Esta historia comienza con algún que otro olvido que ocurría en la casa de Mariana. Para que ustedes se den una idea les contaré algunos simples detalles, como cuando el papá iba a comer papas fritas y al primer bocado le regañaba a su esposa:
– ¡Otra vez no les pusiste sal!
La mujer agarrándose la cabeza decía:
– Meolvidé, pero vos te olvidaste de nuestro aniversario de casados.
Entonces Mariana intervenía para que no se armara lío, pero a dúo los padres le preguntaban:
– ¿Cuánto es nueve por nueve?
– Meolvidé -decía enrojeciendo la niña que antes de que su hermano empezara a reírse le decía:
– ¿Cuántos goles te hicieron hoy?
– Meolvidé -respondía Gastón para no reconocer que su equipo había perdido.
Estas situaciones no acababan en la casa de Mariana. Cuando iba a la escuela la señorita pedía que sacaran los útiles y siempre había compañeros que gritaban como los vendedores ambulantes:
– ¡Lápiz lapicito, para escribir un ratito!
La maestra preguntaba porqué no habían traído los elementos para trabajar y a coro contestaban:
– ¡Meolvidé!
Los motivos del olvido eran variados, desde la fiesta de cumpleaños de la abuelita hasta que pasaron la noche despiertos pidiendo deseos a la luna llena.
Pero un lunes fue el colmo de los colmos, la maestra se paró frente a la clase y no pronunció ni una frase. Los chicos esperaron un buen rato a que les diera indicaciones, pero ella dijo “meolvidé que hoy es lunes porque ayer pensé que era sábado”. Ese día todos se olvidaron que estaban en la escuela y pasaron una tarde inolvidable, aunque al llegar Mariana a su casa, cuando le preguntaron qué tarea realizó, la respuesta fue:
– Meolvidé.
La situación se puso cada vez más olvidadiza, por eso el profe de Educación Física se enfureció cuando todos olvidaron ir a su clase.
– ¡Esto no puede ser! -refunfuñó- ¡un día se van a olvidar la cabeza!
Mientras lo decía se olvidó de tocar madera. Al día siguiente Juanse, el más bajito del grado, fue a la escuela con una cabezota que le pesaba más que el cuerpo y su voz era gruesa como la de los hombres. Cuando le preguntaron dónde estaba su cabecita contestó:
– Meolvidé, entonces mi papá hizo crack y me dio la suya.
Estaba muy feliz con la cabeza prestada, en matemática nadie le ganaba y sabía de economía y de política. ¡Todos lo admiraban!, menos la maestra que le pedía:
– Por favor querido, no expliqués ni preguntés más.
A Juanse la alegría le duró hasta el recreo, porque los chicos le gritaban: ¡cabezón bigotudo!, y lo comparaban con todos los viejos famosos que aparecen en la televisión.
Cuando su papá vino a buscarlo Juanse ya se había peleado con unos cuantos. La maestra se acercó al señor y le dijo:
– A la escuela no hay que venir con cabeza ajena, llena de ideas extravagantes.
Pero no pudo hablarle de todas las narices que Juanse había partido de la sorpresa que se llevó al ver un hombre barrigudo y alto con una cabecita de alfiler. El señor le dio muchos besos y le dijo con voz finita:
– Meolvidé de venir a clase seño, pero mañana soy el primero en llegar. Pasé un día muy aburrido en una oficina oscura, llena de papeles y escuchando a un pelado que me retaba todo el tiempo porque no sabía lo que tenía que hacer.
Después de esta situación, los hechos fueron cada vez más disparatados. Antes que meolvide, paso a contarles algunos episodios:
Mariana fue un día a visitar a Oriana. Tocó el timbre y cuando su amiga abrió la puerta se encontró con dos pies que la miraban.
– ¿Y vos quién sos?
– Oriana -una voz le respondió.
– ¿Y dónde está tu cabeza?
– La cabeza la tengo en los pies.
En esos días de tanta confusión, otro suceso especial fue el casamiento de la tía de Mariana que frente al sacerdote puso cara de gato que lo corre un perro y dijo:
– ¡Meolvidé qué estoy haciendo acá! -y salió arrastrando el vestido por la alfombra roja.
El Padre reflexionó “cabeza de novia de todo te olvidas…”
A ese año lo llamaron el de “La Epidemia Meolvidé”. Se armaron muchos líos, pero también fue gracioso y hasta beneficioso, porque la gente olvidó viejos rencores y todos se abrazaron por las dudas que hubieran sido grandes amigos en el pasado.
Hay miles de anécdotas de ese año para narrar, pero seguro que vos alguna podés agregar. Espero que de esta historia no te olvides y no pidas que te cuente cómo se resolvió porque semeolvidó.
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