN!

¡TEATROBLOG A PUNTO DE SUBIR A ESCENA!

PARA LOS NIÑOS, JÓVENES Y ADULTOS QUE QUIEREN RECIBIR LA PRIMAVERA EN UN ESCENARIO.

PARA REPRESENTAR EN EL COLE, EN UNA PLAZA, EN UN TEATRO CON BUTACAS Y TODO.

TIHADA TE ENTREGA PARTE DE LA MAGIA, EL RESTO LO HACÉS VOS.

EL REFUGIO DE FATIGA

Fatiga, así le dicen los chicos a Nahuel porque llega tarde todos los días a la escuela arrastrando los pies, tiene un guardapolvo largo que su mamá le compró para que le dure hasta que se case. Es flaco y uno de los más altos de mi grupo. Antes de entrar al aula deja al hermanito en primero, porque la mamá trabaja desde temprano y él tiene que andar con el chiquito todos los días del año, aunque caigan sapos de punta.
Abre la puerta del salón cuando ya estamos trabajando. La señorita Nelly le dice, ¡apuráte Nahuel!, ¡seguro que recién te levantás! Los chicos le cantan “Fati, Fatiga, Fatiguita seguro te duele la barriguita”.
Pero ni los chicos ni la seño saben que Nahuel se levanta cuando todavía está oscuro y prepara el desayuno para Javier, su hermanito. A la escuela va sin almorzar y en el primer recreo se compra un pancho.
En clase se lo pasa hablando, la seño dice “apagá esa radio”. En el recreo corre y corre, juega a los autitos chocadores y empuja a todos hasta que se arma lío porque alguno se cae o choca contra una columna, entonces a la maestra el maquillaje se le escapa de la cara como fuegos artificiales y grita:
– ¡Arrastrás los pies para venir a la escuela, pero acá corrés como una moto sin frenos!
Algunos se ríen y le cantan ¡moto sin frenos!, ¡moto sin frenos! Nahuel se pone loco y todos disparan. Las chicas se esconden en el baño de nenas donde él no puede entrar y se queda rabioso en la galería.
Cuando nos vamos de la escuela, antes de meterme al auto de papá, lo veo arrastrar otra vez los pies y que tironea a su hermano.
– ¡Mirá papi, ese es Nahuel!
– Sí, ya me dijiste -dice papá, cansado de que le hable de él.
Nahuel vive cerca de casa y hace poco me pasó lo mejor desde que he nacido - ¡y ya hace ocho años que nací!- mamá me dejó ir a la panadería sola y me lo encontré. Él me invitó a la plaza que está a unas cuadras. Al principio no quería ir porque me daba miedo, pero Nahuel me convenció:
– Es un ratito, te muestro la ciudad de unos amigos y volvemos.
En la plaza nos dirigimos al árbol más gigante, con unas ramas gruesas que salían de abajo de la tierra. Nahuel caminó sobre ellas, en puntas de pie y sin zapatillas. Me dijo que me sacara los zapatos y lo imitara.
– Mis amigos viven dentro de este árbol, son un poquito más grandes que las hormigas -me contó Nahuel mientras hacíamos equilibrio- algunos son flacos como un alfiler y otros gordos como una bolita, ¡mirá ahí va uno! ¿lo ves?, tiene tantos colores como los cachetes de la señorita Nelly. ¡Nos invita a seguirlo, vamos!
Nahuel empezó a achicarse hasta llegar a la altura del hombrecito al que llamó Scott y juntos se introdujeron por un nudo del árbol, yo iba detrás. Caminamos por un pasillo largo con muchos recovecos, nos cruzamos con vaquitas de San Antonio más altas que Nahuel y… ¡recién ahí me di cuenta que yo también era del tamaño de una goma de borrar muy usada!
– Bienvenidos a nuestra ciudad -nos dijo el pequeño portero- aquí sólo pueden entrar los que aman la naturaleza.
En ese momento nos cruzamos con muchos seres coloridos, parecidos a Scott. Todos estaban muy ocupados, empujaban carretillas, cargaban palas y baldes, rastrillos.
– ¿Qué hacen? -me animé a preguntar.
– Nosotros somos los cuidadores de esta plaza. Tenemos que lustrar las hojas de los árboles, si una plantita está herida nuestra ambulancia sale a curarla, redondeamos las espinas de las rosas para que no lastimen, hacemos reuniones terapéuticas con las mariposas y los pájaros que están temerosos porque los cazan o rompen sus nidos.
– ¿Y quién es tan malvado que hace eso? -pregunté.
Mi nuevo amigo me miró tristemente y dijo:
– Los humanos.
Recorrimos parte de la ciudad porque era muy grande. Uno de los lugares que más me llamó la atención fue la “Enfermería para Peces” donde, en camillas de agua, estaban panza para arriba miles de pececitos. Algunos tenían una aleta lastimada, otros habían perdido sus bellos colores y estaban grises. El enfermero pintor los acariciaba hasta que de tan felices volvían a recuperar sus tonos.
– ¿Por qué no tienen colores? -preguntó Nahuel.
– De tanto llorar por las latas y las bolsas que las personas tiran en la fuente de agua donde ellos viven -explicó Scott y después de un suspiro largo agregó- ¡por hoy basta de preguntar, continuamos en la próxima visita!
Dicho esto Nahuel se infló y creció. Los dos estábamos apoyados en el árbol cuando vi que mamá cruzaba la plaza. Me puse las zapatillas y salí corriendo a alcanzarla. No sabía cómo iba a explicarle mi tardanza, pero mucho menos qué le iba a decir del calzado, porque apurada me puse las gastadas zapas de mi amigo que -acostumbradas a su dueño- me obligaban a arrastrar los pies.

martes, 25 de agosto de 2009

LAS DOS EN UNO

Ser hermanas mellizas es una cosa que puede ser maravillosa, pero a veces se complica y termina siendo engorrosa. Fue lo que les pasó a Celina y a Melina, que están juntas desde antes de nacer y son muy parecidas como casi todas las melli.
Siempre las vestían igual, cosa que también es muy usual; pero una cosa es ponerse pantalones y remeras idénticas, y otra muy distinta usar la misma polera al mismo tiempo.
Les explico cómo empezó todo. Melina y Celina son muy flacas, la ropa les quedaba siempre larga de mangas o ancha de espalda, los pantalones se les caían, parecían comprados para la gordi de la tía. Así fue que la madre, que era muy práctica, un día resolvió:
– Desde hoy en adelante lo que usa una lo usan las dos.
La mamá solucionó el problema de los talles y también tuvo menos trabajo porque a partir de ahí lavó y planchó una sola muda de ropa que usaban dos. Pero -casi siempre sucede en este mundo- lo que para unos es una solución para otros es un problemón. Eso les ocurrió a Melina y a Celina que tuvieron que usar un solo pulóver, una manga para cada una y el cuello para las dos; y de la pierna derecha del pantalón asomaban las dos patitas de Melina y del lado izquierdo las de Celina; un solo gorro completaba el vestuario y -por suerte- cuatro cómodos zapatos.
Tuvieron que soportar las miradas asombradas de los vecinos y las burlas de sus compañeros. Pero pasados los primeros quince días los demás se empezaron a acostumbrar y veían el hecho como lo más normal. En cambio ellas se sentían muy mal porque, aunque tenían hasta la misma cantidad de pecas, en el carácter eran muy distintas. Cuando Celina quería estudiar, Melina deseaba acostarse en el sillón a mirar televisión; a una le gustaba ir a danzas y la otra jugaba al fútbol; hasta ir a la calesita era un problema porque Melina quería subir en el caballo y su hermana quedarse parada para ganar la sortija que -cuando la sacaba- el calesitero nunca sabía a quién le tocaba.
Por esas y muchas otras razones a las niñas se les perdió la sonrisa, por todo lloraban, cosa que también era complicada porque debían hacer turno para limpiar sus lágrimas con el mismo pañuelo.
Ante tanto llanto la mamá decidió llevarlas a una especialista en niños que tenía fama de payasa porque de su consultorio salían todos riéndose a carcajadas ante cualquier pavada.
Cuando llegó el día de la consulta, las nenas estaban en la sala de espera sentadas en la misma silla. La licenciada en hacer reír abrió la puerta del consultorio y al verlas gritó:
– ¡Socorro! ¡Un monstruo de dos cabezas!
Y salió corriendo como si se le estuviera quemando el consultorio. Pasaron por varios expertos en problemas, pero uno no las atendió porque “de a dos no pueden entrar a conversar”, otra doctora con muchos diplomas les dijo “me voy a hacer mucho lío, si ni sé cuál es cuál.” Así que después de tanto andar al final la mamá empezó por el principio y les preguntó el motivo de tanta tristeza.
– ¡No queremos estar más presas!
– ¿Presas? -se sorprendió la mamá.
– ¡Yo quiero ir a fútbol -dijo Melina- sin que esta pata dura me arruine los goles!
– ¡Y yo quiero ir a danzas sin que esta pata de palo baile como un robot! -se hizo escuchar Celina.
Cada una presentó una lista de quejas de todas las cosas que querían hacer sin que la hermana estuviera todo el tiempo al lado. La mamá las miró sorprendida porque creía que sus hijas adoraban estar unidas. Después de escucharlas decidió sacarles el pulóver, pero por más que tironeó y tironeó las cabezas de las niñas habían crecido y nada logró. Lo mismo pasó con el pantalón y el resto de la ropa. La mamá las miró sorprendida y dijo:
– ¡Qué grandes están mis pequeñas!
Después sacó del costurero una tijera grande y afilada, pero ni una lana pudo deshilachar; entonces llamó a la modista pero no dio resultado por más que probó con todas las tijeras que tenía. Finalmente llegó el jardinero pero no alcanzó a hacer nada porque al sentir la tijera gigante de podar, la ropa se sacudió e hizo a las niñas girar como un trompo hasta quedar colgadas de la lámpara y recién ahí el pulóver se abrió en dos y lo mismo sucedió con el pantalón.
– ¡Por fin sueltas! -dijo Celina, mientras aterrizaba en un almohadón.
– ¡Me estaba ahogando! -gritó Melina desde las tejas del techo.
Antes que la mamá reaccionara, Melina se subió a la higuera del vecino y comió sus frutos hasta que se le pasparon las mejillas, mientras Celina se fue al cine a empacharse de películas románticas que a la futbolera no le gustaban. Cuando se encontraron a la noche muy fuerte se abrazaron y no dejaron de hablar hasta la madrugada contándose todo lo que habían hecho y planeando lo que iban a hacer.
– ¿Me vas a ir a ver el domingo cómo meto más goles que Maradona? -preguntó Melina.
– ¡Sí, sí! -le respondió feliz su hermana de poder mirar el partido desde la tribuna.

lunes, 24 de agosto de 2009

¡ATENCIÓN, PRONTO SE ABRE EL TELÓN!

¡NO DEJÉS DE VISITAR EL BLOG PORQUE EN POCOS DÍAS SE ABRE EL TELÓN! ¡MUCHOS PERSONAJES TE ESTARÁN ESPERANDO PARA QUE LES DES VIDA EN EL DÍA DE LA PRIMAVERA!

UNA OBRA DE ARTE

La mamá de Serafina es una señora muy fina. A la mañana va al supermercado con una pollera azul y una blusa blanca. Cuando regresa se cambia y hace la comida con el vestido de entrecasa al que cubre con un delantal a cuadritos.
A las cinco de la tarde va a buscar a Serafina a la escuela, pero antes se pone la ropa de la tarde, una pollera más colorida que la azul aburrida de los mandados y una blusa con una flor en el pecho o prendedores y pañuelos de colores. En la puerta de la escuela todas las madres la miran porque hasta los zapatos y las medias combinan, ¡y eso que nadie puede ver que la bombacha siempre está a tono con la flor o el colgante multicolor!
– ¡Qué señora tan elegante! -comentan todos.
El problema empieza cuando Serafina sale de la escuela. A la niña sólo se le ven sus grandes ojos como dos ciruelas. Está toda embadurnada con plasticola, tiene desarmadas las dos colas, los moños asoman de sus bolsillos y el delantal blanco es verde, azul, amarillo.
– ¡Qué barbaridad! -repite todos los días la mamá mientras le sube las medias.
Hasta acá es la historia de una niña traviesa, pero les voy a contar sobre un día especial. Esto fue lo que pasó:
La niña salió del cole tironeando de la manga de un guardapolvo que iba barriendo los papeles de la vereda.
– ¡Qué pasó! -gritó la mamá.
Serafina sonrió muy feliz y mostró el guardapolvo pintado con témperas. casitas, vacas, lindos chanchitos y hasta un gallito diciendo cocorocó había en aquella granja de la imaginación. Pero lo peor fue cuando dijo que ese guardapolvo era de Romina, su mejor amiga.
– ¿Y tu delantal? -preguntó la mamá.
–Allá está -dijo Serafina y señaló a la madre de Romina que también contemplaba una bella granja pintada en la tela blanca.
En la esquina de la escuela se juntaron las dos mamás a resolver el dilema, pero ni Romina ni Serafina se hicieron problema.
Ese día ninguna madre se movió de la puerta de la escuela porque en vivo y en directo había una buena novela. La Directora, al ver por la ventana de su despacho que nadie se iba, salió a la vereda. Dijo buenas tardes con su vozarrón, todos contestaron y le señalaron la cuestión. La señora Directora se acercó a las madres y les explicó:
– Paso a relatar lo que sucedió en el día de la fecha: las alumnas Serafina y Romina se han presentado en la Dirección por haber dibujado en un lugar inadecuado. Por tal motivo, después de hacer el acta he decidido que cada una se lleve el guardapolvo de su compañera y para mañana lo traiga lavado y planchado.
En la casa de Serafina el lavarropas se negó a funcionar, porque el aparato entendió (más que las mamás y la directora) que se hallaba frente a una obra de arte.
La madre de Serafina estaba furiosa y la puso a fregar a su hija. La niña fue a lavar muy contenta porque le encantaba jugar con agua. Pasó horas lavando, pero ni una pata de la oveja se borró. Después de mucho enjabonar vio que las ovejitas estaban comiendo pasto y los chanchitos tomaban leche de su mamá. Serafina se restregó los ojos, creía que su fantasía le hacía ver cosas extrañas, pero en ese momento escuchó una vocecita:
– Hola amiga, gracias por la granja que me regalaste. Te invito a que vengas a visitarme -dijo la joven que estaba dibujada bajo un árbol.
Después pronunció unas palabras que Serafina no entendió, pero su tamaño pasó a ser el de las ovejitas y un segundo después cabalgaba por la granja.
Pasados unos días regresó y contó a sus compañeros que anduvo kilómetros de delantal y se bañó en el lago que estaba en el bolsillo. La miraron desconfiando que la historia fuera real, pero por las dudas esa tarde todos los chicos dibujaron bellos paisajes y desde el cuello al ruedo los guardapolvos lucieron zapatos danzarines, caballos voladores, árboles con patines, ¡y muchas vidas de mil colores!

domingo, 23 de agosto de 2009

LA DENTI LECHI

Mechi abrió grande la boca cuando vio a su abuela sacarse los dientes.
– ¿Qué te pasó abu? -le preguntó casi llorando.
La abuela, que era una experta en consolar, le explicó que los dientes no eran suyos.
– ¿Y de quién son entonces? -dijo Mechi asombrada.
– Quiero decir que como soy viejita se me cayeron todos los dientes y el dentista me hizo unos nuevos.
– ¿Eso mismo me va a pasar cuando se me caigan estos que tengo?
– ¡Noo, los tuyos son de leche!
– ¿De leche? -se asombró la niña- con razón son blancos.
La abuela soltó una carcajada por las ocurrencias de su nieta y sentándola en su falda, ya con la dentadura puesta, le contó:
– Al nacer no tenemos dientes, todavía no comemos por eso no los necesitamos. Cuando empezamos a crecer nos nacen de a poco hasta llegar a ser veinte.
– ¡Veinte! -exclamó Mechi mientras se los contaba con el dedo.
– Esos dientes se llaman de leche. Cuando se desprenden, a partir de los seis o siete años, te salen dientes nuevos y recién cuando esos se caen tenés que usar unos dientes como los que tengo yo.
Al ver la cara de susto de su nieta la abuela le aclaró que iban a pasar muchísimos años antes de necesitar dientes postizos. De todas maneras la niña se quedó pensando en los dientes comprados al dentista y esa tarde tocó el tronco de todos los árboles que cruzó desde la casa de la abu hasta la suya y en silencio, pero con una fuerza más temeraria que cualquier grito, les rogó:
Dientes eternos quiero tener
dientes de leche toda la vida
ricas manzanas poder morder
es el único deseo que yo pida.
Y en cada rama había pájaros que repitieron el pedido a las flores y éstas a su vez lo enviaron envuelto en perfume para que la brisa lo llevara a cada rincón de la naturaleza. Así llegó el ruego tanto a bellas praderas como a sucios pastizales, a las jirafas y a las hormigas, a los cóndores y a las algas que habitan el fondo del mar. Todos los seres vivos escucharon su pedido y lo grabaron en su corazón.
Los dientes de Mechi comenzaron a caer después de soplar las siete velitas, pero la niña no se preocupó porque veía como nacía uno nuevo, y hasta se alegró cuando le narraron aquella historia del Ratón Pérez -el dentista de los ratoncitos- que se llevaba el que a ella se le caía para usarlo en su consultorio y a cambio le dejaba lindos regalos mientras ella dormía.
Un día a Mechi ya no le quedaban dientes de leche y en su boca tenía dientes nuevos y relucientes. Esta vez nadie le tuvo que explicar qué pasaba con la dentadura y cuando le salieron las muelas de juicio con sus treinta y dos dientes ya era una bella joven.
Mechi vivió feliz su vida sin pensar en los dientes. El día que sopló cuarenta velitas un fuerte dolor de muelas la hizo correr a mirarse en el espejo y pensó que cuando estos dientes se le cayeran no estaría el Ratón Pérez para alegrar su despertar.
Una tarde que regresaba de sacarse la segunda muela, Mechi se apoyó en el tronco de un añejo árbol y ahí recordó aquél pedido realizado de pequeña que -sin ella saberlo- había penetrado la savia de los árboles, las plumas de los pájaros y cada color de los peces que se lo contaron al universo entero. Fue entonces que se tocó la encía y notó que, como una flor que se abre en primavera, nacía una muela nueva.
Desde aquel día a Mechi la conocen como la Denti Lechi porque seguirá soplando muchas velas pero dientes nuevos siempre tendrá, ya que la madre naturaleza no olvida entregar sus prodigios a quien sabe pedirlos.

EL TEMIBLE

Las cosas que ha hecho Pollito en casa son de película, según mamá. Él tiene una tarjeta de presentación escrita a mano que reparte a todo el mundo y dice así: “Empresa Relámpago. Un mago en cualquier oficio: carpintería, pintura, electricidad y plomería son mi especialidad”.
Recuerdo que papá lo llamó un sábado para que pintara el frente de casa y vino después de cien llamadas telefónicas.
– Lo barato sale caro -sentenció mamá mientras fruncía el seño.
A ella el sólo hecho de escuchar el nombre Pollito le provoca dolor de estómago o de cabeza, por eso lo llama “El Temible”.
Esa vez vino para cambiarle la cara a la casa ¡y se la cambió en serio! A mí me encantó verlo pintar. Se trepaba a su escalera con el tarrito de pintura en una mano y en la otra el pincel. Bajaba y subía corriendo con un solo pie apoyado en el escalón y el otro en la pared. Así, con las piernas abiertas como el mejor bailarín clásico, corría desde el techo hasta el piso manteniendo la escalera en equilibrio sin apoyarla en ningún lado. Cuando terminó la primera franja, como la cosa más natural del mundo, movió la escalera sin bajarse, y otra vez subía y bajaba desde el techo hasta el piso. ¡Era increíble, parecía que tenía goma de pegar en las suelas de los zapatos! En menos de media hora terminó todo el frente, con algunos errores - perdonables según papá- como pintar la vereda, la cola de mi perro y varias ramas del árbol que parecía florecido con rosas rojas, ¡sí rojas!, porque mamá quería un color durazno rosado, pero quedó un poco más fuerte.
– Mejor señora -dijo Pollito al ver la cara de mamá- cuanto más oscuro se ensucia menos.
– ¿Y esas marcas en la pared? -gritó mamá.
–Ah…son mis zapatos, en algún lugar me tengo que apoyar, ¿verdad señora? Soy relámpago, pero todavía no vuelo.
Lo último sólo yo se lo escuché, mamá se desmayó. Después de ese día pasó mucho tiempo sin que volviera a ver a Pollito porque a mamá le agarró un ataque de nervios y todos los sábados gritaba “no quiero ver al Temible cerca de esta casa”.
Pero a mamá se le pasan los enojos y cuando eso sucede mi papá vuelve a hacer todo a su antojo, así fue que llamó a la “Empresa Relámpago” por una pequeña pérdida de agua que había en la ducha de casa.
Pollito se encerró en el baño durante varias horas. Mamá se puso nerviosa y decidió salir de compras y con ella fuimos todos, hasta el perro se fue a dar vueltas a la manzana para proteger su cola.
Cuando regresamos Pollito ya se había ido. Mamá tenía miedo de abrir la puerta del baño pero no fue tan tremendo con lo que se encontró, solamente las herramientas desparramadas por todo el piso (porque casi siempre se las olvida y después de dos o tres semanas pasa a buscarlas) y un montón de manos dibujadas en todos los azulejos y en el espejo. Le llevó muchas horas a mamá limpiar el baño, pero estaba contenta porque el problema del caño se había solucionado.
Antes de acostarnos fue a lavarle la cola a mi hermanito que tiene un año y pocas palabras. Mamá lo sentó en el bidet, abrió la llave de agua y salió un chorro largo que llegó hasta el techo y aunque intentó cerrar no pudo, cuanto más fuerza hacía más lluvia salía. Lo llamó a papá que, dándose aires de plomero, agarró una pinza para cerrar la canilla pero se quedó con la llave en la mano. Papá decidió llamar a Pollito y lo atendió el contestador:
–Empresa Relámpago, atiende día y noche, no se aceptan reproches.
Como mamá estaba tan furiosa y roja como el frente de casa, papá quiso tapar la salida de agua poniendo un par de medias y después otro, al final puso una docena de medias y otro tanto de calzoncillos mientras repetía:
– Pollito, Pollito, si te agarro te destripo.
El problema fue que me dieron ganas de hacer pis y en el baño llovía como nunca había llovido afuera. Mamá me dijo que me pusiera el piloto, las botas y abriera el paraguas. Lo mismo hicieron ella y papá, así fuimos pasando de a uno al inodoro. Cuando el agua llegó casi a medio metro y recorría la cocina y los dormitorios, papá decidió que había que hacer algo; entonces tomamos los baldes, la pelela de mi hermanito, el tarro del perro y el baldecito de la playa y nos pusimos a juntar el agua que fuimos tirando por la ventana que da al patio.
Cuando la situación estaba casi controlada mamá se fue a lavar la cara en la canilla de la cocina, pero no salía ni una gota de agua, aunque del florero que estaba en el centro de la mesa brotaba un precioso chorro como el de la fuente de la plaza.
Mamá, con los brazos al costado del cuerpo y la cabeza tirada para atrás, se sentó a descansar y cuando ella se pone así sabemos que mejor es quedarse callados.
Ya amanecía cuando papá había hecho un bollo con todos los juegos de sábanas, las frazadas y las cortinas para que del bidet no saliera más agua, pero tapó el inodoro.
Todos nos sentamos de la misma manera que mamá y fue en ese momento que se empezó a mover la casa, primero un movimiento leve, muy suave, como cuando acunamos a mi hermanito; después un poco más fuerte como si fuera un terremoto. Nos miramos, entre asustados y sorprendidos.
– ¿Y ahora qué está pasando? -preguntó mamá.
Papá no le respondió pero fue hasta la ventana y puso una cara que daba miedo. Corrimos a mirar y vimos que ¡el patio era un gran río y nuestra casa flotaba sobre él! Lejos…lejos se veían las casas de nuestros vecinos y me pareció que alguien en la orilla, subido a una escalera muy alta, nos saludaba. No le quise decir a mamá, pero estoy segura que era Pollito, El Temible.
Gracias a él ahora vivimos en un hermoso barco rojo. Agua no nos falta
.

sábado, 22 de agosto de 2009

ANTES DE PASAR, RESPONDERÁS.

Quién danza dentro del fuego
haciendo vibrar a la llama.

Quién habita la boca del viento
narrando al silencio fantásticos cuentos.

Quién pinta brotes rojizos
y los abre al rocío de madrugada.

Quién fuma dentro del agua
y exhala humo mojado.

Quién sin huellas camina
cuando crujen las maderas.

Quién colorea los verdes
de mil matices en el follaje.

Quién acaricia el lápiz
y traza palabras desconocidas.

Quién desinfla las nubes
y regala el perfume: tierrita mojada.

Tal vez pasen los tiempos de ronda
y el que se quiera esconder que se esconda.
En mi lengua quedará el Martín Pescador preguntón
que quién, que dónde, que cómo y por qué.

EPIDEMIA DE OLVIDOS

Esta historia comienza con algún que otro olvido que ocurría en la casa de Mariana. Para que ustedes se den una idea les contaré algunos simples detalles, como cuando el papá iba a comer papas fritas y al primer bocado le regañaba a su esposa:
– ¡Otra vez no les pusiste sal!
La mujer agarrándose la cabeza decía:
– Meolvidé, pero vos te olvidaste de nuestro aniversario de casados.
Entonces Mariana intervenía para que no se armara lío, pero a dúo los padres le preguntaban:
– ¿Cuánto es nueve por nueve?
– Meolvidé -decía enrojeciendo la niña que antes de que su hermano empezara a reírse le decía:
– ¿Cuántos goles te hicieron hoy?
– Meolvidé -respondía Gastón para no reconocer que su equipo había perdido.
Estas situaciones no acababan en la casa de Mariana. Cuando iba a la escuela la señorita pedía que sacaran los útiles y siempre había compañeros que gritaban como los vendedores ambulantes:
– ¡Lápiz lapicito, para escribir un ratito!
La maestra preguntaba porqué no habían traído los elementos para trabajar y a coro contestaban:
– ¡Meolvidé!
Los motivos del olvido eran variados, desde la fiesta de cumpleaños de la abuelita hasta que pasaron la noche despiertos pidiendo deseos a la luna llena.
Pero un lunes fue el colmo de los colmos, la maestra se paró frente a la clase y no pronunció ni una frase. Los chicos esperaron un buen rato a que les diera indicaciones, pero ella dijo “meolvidé que hoy es lunes porque ayer pensé que era sábado”. Ese día todos se olvidaron que estaban en la escuela y pasaron una tarde inolvidable, aunque al llegar Mariana a su casa, cuando le preguntaron qué tarea realizó, la respuesta fue:
– Meolvidé.
La situación se puso cada vez más olvidadiza, por eso el profe de Educación Física se enfureció cuando todos olvidaron ir a su clase.
– ¡Esto no puede ser! -refunfuñó- ¡un día se van a olvidar la cabeza!
Mientras lo decía se olvidó de tocar madera. Al día siguiente Juanse, el más bajito del grado, fue a la escuela con una cabezota que le pesaba más que el cuerpo y su voz era gruesa como la de los hombres. Cuando le preguntaron dónde estaba su cabecita contestó:
– Meolvidé, entonces mi papá hizo crack y me dio la suya.
Estaba muy feliz con la cabeza prestada, en matemática nadie le ganaba y sabía de economía y de política. ¡Todos lo admiraban!, menos la maestra que le pedía:
– Por favor querido, no expliqués ni preguntés más.
A Juanse la alegría le duró hasta el recreo, porque los chicos le gritaban: ¡cabezón bigotudo!, y lo comparaban con todos los viejos famosos que aparecen en la televisión.
Cuando su papá vino a buscarlo Juanse ya se había peleado con unos cuantos. La maestra se acercó al señor y le dijo:
– A la escuela no hay que venir con cabeza ajena, llena de ideas extravagantes.
Pero no pudo hablarle de todas las narices que Juanse había partido de la sorpresa que se llevó al ver un hombre barrigudo y alto con una cabecita de alfiler. El señor le dio muchos besos y le dijo con voz finita:
– Meolvidé de venir a clase seño, pero mañana soy el primero en llegar. Pasé un día muy aburrido en una oficina oscura, llena de papeles y escuchando a un pelado que me retaba todo el tiempo porque no sabía lo que tenía que hacer.
Después de esta situación, los hechos fueron cada vez más disparatados. Antes que meolvide, paso a contarles algunos episodios:
Mariana fue un día a visitar a Oriana. Tocó el timbre y cuando su amiga abrió la puerta se encontró con dos pies que la miraban.
– ¿Y vos quién sos?
– Oriana -una voz le respondió.
– ¿Y dónde está tu cabeza?
– La cabeza la tengo en los pies.
En esos días de tanta confusión, otro suceso especial fue el casamiento de la tía de Mariana que frente al sacerdote puso cara de gato que lo corre un perro y dijo:
– ¡Meolvidé qué estoy haciendo acá! -y salió arrastrando el vestido por la alfombra roja.
El Padre reflexionó “cabeza de novia de todo te olvidas…”
A ese año lo llamaron el de “La Epidemia Meolvidé”. Se armaron muchos líos, pero también fue gracioso y hasta beneficioso, porque la gente olvidó viejos rencores y todos se abrazaron por las dudas que hubieran sido grandes amigos en el pasado.
Hay miles de anécdotas de ese año para narrar, pero seguro que vos alguna podés agregar. Espero que de esta historia no te olvides y no pidas que te cuente cómo se resolvió porque semeolvidó.

UN HADA EN CASA

A Camila le gustaba escuchar los cuentos de su tía que venía del campo los fines de semana a visitarla. Tiamalia, como ella le decía, sabía muchas historias que eran tan viejas como el viento. Siempre tenía algo nuevo que contar, aunque Camila tenía sus cuentos preferidos que le pedía que repitiera una y otra vez. La niña, cada siete días, iba guardando en su memoria y en su corazón cada una de aquellas fantásticas palabras que la tía contaba con tanta pasión. Escuchaba con las orejas más grandes que el lobo de caperucita y si Tiamalia modificaba algún relato, ella le decía:
– Pero vos dijiste que el lobo se comió a la abuela y ahora decís que la escondió debajo de la cama.
La tía, bajando la voz como para decir un secreto, contestaba:
– Shhh, silencio niña, que cuando una historia se está contando los duendes del misterio están escuchando.
La sobrina revoleaba los ojos de un lado a otro sin mover la cabeza, para no molestar a ningún duende que compartiera el cuarto en aquel momento.
Un día Camila se enfermó, muchos granitos rojos le cubrieron el cuerpo y estaba muy molesta por la picazón. En la cama se puso a pensar en todos los personajes de los cuentos y, sin saber porqué, le salió aquella palabra tan difícil que decía Mary Poppins:
– ¡Supercalifragilísticoespialidoso! ¡Sí, me salió! ¡Sí!
Camila saltaba de alegría porque podía decir esa palabra larguísima de un solo tirón, la usaría para competir con sus amigas a ver quién la pronunciaba más rápido. Gritó varias veces la palabra, se sentía tan feliz que ya no le picaba ni un grano, como si no los tuviera… ¡en realidad ya no los tenía! Cuando se miró la pancita que estaba tan blanca como siempre, sin ninguna mancha roja, no lo pudo creer. Fue corriendo hasta el espejo y con asombro vio que su cara estaba en perfecto estado.
– ¡Me curé! -gritó- Superfragilísticoespialidoso -repitió varias veces.
Recién en ese momento relacionó la palabra con lo sucedido y pensó que todo lo que le narraba Tiamalia era verdad.
Cuando llegó su tía quiso contarle lo que le había pasado, pero ella la interrumpió, bajó la voz y le dijo:
– Shhh, silencio niña, que cuando una historia se está contando los duendes del misterio están mirando.
Entre los juegos y la escuela Camila se olvidó de aquel hecho. Un día que estaba en la clase de matemática la maestra la hizo pasar al pizarrón. A ella no le salían bien las cuentas y menos la división. Ya con la tiza en la mano suspiró y, sin saber porqué, dijo “ábrete, sésamo”. Fue en ese momento que un viento fuerte se levantó y se abrió la puerta del aula con tal brusquedad que se rompieron los vidrios. Todos se asustaron y la señorita enseguida llamó a la directora, que llamó a la secretaria y ésta al portero que barrió los vidrios. La maestra les explicó sobre el sorpresivo viento y preguntó si venía tormenta, pero la directora mirando hacia el patio donde ni una hoja se movía, dijo:
– Menos mal que falta poco para que lleguen las vacaciones señorita.
La maestra quedó tan desconcertada con lo ocurrido que se olvidó de las cuentas.
Cuando vio a su tía, la nena le quiso contar cómo se salvó de la división, pero Tiamalia le puso un dedo en la boca y dijo:
– Shhh, silencio Camila que cuando una historia se está contando los duendes del misterio nos están tocando.
Después de muchos relatos llegó el verano sin que Camila supiera de cuentas pero siendo una experta en palabras mágicas.
Cuando el sol quema y hay que regar las flores todas las noches, Camila cumple años y sueña con invitar a todos los compañeros y a los vecinos, pero en su casa le dicen que sólo puede festejar con sus primos porque el dinero no alcanza.
Camila contó en el almanaque que faltaban siete días para su cumpleaños, los mismos siete para que viniera Tiamalia y, pensando en ella, se le ocurrió ir hasta el álamo que está en la vereda de su casa para decirle:
– “Arbolito, sacude tus ramas frondosas y échame oro y plata y más cosas”.
Según su tía así consiguió lo deseado Cenicienta. Repitió la frase varias veces debajo del álamo y abrió las manos elevando los brazos al cielo, como queriendo alcanzar la rama más alta. Pero, para su decepción, nada sucedió.
Al día siguiente su papá estacionó el auto debajo del álamo para resguardarlo del sol. Al bajar encontró una bolsa sucia colgada de una rama y creyendo que contenía basura fue a tirarla, pero como pesaba tanto sintió curiosidad de ver qué había adentro y encontró miles de joyas de oro y plata.
Ese cumpleaños fue de maravillas y entre los chicos vio a su tía que alegre la miraba. Corrió hasta sus brazos y pensó contarle al oído lo ocurrido, pero cuando estaba cerca de sus mejillas vio en los ojos de la tía una luz misteriosa y entendió que Tiamalia ya sabía todo lo ocurrido porque era una verdadera hada que cada siete días la visitaba.