Por la niña que tenés
la que no tiene edad
para ella esta Fotopoética
Intercambio Creativo con Vivi de Mis Proyectos y Sandra Luz de Mi Sala Amarilla
Gracias niñas amigas, por atreverse a crear, jugar, divertirse...
El texto de la fotopoética es un fragmento del cuento:
"Abandono abandonarla"
Un grupo de niños jugaba en las
hamacas. El frío del atardecer otoñal llamó a resguardarse. La plaza quedó
solitaria y yo todavía sentada ahí. Me dispuse a marcharme y la vi. Debo
admitir -antes que me culpen por eso- que le sonreí. Me devolvió la sonrisa y
vino decidida hacia mí. Era descortés irme sin preguntarle su nombre, estaba a
pocos metros cuando le dije:
– ¿Cómo te llamás?
No respondió.
Levanté la vista. No había ningún
mayor en la plaza. Solas la niña y yo.
¿Qué padres tendrá esta criatura
-pensé- que la dejan a tan corta edad? No es mi tema, sabrá andar sola, me
justifiqué.
Di media vuelta para irme.
Escuché a la niña que corría. Sus pasos estaban cerca. Sí, venía hacia mí.
– ¿Estás sola?
– ¿Dónde vivís?
Si no quería contestar tal vez era
lo mejor. No saber nada, no entender nada. Está lleno de chicos en la calle. Si
averiguamos mucho hasta nos pueden acusar quién sabe de qué atrocidades. Mejor
irme. El semáforo en verde no me permitió cruzar. Los autos pasaban a toda velocidad
en la calle 32, camino a la autopista a
Buenos Aires.
Sentí su mano que firme apretó la
mía. Los autos se detuvieron. Cruzamos. En la vereda solté su mano. La miré.
Traté que sonara amable lo que iba a decir:
– Me tengo que ir…
Caminé unos metros, la vereda del
supermercado Chino y la del taller mecánico. No quería darme vuelta a comprobar
si regresaba a la plaza o entraba al supermercado o…No fue necesario mirar,
sentí sus pasos. Eran tan firmes como los de una mujer que taconea queriendo ser
escuchada. Era ella, estaba segura.
Llegué a la esquina, doblé por
13, corrí cinco metros, como cuando huímos de un perro para despistarlo. Escondida
detrás del árbol tiritaba. ¿Por qué?, no estaba abandonando a nadie. Que se
entienda: fui sola a la plazoleta y sola quería regresar. Sola.
Se fue, sí se fue –pensé. Hacía
más de 15 minutos que yo estaba ahí, escondida. Era momento de seguir. Me moví
sigilosamente, las ramas del árbol también se movieron animosas. Una rama cayó
sobre mi hombro. La niña estaba subida al árbol. Sonreía.
¡Sos una malvada, insolente,
maleducada…!
Sentimientos que no me atreví a
pronunciar.
Es sólo una niña. Es sólo una
niña. Es sólo una niña.
Repetí para convencerme de no
reprenderla.
Un golpe certero me hizo trastabillar,
mi cabeza quedó dentro de un canasto de basura, me enderecé rápidamente, estaba
bien…bien pesada la espalda. No quería entender lo evidente: esos dos pies que colgaban desde mis
hombros no eran míos (siempre tuve el delirio de ser contorsionista pero jamás
hice ni un ejercicio de estiramiento).
Convencete -me dije- los pies son
de ella, la nena.
No me gustó nada esa actitud
impertinente, ¿o exagero? ¿qué hubieran opinado ustedes de una mocosa que se
tiró desde el árbol y me hizo comer basura?, todo porque a ella se le ocurrió
que la llevara a caballito.
Bueno, tal vez nadie en toda su
vida la llevó a upa. No sé por qué me eligió a mí, pero hasta la esquina no me
cuesta nada, reflexioné.
– Sólo hasta la esquina,
¿entendés?
No quiso entender. Me fui con la
chica a casa.
Tuve que ponerme a rayar manzana
con banana pisada y miel. Y cuentos por la noche y cuentos por la mañana, cuentos
a toda hora, ya no sabía qué inventar, hasta saqué a relucir mi historia
familiar y eso me trae dolor de vientre.
Arroparla para que se calme.
Llevarla a la cama cuando se
quedaba dormidita…quiero decir dormida como una marmota. Y cantarle canciones
de cuna cuando no se podía quedar dormida como una marmota.
Y los chupetines. Eso fue lo peor. En el barrio no la pude
ocultar más. El quiosquero a los menores les vende cerveza, pero a mí no me
dejó pasar lo de los chupetines y eso que son redonditos, no ando con el chupetín paleta sacando la
lengua.
– No, no tengo hijos.
– No, no regalo golosinas.
– Son para mí (cara de asombro
del tipo, como que es una locura, soy de pronto una revolucionaria por comer
chupetines a mi edad). Es decir, son para la nena que vive conmigo, aclaro.
Antes que apareciera en mi vida,
los días de lluvia me quedaba tomando un café caliente y comiendo salado y luego
dulce y después salado. Pero con ella tuve que salir. Ella quería chapotear y
mojarse el pelo, poner barquitos en los charcos en plena lluvia.
Los familiares y amigos le
tomaron cariño, más que el que me tenían a mí.
– No la entendés.
– Hay que tener paciencia.
– ¡Es apenas una nena!
Hasta que se negó a ir a la
escuela.
Que es una nena grande. Que
entiende. Que no hay que fomentar caprichitos. Que la paciencia tiene un
límite.
Eso dicen porque un día la dejé a
cuidado de ellos, hasta se ofrecieron, amables, protectores. El tercer día las
caras de culo eran notables, aunque no lo dijeran. Los entendí, nadie deseaba
arrastrar con la infancia ajena o tener que buscar en alguna foto vieja la
propia. Desligarse con excusas, eso hicieron.
–Ya es hora que la pongas en su
lugar.
Cuál es su lugar me pregunté al
verle los párpados pintados con chocolate y andar a caballo del perro, la
escoba, el gato.
Cuál es mi lugar.
Cuál es el lugar de los que
hablan de lugares.
Así anduvimos. Nos mirábamos,
solitarias. Estaba claro que nadie quería una nena que llegara de visita y se
pusiera a saltar en la cama y pidiera postre y hablara mientras los demás
miraban el partido.
Y qué otra cosa me quedaba que contarle
cuentos y hacer el recorrido de las ferias: la plaza
de 19 y 44, Islas Malvinas, hasta la Vieja Estación hemos llegado.
Eso hice, una tarde y otra.
Hasta la desesperación lo hice.
Hasta pensar en empujarla del
puente que cruza la 72, ese donde hay olor a pis.
Hasta esta tarde.
Fui a plaza Moreno con la
esperanza de encontrarme a otro que anduviera con un chico colgado, un chico
que no le pertenezca y sin embargo sea enteramente de él. Deseaba encontrar ese
humano que sacara a pasear despavorido el lastre para que, al fin, la niña
tuviera un amiguito con quien jugar y a mí me dejara en paz.
Hasta hoy que los vi.
Ahora, lo confieso, mi deseo
íntimo es que la niña no me abandone y que nos pongamos a jugar los cuatro. A
jugar sin asco, sin miedo y sin límite. A jugar a lo grande.
Ana Gracia/Tihada
Bonito cuento. ¡Ojalá siempre fuéramos de la mano de esa niña pequeña sin separarnos nunca de ella! Bueno, yo creo que a mí me acompaña muchas veces ¡Afortunadamente!
ResponderEliminarUn beso grandísimo para tí y tu niña andará por ahí, seguro
Amiga que sorpresa!! No sabía que este intercambio venía de regalo con tan hermoso cuento.Fue un placer leerlo y disfrutar del humor, ternura y emoción (ingredientes siempre presentes en tus letras)
ResponderEliminarMuchas gracias!!!!
Besitos pegoteados (con chupetín)
Qué lindo cuento. Y además la narración ocurre en un lugar que yo conozco mucho: supermercados chinos (el de 13 y el de 32), el taller mecánico de al lado del supermercado chino y la esquina de 13 y 32 donde está la panadería...
ResponderEliminarYo también confienzo que no quiero abandonar a la niña nunca. Juguemos para siempre, esa es la idea de vivir feliz... siendo niñas sin edad.
Hola Ana ya hice el enlace del intercambio ...me encantó , especialmente el cuento ...sos un torbellino y una gran creadora ...FELICITACIONES .bESOS
ResponderEliminarQue hermoso!
ResponderEliminarSiii, a jugar a lo grande!
Celebremos a nuestros niñ@s internos.
Felicitaciones por tan lindo intercambio chicas!
Hola Tihada, me gustó muchísimo. Gracias por tan hermoso relato.
ResponderEliminarUn abrazo grande.
Una preciosidad de intercambio. Me gusta absolutamente todo: el montaje, las fotos y por supuesto el texto. Habéis hecho un gran trabajo. Un beso para las tres.
ResponderEliminarQué lindo!!!!! me encantó el relato!!!!Felicitacionesssssssss
ResponderEliminar