domingo, 23 de agosto de 2009

LA DENTI LECHI

Mechi abrió grande la boca cuando vio a su abuela sacarse los dientes.
– ¿Qué te pasó abu? -le preguntó casi llorando.
La abuela, que era una experta en consolar, le explicó que los dientes no eran suyos.
– ¿Y de quién son entonces? -dijo Mechi asombrada.
– Quiero decir que como soy viejita se me cayeron todos los dientes y el dentista me hizo unos nuevos.
– ¿Eso mismo me va a pasar cuando se me caigan estos que tengo?
– ¡Noo, los tuyos son de leche!
– ¿De leche? -se asombró la niña- con razón son blancos.
La abuela soltó una carcajada por las ocurrencias de su nieta y sentándola en su falda, ya con la dentadura puesta, le contó:
– Al nacer no tenemos dientes, todavía no comemos por eso no los necesitamos. Cuando empezamos a crecer nos nacen de a poco hasta llegar a ser veinte.
– ¡Veinte! -exclamó Mechi mientras se los contaba con el dedo.
– Esos dientes se llaman de leche. Cuando se desprenden, a partir de los seis o siete años, te salen dientes nuevos y recién cuando esos se caen tenés que usar unos dientes como los que tengo yo.
Al ver la cara de susto de su nieta la abuela le aclaró que iban a pasar muchísimos años antes de necesitar dientes postizos. De todas maneras la niña se quedó pensando en los dientes comprados al dentista y esa tarde tocó el tronco de todos los árboles que cruzó desde la casa de la abu hasta la suya y en silencio, pero con una fuerza más temeraria que cualquier grito, les rogó:
Dientes eternos quiero tener
dientes de leche toda la vida
ricas manzanas poder morder
es el único deseo que yo pida.
Y en cada rama había pájaros que repitieron el pedido a las flores y éstas a su vez lo enviaron envuelto en perfume para que la brisa lo llevara a cada rincón de la naturaleza. Así llegó el ruego tanto a bellas praderas como a sucios pastizales, a las jirafas y a las hormigas, a los cóndores y a las algas que habitan el fondo del mar. Todos los seres vivos escucharon su pedido y lo grabaron en su corazón.
Los dientes de Mechi comenzaron a caer después de soplar las siete velitas, pero la niña no se preocupó porque veía como nacía uno nuevo, y hasta se alegró cuando le narraron aquella historia del Ratón Pérez -el dentista de los ratoncitos- que se llevaba el que a ella se le caía para usarlo en su consultorio y a cambio le dejaba lindos regalos mientras ella dormía.
Un día a Mechi ya no le quedaban dientes de leche y en su boca tenía dientes nuevos y relucientes. Esta vez nadie le tuvo que explicar qué pasaba con la dentadura y cuando le salieron las muelas de juicio con sus treinta y dos dientes ya era una bella joven.
Mechi vivió feliz su vida sin pensar en los dientes. El día que sopló cuarenta velitas un fuerte dolor de muelas la hizo correr a mirarse en el espejo y pensó que cuando estos dientes se le cayeran no estaría el Ratón Pérez para alegrar su despertar.
Una tarde que regresaba de sacarse la segunda muela, Mechi se apoyó en el tronco de un añejo árbol y ahí recordó aquél pedido realizado de pequeña que -sin ella saberlo- había penetrado la savia de los árboles, las plumas de los pájaros y cada color de los peces que se lo contaron al universo entero. Fue entonces que se tocó la encía y notó que, como una flor que se abre en primavera, nacía una muela nueva.
Desde aquel día a Mechi la conocen como la Denti Lechi porque seguirá soplando muchas velas pero dientes nuevos siempre tendrá, ya que la madre naturaleza no olvida entregar sus prodigios a quien sabe pedirlos.

5 comentarios:

  1. ¡Qué gracioso! justo hoy que salí a correr en bicicleta: primero sin manos, después sin piernas y finalmente sin dientes...

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  2. Que buen cuento , el mejor que lei en mi vida :D felicitaciones !

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  3. leo tze me parece que estás soplando muchas velitas.

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  4. HOLA MAAR.CULLEN! GRACIAS POR VISITAR MI BLOG Y ESTAR ENTRE MIS SEGUIDORAS. ESPERO RECIBIR UN CUENTO TUYO PORQUE SÉ QUE SOS UNA GENIA ESCRIBIENDO.
    ¡BESOTE!

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