domingo, 27 de septiembre de 2009

ADOLESCENCIA ENCUENTADA

La señorita Turdemialle escuchó maravillosos cuentos de gran influencia en su vida literaria y su accionar diario, especialmente durante aquellos años encantados (o encuentados) de la adolescencia.
“La Cenicienta” le dejó la esperanza de la llegada del Príncipe Azul. De esa expectativa le quedó una práctica: dejar olvidado intencionalmente un zapato en diversos lugares como restaurantes, teatros, carnicerías o el transporte público. La vieron en reiteradas oportunidades llegar a su casa a las chuequeadas y rengueando con un solo zapatito. Esos actos románticos -descabellados según sus vecinos- dieron como resultado que tocaran el timbre de su casa jóvenes muy honestos llevándole el zapatito perdido, entre ellos el acomodador de un cine que le ofreció ver películas gratis; un mozo muy romántico que le obsequió restos de comida; y el dueño de una zapatería que le regaló cientos de zapatos que nadie compraba, pasados de moda y dos números menos que los que ella usaba. Tener los dedos apretujados le provocó fuertes jaquecas, callos, contracturas desde la cervical a la cintura y la inigualable cara de ceño fruncido que le dibujó las primeras arrugas en el entrecejo. Esto la convenció de que la búsqueda del Príncipe Azul iba por otro lado.
Trajo a la memoria la historia de la “Bella Durmiente” y decidió que ese era un buen método para encontrar un enamorado. Primero durmió largas siestas en su casa, pero al despertar todo seguía igual, entonces se dio cuenta que la tenían que ver durmiendo los demás. Así conocieron su nueva práctica los árboles de diferentes parques y plazas. Antes de dormirse colocaba un cartel colgado de uno de sus pies:
Si me despiertas con un beso
serás mi príncipe azulado
te lo juro, te prometo
te perseguiré a todos lados.
Los caminantes, las señoras que sacaban a pasear el perrito, los vendedores ambulantes, todo el que por allí pasaba se detenía y esta frase pronunciaba:
– ¡Qué idea más descabellada!
Se despertó por un pájaro que no llegó al baño y le trajo suerte, a causa de un fuerte viento que la dejó colgada de la rama de una araucaria y por un chaparrón que le regaló atchís durante un mes; pero el esperado beso nadie se lo dio.
Por último se puso frente al espejo para preguntar aquello de “espejito, espejito”; pero no alcanzó a pronunciar palabra porque su imagen al “Patito Feo” le recordó. Es que de tanto decirle “descabellada” casi sin pelitos se quedó.



2 comentarios:

  1. Bello.Me encantó este relato.Bellísimoooo!ME HA ENCANTADO TU BLOG.Un abrazo.

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  2. GRACIAS ALMA! UNA ALEGRÍA TU VISITA, TANTO QUE ANTES DE CONTESTARTE ABRÍ TU HERMOSO BLOG DE POESÍA!
    ESTE HA SIDO UN DÍA MUY ESPECIAL Y TU VISITA ME HA LLEGADO AL ALMA!
    ¡GRACIAS!
    ¡UN GRAN ABRAZO!

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