martes, 16 de abril de 2013

A la niña sin edad



Por la niña que tenés
la que no tiene edad
para ella esta Fotopoética


Gracias niñas amigas, por atreverse a crear, jugar, divertirse...


 El texto de la fotopoética es un fragmento del cuento:
"Abandono abandonarla"



Un grupo de niños jugaba en las hamacas. El frío del atardecer otoñal llamó a resguardarse. La plaza quedó solitaria y yo todavía sentada ahí. Me dispuse a marcharme y la vi. Debo admitir -antes que me culpen por eso- que le sonreí. Me devolvió la sonrisa y vino decidida hacia mí. Era descortés irme sin preguntarle su nombre, estaba a pocos metros cuando le dije:

– ¿Cómo te llamás?

No respondió.

Levanté la vista. No había ningún mayor en la plaza. Solas la niña y yo.

¿Qué padres tendrá esta criatura -pensé- que la dejan a tan corta edad? No es mi tema, sabrá andar sola, me justifiqué.

Di media vuelta para irme. Escuché a la niña que corría. Sus pasos estaban cerca. Sí, venía hacia mí.

– ¿Estás sola?



– ¿Dónde  vivís?



Si no quería contestar tal vez era lo mejor. No saber nada, no entender nada. Está lleno de chicos en la calle. Si averiguamos mucho hasta nos pueden acusar quién sabe de qué atrocidades. Mejor irme. El semáforo en verde no me permitió cruzar. Los autos pasaban a toda velocidad en la  calle 32, camino a la autopista a Buenos Aires.

Sentí su mano que firme apretó la mía. Los autos se detuvieron. Cruzamos. En la vereda solté su mano. La miré. Traté que sonara amable lo que iba a decir:

– Me tengo que ir…

Caminé unos metros, la vereda del supermercado Chino y la del taller mecánico. No quería darme vuelta a comprobar si regresaba a la plaza o entraba al supermercado o…No fue necesario mirar, sentí sus pasos. Eran tan firmes como los de una mujer que taconea queriendo ser escuchada. Era ella, estaba segura.

Llegué a la esquina, doblé por 13, corrí cinco metros, como cuando huímos de un perro para despistarlo. Escondida detrás del árbol tiritaba. ¿Por qué?, no estaba abandonando a nadie. Que se entienda: fui sola a la plazoleta y sola quería regresar. Sola.

Se fue, sí se fue –pensé. Hacía más de 15 minutos que yo estaba ahí, escondida. Era momento de seguir. Me moví sigilosamente, las ramas del árbol también se movieron animosas. Una rama cayó sobre mi hombro. La niña estaba subida al árbol. Sonreía.

¡Sos una malvada, insolente, maleducada…!

Sentimientos que no me atreví a pronunciar.

Es sólo una niña. Es sólo una niña. Es sólo una niña.

Repetí para convencerme de no reprenderla.

Un golpe certero me hizo trastabillar, mi cabeza quedó dentro de un canasto de basura, me enderecé rápidamente, estaba bien…bien pesada la espalda. No quería entender lo  evidente: esos dos pies que colgaban desde mis hombros no eran míos (siempre tuve el delirio de ser contorsionista pero jamás hice ni un ejercicio de estiramiento).

Convencete -me dije- los pies son de ella, la nena.

No me gustó nada esa actitud impertinente, ¿o exagero? ¿qué hubieran opinado ustedes de una mocosa que se tiró desde el árbol y me hizo comer basura?, todo porque a ella se le ocurrió que la llevara a caballito.

Bueno, tal vez nadie en toda su vida la llevó a upa. No sé por qué me eligió a mí, pero hasta la esquina no me cuesta nada, reflexioné.

– Sólo hasta la esquina, ¿entendés?

No quiso entender. Me fui con la chica a casa.

Tuve que ponerme a rayar manzana con banana pisada y miel. Y cuentos por la noche y cuentos por la mañana, cuentos a toda hora, ya no sabía qué inventar, hasta saqué a relucir mi historia familiar y eso me trae dolor de vientre.

Arroparla para que se calme.

Llevarla a la cama cuando se quedaba dormidita…quiero decir dormida como una marmota. Y cantarle canciones de cuna cuando no se podía quedar dormida como una marmota.

Y los chupetines.  Eso fue lo peor. En el barrio no la pude ocultar más. El quiosquero a los menores les vende cerveza, pero a mí no me dejó pasar lo de los chupetines y eso que son redonditos,  no ando con el chupetín paleta sacando la lengua.

– No, no tengo hijos.

– No, no regalo golosinas.

– Son para mí (cara de asombro del tipo, como que es una locura, soy de pronto una revolucionaria por comer chupetines a mi edad). Es decir, son para la nena que vive conmigo, aclaro.

Antes que apareciera en mi vida, los días de lluvia me quedaba tomando un café caliente y comiendo salado y luego dulce y después salado. Pero con ella tuve que salir. Ella quería chapotear y mojarse el pelo, poner barquitos en los charcos en plena lluvia.

Los familiares y amigos le tomaron cariño, más que el que me tenían a mí.

– No la entendés.

– Hay que tener paciencia.

– ¡Es apenas una nena!

Hasta que se negó a ir a la escuela.

Que es una nena grande. Que entiende. Que no hay que fomentar caprichitos. Que la paciencia tiene un límite.

Eso dicen porque un día la dejé a cuidado de ellos, hasta se ofrecieron, amables, protectores. El tercer día las caras de culo eran notables, aunque no lo dijeran. Los entendí, nadie deseaba arrastrar con la infancia ajena o tener que buscar en alguna foto vieja la propia. Desligarse con excusas, eso hicieron.

–Ya es hora que la pongas en su lugar.

Cuál es su lugar me pregunté al verle los párpados pintados con chocolate y andar a caballo del perro, la escoba, el gato.

Cuál es mi lugar.

Cuál es el lugar de los que hablan de lugares.

Así anduvimos. Nos mirábamos, solitarias. Estaba claro que nadie quería una nena que llegara de visita y se pusiera a saltar en la cama y pidiera postre y hablara mientras los demás miraban el partido.

Y qué otra cosa me quedaba que contarle cuentos y hacer el recorrido de las ferias:  la plaza  de 19 y 44, Islas Malvinas, hasta la Vieja Estación hemos llegado.

Eso hice, una tarde y otra.

Hasta la desesperación lo hice.

Hasta pensar en empujarla del puente que cruza la 72, ese donde hay olor a pis.

Hasta esta tarde.

Fui a plaza Moreno con la esperanza de encontrarme a otro que anduviera con un chico colgado, un chico que no le pertenezca y sin embargo sea enteramente de él. Deseaba encontrar ese humano que sacara a pasear despavorido el lastre para que, al fin, la niña tuviera un amiguito con quien jugar y a mí me dejara en paz.

Hasta hoy que los vi.

Ahora, lo confieso, mi deseo íntimo es que la niña no me abandone y que nos pongamos a jugar los cuatro. A jugar sin asco, sin miedo y sin límite. A jugar a lo grande.



Ana Gracia/Tihada





8 comentarios:

  1. Bonito cuento. ¡Ojalá siempre fuéramos de la mano de esa niña pequeña sin separarnos nunca de ella! Bueno, yo creo que a mí me acompaña muchas veces ¡Afortunadamente!
    Un beso grandísimo para tí y tu niña andará por ahí, seguro

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  2. Amiga que sorpresa!! No sabía que este intercambio venía de regalo con tan hermoso cuento.Fue un placer leerlo y disfrutar del humor, ternura y emoción (ingredientes siempre presentes en tus letras)
    Muchas gracias!!!!
    Besitos pegoteados (con chupetín)

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  3. Qué lindo cuento. Y además la narración ocurre en un lugar que yo conozco mucho: supermercados chinos (el de 13 y el de 32), el taller mecánico de al lado del supermercado chino y la esquina de 13 y 32 donde está la panadería...
    Yo también confienzo que no quiero abandonar a la niña nunca. Juguemos para siempre, esa es la idea de vivir feliz... siendo niñas sin edad.

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  4. Hola Ana ya hice el enlace del intercambio ...me encantó , especialmente el cuento ...sos un torbellino y una gran creadora ...FELICITACIONES .bESOS

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  5. Que hermoso!
    Siii, a jugar a lo grande!
    Celebremos a nuestros niñ@s internos.
    Felicitaciones por tan lindo intercambio chicas!

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  6. Hola Tihada, me gustó muchísimo. Gracias por tan hermoso relato.
    Un abrazo grande.

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  7. Una preciosidad de intercambio. Me gusta absolutamente todo: el montaje, las fotos y por supuesto el texto. Habéis hecho un gran trabajo. Un beso para las tres.

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  8. Qué lindo!!!!! me encantó el relato!!!!Felicitacionesssssssss

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